La exposición de Gorriti, laboratorio educativo
la muestra del artista navarro en el palacio miramar se exhibe desde hoy en la ikastola aranzadi de bergara
La exposición de Juan Gorriti recala desde hoy en la ikastola de Bergara -que el próximo domingo celebra el Kilometroak 2016- tras su exitoso paso por Donostia. La capital guipuzcoana, faro cultural y artístico, ha acogido en sus más selectos salones y jardines a un ilusionado y lleno de ideas Juan Gorriti. En este escenario maravilloso, como ave rapaz que vigila los montes circundantes y el bello litoral, mostró sus propuestas, llenas de sugerencias, abigarradas de color, de texturas, revolucionando el arte póvera hasta hacerlo sorprendente. La ikastola Aranzadi se convierte así en un laboratorio improvisado donde el propio escultor planteará propuestas creativas a los alumnos y alumnas. Tras su paso por Bergara, la exposición viajará a Gales.
Acostumbrado a un paisaje abrupto, a su silencio, su obra encuentra ahora acomodo, gracias al patrocionio de la Fundación Torre Olaso de Bergara, en varios salones del Real Seminario que alberga la ikastola, con una selección de su quehacer más actual, en íntima comunicación con el mundo de la infancia y la educación. Para definir la obra y el quehacer de este artista sensible, humilde y generoso, se debe acudir precisamente al territorio denso de los recuerdos de la infancia en el valle de Larraun que lo vio nacer. Creció en el seno de una de aquellas familias numerosísimas, en las que el rigor de la posguerra obligaba a trabajar cuando apenas se tenía uso de razón. Sus primeros recuerdos le llevan al taller de carpintería de su abuelo, en el que juega y aprende, el manejo de herramientas y materiales, principalmente la madera. La destreza en su manejo y el dominio de sus posibilidades estéticas y constructivas le aportan conocimientos muy útiles para expresar ideas y construir volúmenes o estructuras.
amor a la tierra Gorriti posee la sabiduría natural de los hombres del campo y el talento creativo de los artistas. Es un ser libre, dueño de su destino, conocedor de su entorno, sensible amante de la cultura autóctona. Su amor a la tierra ha crecido con cierto halo de tristeza por la pérdida de patrimonio material e inmaterial que ha supuesto la industrialización. También por el escaso respeto al paisaje, que el mundo rural ha tenido que soportar desde mediados del siglo XX. Y es que en su niñez corrían otros tiempos, había menos facilidades. Los pueblos parecían estar más alejados de la ciudad que nunca. Pese a ello, aquel muchacho sentía de cerca el cariño y el respaldo de los suyos, que en medio de un cierto temor asombrado, le veían crear con sus manos.
Espacios como las ganbaras (desvanes), que fueron despensas, reservas de lo útil y lo inútil, dormitorios improvisados, o lugares de castigo para aquel niño travieso, inspiran constantemente sus obras y le llevan a imaginar misteriosas estructuras y soportes. Las líneas entrecruzadas, las maclas de la madera, sus yuxtaposiciones y encuentros, son fuente de inspiración y lugar seguro en el que encontrar el fundamento, la ley de formación de su obra.
Aquellos primeros pasos que en el difícil mundo artístico de entonces comenzaba a dar, con voluntad recia y amor desbordado, eran promesa de futuro. Conoce a Remigio Mendiburu y a Jorge Oteiza, sus grandes referentes. Ese contacto le abre la mente y comienza a trabajar de forma concienzuda, con una visión más depurada; tanto en la pintura y el grabado, como en la escultura y las instalaciones. Está comprometido con la divulgación de las tradiciones y leyendas populares a través del arte, la etnografía y los oficios perdidos. Mantiene un constante afán de buscar nuevos significados e interpretaciones a la tradición, acordes con el arte de vanguardia.
Su admiración por la arquitectura tradicional es más que evidente. Sus elementos primordiales (piedra, madera, arena y cal) inspiran su obra. Las complejas estructuras de las generosas cubiertas, los forjados de casas e iglesias, de bordas y chabolas (pequeñas construcciones auxiliares) llaman su atención y le sirven para incidir de forma constructiva, en cada instalación o trabajo artístico.
arquitectura tradicional Esas complejas estructuras de madera que recuerda de la niñez y sus mal ajustados ripios, que fácilmente dejarían pasar los rayos del sol, creando efectos de claroscuro, definen formas y evidencian el paso del tiempo, el polvoriento tapiz que recubre las imágenes de la infancia, que flota en el ambiente y que resume su historia. Los ensamblajes secretos de la madera, las retículas, hechas con varas de avellano y yeso, sus encuentros y yuxtaposiciones, fijan también celosías creativas en la memoria de Gorriti. Su obra gráfica está plagada de ejemplos que así lo evidencian. Ciertamente, las líneas maestras de la construcción tradicional son el eje de su obra, combinación de fortaleza y durabilidad. También los puentes, caminos, fuentes, o humilladeros, las langas, atraen formas y secuencias que él recrea con pasión. Siempre ha admirado la facilidad de los antepasados para hacer de la necesidad virtud.
Juan no se considera escultor. Ni pintor. Pero mantiene un pulso muy vivo con el arte. Lo que le acerca a la actividad creativa es su interés por devolver al público sus vivencias aprendidas y heredadas. En ese empeño, su trabajo también evidencia una transformación de los símbolos y la materia tradicionales, hacia una adaptación nueva a las dos o tres dimensiones. Gorriti valora enormemente el mundo de los signos pertenecientes a la mitología y antropología vascas, analiza sus proporciones y orden descriptivo. Dialoga con las imágenes que surgen de la tradición, mediante el trabajo de carpintero, tallista o grabador.
La reutilización de los materiales es otra de las claves de su lenguaje. La sostenibilidad, el aprovechamiento racional de los recursos han sido para él motivo de lucha y pedagogía. Le interesa enormemente dar una nueva opción, una segunda oportunidad a la materia. Casas e iglesias arruinadas, o arrasadas por el fuego, son redimidas de sus siniestros con la veneración propia de un asceta. Gorriti se muestra crítico con la realidad que se vive, con el despilfarro y la falta de respeto al medio rural. La sobriedad, la austeridad y la generosidad son para él un tesoro interiorizado desde su más tierna infancia, que expresa de una forma cercana al arte póvera.
Basta con visitar su casa-estudio de Arribe para disfrutar de su hospitalidad (es punto de encuentro de artistas). Allí se reúnen todos los elementos que reflejan sus obras: lo viejo, lo nuevo, las reliquias, los pequeños tesoros etnográficos, etc, Su casa es sobre todo el lugar de sus batallas, donde se ensamblan sus ideas, donde tienen lugar sus experiencias con la materia y la forma. Las sorpresas creativas suelen ser muy numerosas. El cariño al revelarlas, con candorosa humildad, resulta siempre muy revelador.
Está permanentemente dispuesto a transmitir sin envanecimientos la forma de vida y la tradición de nuestro entorno. La llana sinceridad de su obra, el poder sugestivo de los mitos y leyendas que maneja, le convierten en “señor protector de esta tierra”, que tanto amor le inspira y que llena de contenido su discurso. Para él, “el arte es sentir y comunicarse con el entorno” es dejar un mensaje a los demás, para que lo interpreten, lo disfruten, o lo aprendan.
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