"He negociado con mis personajes para imprimirles parte de mis propias vivencias"
El intérprete participará hoy en Los Jueves del Trueba, donde a las 21.30 horas presentará 'Sacristán. Delantera de gallinero', un documental sobre su figura
Donostia - Este documental dirigido por Pedro González Bermúdez es lo más parecido a una autobiografía de José Sacristán (Chinchón, 1937), figura indispensable de la interpretación española. Confiesa que alguna vez ha intentado apresar sus memorias en un libro, pero le ocupaba demasiado tiempo. "Soy lento y escribo de oído", se excusa el madrileño. Por eso se puso en manos del canal TCM y del Festival de Málaga, que coproducen este filme rodado sobre el escenario del Teatro Lope de Vega de su localidad natal y guiado por su propia voz y fotografías e imágenes de archivo.
Sorprende lo nítidos que son sus recuerdos de infancia y juventud...
-Es que el crío que fui me resulta muy próximo y querido. Toda aquella peripecia fue interesante, nada fácil, y tengo muy presentes tanto los pequeños como los grandes acontecimientos.
Como la primera vez que fue al cine y se sentó en la primera fila del gallinero del teatro de Chinchón. Equipara usted la experiencia con un "milagro". ¿Recuerda el título?
-No, pero creo que era una serie, una de esas historias de misterio por entregas, quizá de Fu-Manchú. En el pueblo no vi mucho cine porque nos mudamos a Madrid cuando mi padre, que era comunista, salió de la cárcel y fue desterrado. En el cine de barrio sí recuerdo haber visto títulos como Las mil y una noches, Alí Babá y los 40 ladrones, esas películas de aventuras con Errol Flynn o Tyrone Power.
Antes de que usted se convirtiera en actor de éxito, trabajó varios años en un taller mecánico y vendió libros para Círculo de Lectores. ¿Sabía, pese a todo, que terminaría siendo actor?
-Cuando trabajé como vendedor de libros ya había tenido una aventura como actor profesional, en una gira por América que no fue del todo satisfactoria. Al volver, entré en la compañía Lope de Vega de José Tamayo. Tenía dudas sobre si el trabajo de actor me daría para mantener a mi hijo, pero nunca dudé de que servía para esto.
Reivindica usted la 'españolada' como una escuela que, además, le permitió ganarse la vida...
-Guardo un grato recuerdo de aquella época. Sé perfectamente qué puñetas ha hecho cada uno y por encima de mi valoración de esas películas está el recuerdo de gente que confió en mí y de la que aprendí lo poco o mucho que sé. Teníamos una relación fraternal.
Pero ese cine ha sido generalmente denostado...
-En algunos casos, injustamente, se han echado al mismo saco obras que no merecen mayor atención y trabajos de cineastas muy interesantes como José María Forqué o Pedro Lazaga.
¿Cuál era su sensación al trabajar en esas películas?
-Había visto el panorama tan difícil y era tal la emoción de comprobar que se iban abriendo puertas... No me faltaba trabajo y se imponía la ilusión de ver que podía salir adelante en la profesión. Sin embargo, yo veía otras películas supuestamente mejores de directores a los que admiraba mucho pero que no me llamaban.
Al final, terminaron llamándole y protagonizó títulos como 'Un hombre llamado flor de otoño', 'Asignatura pendiente', 'La colmena' o 'El viaje a ninguna parte'. En esta última pronunciaba usted un maravilloso monólogo sobre el maná de los cómicos. ¿Sigue siendo difícil encontrarlo en esta profesión?
-Ahora las dificultades son otras. La mayor fuente de contratación para un actor está en la televisión, porque la subida del IVA ha puesto en apuro al teatro y porque en el cine es cada vez más difícil sacar adelante los proyectos, que se realizan en condiciones bastante precarias.
¿Por eso ha vuelto a la televisión con 'Velvet' después de casi 20 años?
-No exactamente. Con Velvet hay algo personal, los productores son amigos y hacía tiempo que andábamos coqueteando. Me han puesto todo tipo de facilidades para compaginar la grabación de la serie con el rodaje de otras dos películas. Además, es un producto digno en el que me encanta estar. He vuelto a la tela después de Éste es mi barrio porque me lo han puesto muy cómodo.
¿Y qué hay del cine? Últimamente le llaman mucho los directores jóvenes, gente como Javier Rebollo ('El muerto y ser feliz') o David Trueba ('Madrid , 1987')...
-Sí, estoy trabajando con una generación de cineastas con la que es un lujo trabajar.
¿Qué le aportan?
-Me entiendo de puta madre con ellos, no solo en cuestiones cinematográficas, sino en las cosas de la vida. Entiendo que hay una correspondencia, son cinéfilos, entienden el cine y les gusta. También he trabajado con Nacho García Velilla (Perdiendo el norte) o con Isaki Lacuesta (Murieron por encima de sus posibilidades), y ahora estoy rodando Vulcania, de José Skaf. Me rejuvenece comprobar que para ellos no soy un tipo ante el cual hacen concesiones en plan: "Que viene el anciano, ponedle la silla que no se canse". Si me apuran, soy yo quien les marca el paso...
El documental es también un homenaje a su figura y, por extensión, un repaso a medio siglo de cine español...
-Es un homenaje no solo a mi figura, también a Alfredo Landa, a Fernando Fernán-Gómez y a tantos otros que seguimos cubriendo la parte de la historia del cine de este país... Lo hemos hecho sudando la camiseta, desde actitudes sencillas y responsables...
¿Y cómo sienta saberse parte de la historia de una cinematografía?
-Creo saber el lugar que ocupo. Creo ser la correa transmisora de unos problemas, de unos personajillos en los que la gente de a pie se reconoció y se sigue reconociendo. He sido un buen cronista y testigo del tiempo que me ha tocado vivir. En mi historial no están los títulos ni los personajes propios de Vittorio Gassman o Laurence Olivier. De hecho, el actor cuya carrera más envidio es James Stewart, alguien que protagonizó películas como Anatomia de un asesinato, El hombre de Laramie o Vértigo.
¿Esa ha sido su principal especialidad, encarnar a tipos sencillos?
-Ha caído de todo, pero quizá a todos les he dado una impronta a base de negociar con el personaje para imprimirle parte de mis propias vivencias.
Recientemente ha recibido distinciones como el Goya o la Concha de Plata, pero dice usted que "el mejor premio es seguir trabajando"...
-Con los premios no te puedes obsesionar porque siempre serán más los que no te lleves que los que ganes. Por eso digo -y esto lo aprendí del maestro Fernán-Gómez- que en un país como España el éxito es la continuidad en el trabajo, siempre que sea un trabajo elegido y no uno que no tengas más cojones que aceptar porque tienes que pagar el recibo de la luz.
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