Juan Garmendia bihotzean
El 18 de julio del pasado año 2014 participé en la presentación del libro de Juan Garmendia Larrañaga Hamarrenak, el gran amigo cuyo fallecimiento lloramos con lágrimas en los ojos, nieblas en la mente y alfileres en el corazón, en la Areta Nagusia de Ayuntamiento de Tolosa. Este artículo es una versión reducida de mi intervención.
Conocí a Juan Garmendia, Juanito para los amigos, a finales de los 70 del siglo pasado a través de un libro suyo sobre el carnaval vasco, Ihauteria. Debía preparar una conferencia acerca del Carnaval gallego para impartirla en Trintxerpe y en la Casa de Galicia de Donostia y me parecía una desfachatez no conocer los rasgos esenciales del carnaval vasco. Es evidente que posee orígenes y connotaciones semejantes al de otros países, pero todo pueblo poseedor de una identidad nacional privativa, confiere caracteres diferenciadores a sus costumbres y tradiciones. El libro de Juan Garmendia sobre el tema me sirvió de anfitrión, guía y luz. Sin conocer físicamente al autor, ya simpaticé con él por su estilo ameno, por su rigor en la investigación y, sobre todo, por una intuitiva sensación al leerlo: rezumaba un profundo amor a Euskal Herria.
Decía Goethe, el ilustre escritor romántico alemán, que desde una diminuta ventana se podía admirar la grandeza del universo. También desde este pequeña patria, Euskal Herria, se puede engrandecer la magnificencia polifónica del concierto de pueblos que conforman el mundo, a semejanza de las multicolores teselas configuradoras de un bello mosaico.
Cuál no sería mi sorpresa, pocos años después, al encontrarme un recio y fornido mozo ya adulto, sentado entre un alumnado imberbe, con la mirada fija en un profesor extraño, que parecía emerger de entre la neblina de un aquelarre céltico y brumoso del Finisterre, tierra misteriosa de meigas, libando incitadoras queimadas y bailando danzas libidinosas.
Me invitó a impartir algunas conferencias en la antigua villa foral. Recuerdo con especial deleite las que pronuncié en la sociedad Txinparta sobre el corrosivo humor de nuestro gran Castelao.
Efectuamos numerosos viajes por el corazón de Gipuzkoa: Altzo, Ataun, Errezil, Usarraga, Beizama, Asteasu, Betelu, en Navarra, Zaldibia, Mutiloa, Segura, Zerain, Aduna, Anoeta, Villabona, Orio, Oñati, etc. Durante esos periplos, además de transmitirme su enorme sabiduría sobre hechos, monumentos, costumbres y personajes, me presentó a algunos de ellos como D. Joxe Miguel Barandiarán, Antonio Mª Labayen y Julio y Pío Caro Baroja. No faltaba el consiguiente pausado yantar, siguiendo la máxima latina: “Primum vivere, deinde philosophare”. Su amena conversación desprendía una enorme admiración por el paisaje y cercanía no fingida hacia el paisanaje. Lo mismo hablaba con el korrikalari de Betelu, con el tabernero de Beizama, con el baserritarra de Amezketa, con el alcalde de Elduaien, con el médico de Errezil o con el cascarrabias de Jorge Oteiza. Para nadie es un secreto que sentía una connatural preferencia por la investigación de campo, no tanto la de salón, aunque ésta tampoco la despreció. Manifestó abiertamente un inmenso amor por el euskera, idioma patrio, minorizado, diglósico, a veces denostado y en otros tiempos castigado.
La tertulia en la trastienda de la calle Mayor era un verdadero foro y ágora de sencilla sapiencia. Se hablaba de “humana et divina re”, sin guión previo, con un fair play de educación y respeto, en contraposición total a las tertulias televisivas, que cotidianamente sufrimos. Juanito, Aguire, Goikoetxea, Castro, el practicante y otros intervenían, sin interferencias mutuas, a veces acaloradamente, desde diferentes posiciones ideológicas. La charla terminaba con un paseo, no muy largo, de degustación de caldos vinícolas, pues el vino en sana medida “laetificat cor” y si se utiliza “cun mica salis” es saludable “ad depellendum merorem”, es decir, el vino alegra el corazón y con medida es bueno para expulsar la melancolía.
