BILBAO- Fito Cabrales dice sentirse “en capilla y emocionado” ante el fin de la gira de su último disco, Huyendo conmigo de mí, que han presenciado ya más de 350.000 personas. El agur con sus Fitipaldis tendrá lugar esta noche en el BEC. “El plan posterior es criar a mis hijos y coger el pulso a la vida normal”, apostilla.
¿Cómo se encuentra?
-En capilla, meditando. Hasta duermo en postura de yoga. (Risas)
Cierra gira en el BEC. ¿Apetece decir ‘agur’ en casa?
-Al subir a un escenario estás como en un sueño y da igual dónde tocas. Hay que ser capaz de evadirse porque la música es eso, subir al escenario, oír los primeros acordes y sentirte transportado a otro lugar. A pesar de todo eso, esta vez es diferente, ya que no acabamos en Madrid y, por lo tanto, va a ser muy emocionante. Llevo pensándolo semanas y todavía se me saltan las lágrimas.
¿Añade una responsabilidad extra?
-Responsabilidad existe en todos los conciertos porque siempre quieres hacerlo bien. Y lo normal es que no suceda (risas). Pero si quiero quedar bien en algún lugar es en casa porque al día siguiente tengo que pasear y comprar el pan. Hemos hecho tantos conciertos que sabes que va a estar bien si no sucede una catástrofe. Otra es lograr la perfección, la noche mágica. En ese caso, disfrutas y logras llevar de viaje a la gente, haciéndola feliz.
En diciembre de 2014 la lió en el BEC ante 17.000 seguidores. ¿Recuerda que fuera mágica la noche?
-Todas lo son si tocas en casa. Las del BEC, el Arriaga, las del Kafe Antzokia? Espero que esta lo sea también porque conozco a la mitad de la gente que irá, directa o indirectamente. (Risas) Habrá familia, amigos de Bilbao, de Gorliz, donde viví, de media Gernika, donde resido ahora?
Podría tocar en zapatillas de casa.
-A eso no me atrevo, iré con camperas. (Risas) Trataré de hacerlo un poco mejor que siempre.
¿Habrá novedades en lo técnico, la escenografía o el repertorio o todo ha funcionado bien?
-Para la mayoría, que va a cantar y bailar, no las habrá. Pero sí ha habido ajustes, aunque son muy técnicos. Se han afinado y perfeccionado cosas, también en lo musical, con nuevos arreglos, cambio de orden de canciones o bajadas de velocidad en otras. Ahora es cuando mejor sonamos porque llevamos muchos bolos.
¿Qué canciones nuevas le han sorprendido en esta gira?
-En esto hay pocas certezas y muchas sorpresas. Tras el single, que es la referencia, van otras más ocultas. Esas te sorprenden, como Después del naufragio o la versión de Javier Krahe de Nos ocupamos del mar. Han funcionado muy bien a pesar de que la gira es de momentos muy altos, de estar muy arriba. El concierto es para cantar y dar saltos, pero me gustan las subidas y las bajadas.
Ha vuelto a aguantar la crisis tocando para más de 350.000 personas.
-La gira ha ido bien, pero no como antes. Todos notamos la crisis porque no vivimos aislados, ni somos de otro planeta. Y con la venta del disco, igual, aunque el álbum ha sido Triple Platino. Eso sí, me resulta muy incómodo quejarme porque vivo bien de lo que más me gusta. Sería injusto hacerlo.
¿Ha sido una gira tranquila?
-Ha sido espectacular en lo musical, y lo teníamos difícil tras la de teatros, sitios preciosos que siempre sonaban bien. Por eso recurrimos a un escenario grande, con pantallas para que el público nos siguiera y añadimos historias a los vídeos. En lo personal sí ha sido más complicada.
¿Por su paternidad reciente?
-En parte. Es algo que te cambia la mentalidad y no estás centrado al 100% porque no dejas de pensar en lo que dejas en casa, a esa niña pequeñita. Y ha resultado agotadora porque empecé con problemas físicos, con una hernia recién recuperada, y luego vino la muerte de mi aita.
Como usted mismo canta, “el chaval se fue”, ¿eh?
-Sí, no le quería dejar marchar pero se fue. (Risas) No te dan opción. Lo intentamos, pero la vida es así.
Suele decir que es “poca cosa” y que se siente “más Peter Pan que Superman”. ¿Falsa modestia o la estrella es un garabato del Fito real?
-No es modestia, lo digo en serio. No tengo vocación de estrella del rock, aunque algo de ego habrá porque me subo a un escenario. No es mi misión ser una estrella. Solo me interesa la música y no puedo entender la vida sin ella. No presumo de cantante, ni de guitarrista; eso me aburre, no juego en esa liga porque no veo recompensa en ella. De lo que sí presumo es de hacer un gran equipo y disfrutar con él porque me hace mejor.
¿Qué le gusta menos de su imagen de icono y estrella?
-Lo más duro es estar condenado a estar siempre bien, no poder estar afónico o resfriarte. En gira, los problemas de Siria se van a tomar por el culo si te cortas un dedo porque van a verte para que estés bien.
¿Qué hará mañana, el día después del fin de gira?
-Tengo planes con los chavales y comeré con ellos. Pero me cuesta volver a la realidad, como a todos los músicos. Vives en un tobogán, ya que pasas de tocar ante 15.000 personas a estar en el sofá viendo el Teleberri. Hay que tener la capacidad de coger el pulso a la vida normal, el de la tranquilidad, el de no tener que hacer la maleta, el de que pasen las semanas y seguir en casa. Se tarda en ser consciente de que la vida gira de otra forma. Me costará un par de meses.
Toca desengancharse de la música.
-En mi caso, no. Antes de la entrevista estaba con la guitarra. El músico es eterno, nunca deja la música. Es mi profesión, sí, pero no entiendo la vida sin tocar o escuchar música. Esta semana estoy con el CD de David Gilmour, de Pink Floyd. Toda mi vida gira en torno a la música.
Pero toca vivir primero para poder volver a componer.
-Usted lo ha dicho. Hay que dejar espacios, parar y reflexionar. Yo quiero evitar la inercia de seguir tocando. ¡Y podríamos hacerlo dos años más! No estamos en esto para exponernos y por el dinero. Estamos obligados a darle importancia a la música.
Según la media, no habrá disco nuevo hasta 2019.
-(Risas) Si cumplo la estadística, por ahí irá. No hay fecha para un disco nuevo, ni siquiera sé si lo habrá. El plan es criar a mis hijos, especialmente a la pequeña, pero irán saliendo cosas y jugaré con ellas hasta que se conviertan en canciones.