donostia - La cabina de Antonio Mercero se proyectó ayer en Tabakalera. Lo hizo en la primera jornada del nuevo festival de series Crossover, de la Filmoteca Vasca y del Ayuntamiento de Lasarte-Oria. La presentación corrió a cargo de uno de sus hijos, Antonio Santos Mercero, periodista, guionista de cine y televisión, y escritor.

¿Qué le parece el homenaje que se le brindó ayer a su padre en Tabakalera?

-Es un honor que se le haga un homenaje a mi padre en su tierra y en un festival de televisión que arranca. Para toda la familia es un honor y yo estoy encantado de haber participado y de haber estado ahí.

No habrá sido fácil para la familia abordar la enfermedad de su padre.

-No es fácil. El alzheimer lo padece el enfermo y también la familia. Vas viendo cómo se va a apagando y cómo desaparecen las esencias de la persona que conocías. Te preparan para el hecho de que va a dejar de reconocerte pero no para lo contrario, que tú vas a dejar de reconocerlo a él. Eso va pasando porque desaparece toda su alegría... todo lo que convierte a una persona en lo que es.

Ayer se proyectó ‘La cabina’. ¿Cómo cree que influyó el éxito de esta en la obra posterior de su padre?

-Fue llegar y besar el santo. Él debutó en los años 60 con una película que se llamaba Se necesita chico, y después estuvo subsistiendo como buenamente pudo. Por ejemplo, haciendo documentales para Televisión Española, entonces no había otra. La cabina fue su primer gran espaldarazo y lo situó en otro territorio. Esta profesión ha sido siempre muy difícil y para él también lo fue. Quizá la gente piensa que siempre fue un hombre de éxito, pero no fue así. El éxito de La cabina le sirvió como motivación para proponer películas y series de televisión. Es muy importante que cuando te dedicas a esta profesión algo refrende tu talento y veas que puedes conectar con la gente.

Consiguió nada menos que un Emmy.

-Recibió el respaldo de la crítica, de los festivales y del público. Es una obra que se mantiene en pie 40 años después. Es una obra, además, muy contemporánea. Es una maravilla.

‘La cabina’ habla de aquel aislamiento e incomunicación de la sociedad a finales del franquismo.

-La crítica al franquismo y a la falta de libertad de expresión es tan obvia que sorprende que pudiera escapar a la censura. Es un mensaje que es ahora extrapolable desde otro lado. Ya no estamos en un país sin libertades, pero es extrapolable en otro sentido, por ejemplo, de la incomunicación del ser humano. Creo que tiene más de una lectura pero, la más evidente, siendo un filme del año 1972, es la de la falta de libertad de expresión.

En una visión descontextualizada, si se proyectase hoy en día por primera vez, podría ser igual de válida desde otro punto de vista: la inacción de la sociedad ante un hombre atrapado por la tecnología.

-Es asombrosa la contemporaneidad que ha adquirido desde otra clave, que era impensable cuando se rodó. Es increíble cómo se ha ido adaptando. Es una película que todavía hoy tiene una fuerza tremenda, fuera de las claves históricas del momento en el que se hizo.

Hoy en día podría ser perfectamente un capítulo de ‘Black Mirror’.

-(Ríe). Sí, tienes razón. Podría ser un capítulo de Black Mirror de los buenos.

También es cierto que su padre siempre quiso dejar un mensaje abierto sobre ‘La cabina’. Quería que cada uno la interpretase como quisiera.

-Él nunca quiso pronunciarse claramente sobre si era una crítica al franquismo. Él quería que la gente pensara. A él le gustaba el argumento de un hombre que entra a llamar por teléfono y no puede salir de la cabina y todo lo que va pasando después, que la va convirtiendo en una película de terror. Del costumbrismo al terror, es un cambio de tono bestial. Pero es verdad que nunca se pronunció claramente. Me parece sabio también que el espectador, una vez terminada la obra, la haga suya y la interprete como mejor le parezca.

¿Qué destacaría de la carrera de su padre?

-El olfato que tenía para conectar con el público. También el uso del humor como una clave en las historias más dramáticas que hizo, no sé si para suavizar la dureza de la trama o para dar su mirada del mundo, que se componía del dolor y del humor siempre. En los momentos más dolorosos irrumpe lo ridículo y lo humorístico. Ese tema a él le encantaba. Y ya, escogiendo una obra, creo que lo mejor que hizo fue La cabina. Tiene películas que están muy bien, pero se le conoce más como creador de series de televisión. Es un medio más popular y en él tuvo la suerte de colocar, al menos, tres éxitos muy icónicos para la cultura. Yo creo que hay que reivindicar también películas que hizo como Espérame en el cielo (1988), La hora de los valientes (1998), La guerra de papá (1977) o Planta 4ª (2003).

Desde luego, el trabajo de su padre influyó en ustedes, en sus hijos, que acabaron por seguir su camino.