Hemos asistido, mi mujer y yo, a los acontecimientos familiares lúdicos y luctuosos: bodas de sus dos hijos, Tomás e Inazio, entierro del aita, de su querida esposa Juanita y de la cuñada, Feli. En la boda de su hijo Tomás, con extraordinaria comida en el restaurante Castillo, Juan Antonio Garmendia Elosegui, gran amigo ya fallecido, sacó numerosas fotos a los asistentes, entre los que se encontraban D. Joxe Miguel Barandiaran y D. Julio Caro Baroja. Yo tenía gran interés en conservar un impagable recuerdo junto a esas dos eminentes personalidades de la cultura vasca. Después de unos meses de silencio, le pregunté al improvisado fotógrafo por ellas y me confesó, con gran disgusto por su parte, que la máquina no tenía el correspondiente carrete dentro. También asistí a la presentación de numerosos libros de Juanito. Muchos de ellos los conservo dedicados con el sincero y consabido remate: “Bihotz bihotzez”, símbolo imperecedero de nuestra inquebrantable amistad. Juanito es de los que siguen al pie de la letra el refrán latino: “Amicitia sit tibi melior auro” (La amistad sea para ti mejor que el oro).
No quisiera olvidar la defensa de su tesis doctoral en las obsoletas dependencias de la Facultad de Filosofía de Zorroaga sobre un tema novedoso, el léxico histórico-etnográfico vasco, que exigía largos años de investigación y recorrido por los más diversos parajes de Euskal Herria. Fue dirigida por D. Julio Caro Baroja y en el tribunal estaban presentes las más ilustres personalidades de la cultura vasca como D. Joxe Miguel Barandiaran o Koldo Mitxelena, junto a otras como María Jesús Buxó Rey, reconocida antropóloga catalana.
Juanito poseía otras cualidades personales, muy dignas de estima y nada frecuentes en el mundo actual: mentalidad abierta y dialogante, humanismo consciente de entronque ilustrado, búsqueda de la convivencia pacífica, sencillez congénita, plática distendida y entretenida, respeto por las opiniones ajenas, aprecio por la propia cultura sin desprecio por las ajenas, capacidad conciliadora, generosidad ilimitada, honradez intelectual, cortesía sin afectación, ética estructural bien asentada, un fino y elegante sentido del humor, bonhomía natural y el valor de la solidaridad, en una sociedad como la nuestra en que predomina el adagio: “Cada uno va a lo suyo, menos yo que voy a lo mío”.
En el otoño de 1986 realizamos juntos un viaje a Galicia con motivo de la conmemoración del centenario del nacimiento del más ilustre gallego, el admirado Castelao. Se celebraba un congreso en la Facultad de Geografía e Historia en torno a su indescriptible personalidad. En él paricipé con una ponencia y Juan Garmendia acudió en representación de Eusko Ikaskuntza. Conoció a mis padres, ambos ya fallecidos. También conoció en Santiago a varios galleguistas de Buenos Aires, amigos de Castelao en el exilio, entre ellos un curioso personaje: Xosé Bieito Abraira. En la Estradense, conocido restaurante santiagués de comida casera, le presenté al ínclito Abraira, un independista gallego emigrado en Buenos Aires y albacea de Castelao. Le asombró por su radicalismo nacionalista. Repetía con contundencia textual: “Los españoles no razonan. Para hablar con ellos, primero hay que darles un par de ostias”.
El 10 de mayo de 1987 ingresé como socio de número en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País con el discurso Galleguismo y filovasquismo. Juanito Garmendia fue el promotor, inductor y embajador de esa entrada en una de las instituciones más antiguas y prestigiosas del país. Él pronunció un elogioso parlamento de acogida, con hiperbólicas loas a mi persona, que sólo se pueden entender como fruto de la amistad. Para su perorata solicitó a dos vates amigos su colaboración poética: Manuel María y el popular bersolari vasco Xabier Amuriza.
No me duelen prendas en afirmar que una parte no despreciable de mi amor e interés por la profundización en el conocimiento histórico del pueblo vasco se lo debo a Juan Garmendia Larrañaga. Con él aprendí no sólo a conocer el país, sino lo más primordial: a amarlo. Tampoco quisiera omitir la participación desinteresada, a un simple ruego mío, de Juan Garmendia en un libro colectivo de homenaje póstumo al escritor, D. Ramón Zulaika, tributado por el Ayuntamiento de Oiartzun el 15 de julio del 2010, con motivo del primer aniversario de su óbito. Juan coloboró en euskara y castellano, recordando los avatares de la “Academia Errante”, de la que ambos habían sido miembros.