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La tierra prometida de don Pío

Espasa reúne en un mismo volumen las cuatro novelas de temática vasca escritas por Baroja entre 1900 y 1922

La tierra prometida de don Pío

dONOSTIA - Por primera vez, Espasa ha reunido en un mismo volumen las cuatro novelas de temática vasca escritas por Pío Baroja. En los años 30 del pasado siglo, la centenaria editorial publicó bajo el título Tierra vasca la trilogía compuesta por La casa de Aizgorri (1900), El mayorazgo de Labraz (1903) y Zalacaín el aventurero (1909), a las que ahora se suma La leyenda de Jaun de Alzate (1922). “Es un libro que va a quedar siempre ahí, aunque no vaya a crear grandes titulares. No se había hecho hasta ahora en un único volumen y es muy importante”, afirmó el sobrino nieto del escritor, Pío Caro Baroja, en la presentación de la tetralogía, realizada ayer en el centro Koldo Mitxelena junto al escritor Jon Juaristi y Ana Rosa Semprún, responsable de Espasa.

Según apuntó Caro Baroja, la publicación de esta tetralogía es un modo de “reivindicar al mejor Baroja” y de sumarse tanto al 60º aniversario de la muerte del escritor como a la celebración de Donostia 2016. A su juicio, Tierra vasca sirve también para “reivindicar la cultura con mayúsculas” en una ciudad que a veces parece prestar más atención a la gastronomía que a la literatura o a la filosofía.

Tampoco obvió la “relación conflictiva” que Baroja mantuvo con su ciudad natal, de la que llegó a decir que tenía un espíritu “lamentable”. “Allí no interesa la ciencia, ni el arte, ni la literatura, ni la historia, ni la política, ni nada. Únicamente interesa el Rey, la Reina Regente, los balandros, las corridas de toros y la forma de los pantalones”, escribió en Juventud, egolatría (1917). Sin embargo, Caro Baroja recordó que en el mismo texto su tío abuelo añadió: “A pesar de todo el rastacuerismo, de toda la quincalla, de todo el jesuitismo y de todo el mal gusto que tiene, San Sebastián ha de llegar a ser, dentro de unos años, un pueblo importante y serio”. A su juicio, hoy Don Pío “se sentiría muy orgulloso” de Donostia, que “ha cambiado muchísimo, no solo en lo estético”. “Es una ciudad que, aparte del tema gastronómico, que quizá le hubiese irritado un poco, le habría resultado bastante más acogedora que entonces”, opinó Caro Baroja.

Las cuatro obras Según las notas de la editorial Espasa, la “tierra soñada por Baroja en la tetralogía es bella, agradecida y pintoresca, una especie de tierra prometida”. El escritor bilbaino Jon Juaristi, experto en Baroja, recordó que fue este quien acuñó la expresión tierra vasca, que hasta entonces no se utilizaba. El autor de El árbol de la ciencia (1911) creó “una nueva identidad vasca de tipo liberal, más o menos inspirada en la ilustración vasca del siglo XVIII de los caballeritos de Azkoitia”. “Creía en una utopía liberal y hasta cierto sentido, antiforal, pues decía que los fueros eran una barrera contra el liberalismo y la democracia”, subrayó Juaristi.

La casa de Aizgorri, ficción dialogada con forma más teatral que novelesca, sirvió a su autor para tratar una de las grandes preocupaciones de su generación, la decadencia social. A juicio de Valle-Inclán, esta era “una obra humana y triste, proyectada sobre una lejanía de niebla por donde pasan vidas de ensueño”.

En El mayorazgo de Labraz, ambientada en un “pueblo de la antigua Cantabria”, Baroja trató otro de sus grandes temas: el contraste entre el hombre de acción y el hombre contemplativo. En palabras de Juaristi, la novela ofrece una visión de la España del siglo XIX a través de un “curioso impertinente”, el inglés Samuel Bothwell, que llega a España, se enamora del país y evoca en “tono melancólico” un mundo de viejos hidalgos arruinados que está desapareciendo.

Plena de suspense, Zalacaín el aventurero narra las peripecias de otro “hombre de acción, un contrabandista que trabaja para los liberales en contra de los carlistas”. El bando tradicionalista está encarnado por la familia de Carlos Ohando, señorito local de cuya hermana se enamora el protagonista, abocando la historia a un final trágico.

Finalmente, con La leyenda de Jaun de Alzate Baroja realizó “la reivindicación de ese País Vasco liberal que nunca existió”, según dijo Jon Juaristi. Escrito en la casa beratarra de Itzea, donde redescubrió la tierra vasca de su infancia, el libro es “su gran poema de amor a esa pequeña patria utópica de la regata del Bidasoa”, así como una reflexión de los males que la religión trajo a esas gentes que vivían felices en la naturaleza y en comunidad. Con mucho elemento vanguardista, la novela supuso “el canto de cisne del liberalismo” antes del golpe de Estado de Primo de Rivera.