Hace 500 años Iñigo López de Recalde ardió y se convirtió en San Ignacio de Loiola. El diseñador Santos Bregaña trae hasta la galería Ekain Arte Lanak de Donostia su nueva instalación escultórica: doce cabezas de bronce que representan la del santo y donde la idea del fuego tiene mucho peso.

Aunque se trate de una nueva creación, la instalación que presenta Bregaña tiene varios previos. Mediante un escáner de la Escuela de Ingenieros Tecnum, el autor digitalizó la mascarilla funeraria de Ignacio de Loiola, realizada en Roma en 1556. De aquella copia se hizo una copia en plástico, que es la que la cerería Donezar de Pamplona utilizó para reproducir doce cabezas del santo con cera. Es decir, hizo doce velas. Fueron esas candelas las que el propio Bregaña utilizó en Sancti Ignatius Ardens, una intervención artística que acogió el Horno de la Ciudadela de la capital navarra entre mayo y junio de 2016.

Una a una durante doce días se prendieron las velas -la intervención ofrecía una metáfora del paso del tiempo, dado que las velas estaban situadas como las horas en un reloj-. Tras derretirse por el calor, es decir, después de que San Ignacio hubiese ardido, Bregaña recurrió a la empresa eibarresa Alfa Arte para reproducir restos de cera en bronce. Son esas doce efigies fragmentadas las que se podrán ver hasta el próximo 31 de agosto en la galería de la Parte Vieja donostiarra, bajo el nombre Ignite.

Bregaña reconoció ayer haber estudiado “bastante” sobre la figura del santo. De joven estudió en los jesuitas y siempre le pareció una “figura cercana”. El artista considera que la de San Ignacio es una historia muy vinculada al azar, dado que fue una bala perdida la que el 20 de mayo de 1521 -durante la batalla de Iruñea en la que la población navarra quiso expulsar a los castellanos- le rompió una pierna y dejó la otra muy malherida. Fue aquel proyectil el que motivo la reconversión religiosa de Iñigo López de Recalde en San Ignacio, durante su recuperación en la casa familiar en Azpeitia.

Sin aquella bala no hubiese habido transformación y, por consecuencia, nada de lo que vino después: “Cambia de nombre, hace un logotipo, crea una estructura empresarial con unas normas y un comportamiento, algo que incluso llega a asustar a la Iglesia, quien cree que es excesivo”. El “azar”, insistió el autor, es lo que motivó toda esta creación.

EL SANTO QUE ARDE Bregaña reconoció que esta creación que se ha desarrollado en distintas fases es al mismo tiempo “un homenaje y una parodia”. “Se llama Iñigo y se cambia el nombre por Ignacio, que literalmente es el que arde o el nacido del fuego -el nombre de la muestra Ignite, es un guiño a este hecho-. Le hemos dado el gusto de quemarle varias veces, al principio, como vela; luego con esos restos lo hemos transformado en bronce”, relató el diseñador, quien puso en valor que la imagen recreada es la del propio santo. “Esta es la cara literal de San Ignacio”, explicó. No obstante, algunos de los bustos se muestran más completos que otros. En ocasiones solo se puede observar la boca y la nariz, mientras que en un solo caso se puede percibir las facciones más o menos completas.

Sobre todo el camino recorrido hasta la fecha con su instalación, Bregaña afirmó que “ha ido evolucionando” y en este sentido trajo a la conversación palabras del propio santo: “Hay una cosa bella que dice San Ignacio: vencer a los demás no es suficiente. Hay que vencerse a uno mismo y eso tiene algo de artista. Este no pelea contra los demás, sino que se enfrenta a transformaciones, a una especie de metamorfosis y en un estado de crisis permanente. Creo que representa bien la ambigüedad en la que el rostro queda deformado o fragmentado como una derrota sobre sí mismo”.

estados unidos Una adaptación de Sancti Ignatius Ardens se ha podido ver hace poco fuera de nuestras fronteras. La galería Manresa de San Francisco, en Estados Unidos, especializada en obras de arte relacionadas con la fe, exhibió entre el 1 de abril y hasta el 20 de mayo, cinco velas en una exposición que se acompañaba por textos poéticos del propio Bregaña sobre pasajes de la vida del santo.

Ese “azar” sea probablemente el que haya hecho que Manresa, en Catalunya, sea donde culmina el camino ignaciano, lugar en el que San Ignacio residió durante unos meses en 1522, y al que llegó partiendo de Gipuzkoa y “bordeando” Navarra.