-Sí, mi hermano Iñaki hace series de televisión y yo escribo guiones de series y de cine. Además, también escribo novelas. Influyó sobre todo haber crecido con un padre que era un enamorado de la lectura y del arte de contar historias. El amor por la literatura me lo inculcó él a base de regalarme libros y también por el cine. Nosotros teníamos una biblioteca enorme. Y grabábamos lo que echaban en la televisión. Primero, en Sony Betamax y luego en VHS, hasta conseguir una buena colección de películas clásicas que veíamos por la noche.

No se opuso a que siguiesen sus pasos.

-En absoluto. Yo creo que le gustaba e, incluso, lo estimuló. Estudié Periodismo y él quería que hubiese estudiado Cine. Supongo que por rebeldía y por desmarcarme un poco de su camino mi primera tentativa fue la de ser periodista, profesión que ejercí, antes de rendirme y hacer lo mismo que hacía él (ríe).

Cuando a su padre le dieron el Goya de Honor en 2010, usted afirmó que una de sus mayores penas es que no le hubiesen dejado asistir al estreno de ‘La próxima estación’ (1981).

-Tenía unos trece años cuando se estrenó y creo que estaba marcada para mayores de 16 -la película trata sobre un aborto-. En esa me quedé fuera, la vi después.

¿En ese momento fue consciente de que su padre también rodaba cosas para adultos?

-Sí, esa fue mi primera toma de conciencia al respecto. Verano Azul era prácticamente lo anterior. De repente vi que manejaba temática adulta, como podía ser la relación entre padres e hijos en una España un poco carca en esas cuestiones. Y él se arrimaba a toda clase de temáticas, no solo escribía para mí (ríe).

¿Dónde se encontraba más cómodo?

-El se sentía a gusto en la comedia pero le gustaba tocar problemas que la gente reconociera de forma inmediata. La diferencia es que siempre metía su mirada. Quiero destacar que no le tenía ningún miedo a la ternura. Parece una cosa facilona, pero no lo es. Es un buen tamiz para contar historias y a él le gustaba para acercarse a estos relatos tan dramáticos. Sus películas favoritas eran las comedias y los musicales, que son más ligeras en el tono. Creía, creo que con razón, que la vida se compone de todo y que hasta en el mayor drama aparece la luz en algún momento.

Atendiendo a su faceta como guionista de televisión, ¿cómo valora el sector de las series en el Estado?

-De una manera muy positiva. Empecé en el mundo del guión cuando empezaban las televisiones privadas. Hasta aquel entonces existían muy pocas series. La profesión de guionista la fuimos construyendo entre todos porque había muy pocos. Desde aquella época hasta ahora ha habido una evolución brutal. Ahora se produce mucho, que es de agradecer, y el estándar de calidad de los productos es muy alto. Se venden fuera, gustan mucho y se hacen series de temática muy variada. No parece haber límites ahora mismo, ni de temas, ni de nada. Con los nuevos canales que tenemos, una serie tuya se puede ver en todo el mundo.

¿Hay alguna serie que le haya enganchado últimamente?

-Hay varias. Soy muy consumidor de Netflix y estoy viendo un montón de documentales. A veces, también me asomo a ver lo que están viendo mis hijas y me doy cuenta que series como La casa de papel no están nada mal. Te puedes ir a ejemplos muy dispares. Por ejemplo, la serie documental Wild Wild Country -también en Netflix- es fantástica.

Los contenedores como ‘Netflix’ han cambiado los hábitos de consumo y como consecuencia cambiarán también la manera de hacer series.

-Lo de esperar al jueves a las diez para esperar al siguiente capítulo se ha acabado. Todavía hay un nicho de consumidores generalistas que sigue consumiendo así pero la mayoría ya se ha ido al empacho de capítulos seguidos y a verlos cuando nos dé la gana. Es una revolución.

Se lo comentaba porque los canales generalistas en abierto del Estado siguen apostando por capítulos de 75 minutos, cuestión que cada vez tiene menos sentido.

-Estoy de acuerdo. Nos estamos acostumbrando a otro tempo de 50-60 minutos. Además, las series españolas cuando las ves en la televisión en emisión con publicidad se van casi a dos horas. Se está volviendo complicado. Nosotros a la hora de escribir notamos el cansancio de llegar a 70-75 minutos. Estamos integrando otra duración. Es una vieja reivindicación de los guionistas, adaptarnos al formato americano que siempre nos ha parecido que era mucho mejor: la comedia de 25 y el drama de 45 minutos. Aunque hay que decir que ya hay dramas que empiezan a durar 60.

Esos 75 minutos se preparaban para cubrir el ‘prime time’.

-Las cadenas querían llenar el prime time del todo con un solo capítulo. Les resultaba más rentable. Nosotros les decíamos que metiesen dos seguidos pero les encarecía la noche. Las cadenas son negocios y lo que quieren es optimizar los recursos. Yo creo que irá cambiando. Al final, cada vez hay más gente que se arrima a estos nuevos contenedores y eso tiene que provocar una reacción.