pamplona - Su poesía nace de hacerse preguntas. Y partiendo de ahí, Mary Jo Bang se sumerge en un proceso que va más allá de la mera inspiración en la escritura, porque ella trabaja con otros métodos compositivos de creación y de investigación para hacer su obra -a partir de diarios, de historias de otros autores que descompone y sobre las que inventa nuevas obras, de palabras y frases que emplea a modo de collages para su propia creación, etc.-. La poeta visitó Pamplona con motivo de la publicación de la antología de su obra El claroscuro del pingüino (Krilller71 Ediciones).

¿Qué le permite la estrategia que decidió adoptar de pensar en la narradora de sus poemas como una actriz para la que escribe guiones?

-Creo que llegué a ello mediante la escritura de los poemas de Louise in Love. Yo siempre había querido escribir una novela. Soy una novelista fracasada, y creo que tenía siempre en mente esa idea de aprender cómo construir un personaje. La idea vino a mí en un Starbucks. Vivía en Nueva York y oí hablar de esta nueva cafetería, era el primer Starbucks en la ciudad. Fui y me pareció todo muy encantador: mesas pequeñas, sillas muy cómodas, todo muy bonito. Y me dije: me sentaré aquí y escribiré un poema. Había enfrente dos sillas vacías, me senté y pensé, como hacen los niños: me inventaré personajes imaginarios. En un sillón creé a una mujer, y de alguna manera sabía que se llamaba Louise y qué aspecto tenía, incluso su corte de pelo. En la otra silla puse a un hombre, y entonces me pregunté, ¿bueno, y qué soy yo? Y decidí ser el otro, o la otra. Escribí varios poemas y me pareció muy divertido, así que me propuse volver a hacerlo. Al día siguiente fui a ver a una amiga, le enseñé los poemas sobre Louise y me dijo: yo sé quién ese esa mujer que has inventado. Y sacó de un cajón una foto de Louise Brooks; yo no sabía nada de su vida. Me fui a una biblioteca, conseguí unos libros sobre ella y resultó que era actriz del cine mudo y también escritora. Quería añadir más a lo que sabía de esa mujer. Y vi que era complicada, tenía muchos amantes, le gustaba beber... Y yo no hacía nada de eso (ríe), así que decidí que viviría a través de Louise Brooks esas experiencias. Me gustó escribir y opinar a través de Louise Brooks, y de esa forma perder mi propio miedo a decir las cosas porque era ella quien hablaba. Ese libro me enseñó el valor de poder dar un paso hacia atrás y dejar que otra persona hablase por mí.

Entonces, ¿ponerse un disfraz a través de la literatura le da más libertad y confianza para ser más honesta consigo misma al escribir?

-Sí, sobre todo para hablar de cosas serias. Me he inventado varios disfraces, uno de ellos en un libro sobre arte. En vez de describir el arte, me propuse estar dentro del arte, formar parte de él. Y hablar como ese personaje-objeto, caracterizado en arte.

Como Alicia ante la posibilidad de caer (referencia a uno de sus poemas), ¿ante una página en blanco siente que todo es posible?

-Lo fácil sería decir: sí, todo es posible. Pero la personalidad propia de cada uno te impide hacer ciertas cosas. Cuando escribo, tengo dos impulsos: por un lado algo me sale y otra parte de mi personalidad dice: no, esto no va bien, no puede ser. Vuelvo y lo cambio, o no. Es un juego de personajes. Una negociación permanente entre dos impulsos, el del policía vigilante y el prisionero liberado.

La indeterminación, presente en su obra, ¿activa la mente del lector?

-Eso espero. Pero hay diferentes tipos de lectores. Yo sería el tipo de lectora que quiere participar. Muchas veces en la poesía amontonas diferentes significados en una sola palabra o en una sola frase, agregas capas de sentido al lenguaje. Y sé que algunos lectores disfrutarán y solo podrán percibir la lámina más superficial, y otros lectores disfrutarán escarbando más profundamente. Luego hay otro grupo que quiere certezas. Con el tiempo, algunos escritores enseñan a sus lectores a leer sus trabajos, y acabas ganándote a algunos de los que quieren las certezas. Pero siempre habrá alguien a quien no gustará tu obra, y es normal, no puedes gustar a todos.

¿Hay algo de certeza en su poesía?

-No creo que el lenguaje sea estático. El lenguaje es el mejor método que tenemos de compartir, pero es inadecuado o incompleto para describirlo todo. La respuesta es no, no hay certezas, y menos en la poesía, donde se da ese amontonar significados en las palabras y las frases. La ambigüedad forma parte del lenguaje poético.

¿Y la persuasión?

-Esa es una pregunta que tengo muy presente en estos momentos, porque acabo de terminar un libro de poesía que trata temas políticos y sociales del mundo actual. En cambio, mi trabajo anterior tenía que ver con las interioridades de la mente. Así que me pregunto, ¿por qué hago esto?, si nadie lee poesía... Y las personas que leen poesía ya probablemente compartan tus pensamientos de todas formas. Pero creo que la poesía representa un espacio social donde podemos hablar sobre estas cosas que todo el mundo tiene en mente, un lugar donde el lector sabe que no está solo, que hay otras personas que comparten sus pensamientos. Hay muy pocos lugares donde podamos compartir los sentimientos más profundos, y la poesía es uno de ellos. Pero no estoy segura de si persuado a alguien o no.

En ese sentido, ¿la literatura tiene la capacidad de reconfortarnos, tanto al que lee como al que escribe?

-Puede reconfortar al lector, y puede distraer de forma positiva al escritor. No me da consuelo escribir sobre ciertos temas que son tristes, pero sí me distrae el buscar la palabra o la frase que necesito para poder expresar eso.

Antes hablaba de las diferentes capas de sentido en la poesía. Para apreciar eso y escarbar en los significados es muy importante la educación en el arte, desde pequeños. ¿Cree que existe la suficiente, o detecta carencias al respecto?

-Creo que aprendí mucho de arte al estudiar fotografía en la Politécnica Central de Londres, donde el programa era muy teórico, con énfasis en la semiótica. Eso me enseñó mucho acerca de los escritores, estaba leyendo entonces a Roland Barthes, y empecé a ver cómo funcionaba el lenguaje y cómo funcionaban las imágenes, eso me sensibilizó respecto a mi propio trabajo. Pero estudiar arte durante dos, tres o cuatro años es un gran privilegio que no todo el mundo puede permitirse. Hay que vivir, hay que trabajar, hay que ganarse el pan. Y hay muchos escritores que no han tenido una educación en el arte, pero sí mucha curiosidad; que son muy autodidactas y se han procurado la formación por su cuenta. Yo no voy a decirle a nadie cómo tiene que convertirse en poeta o en artista. Pero sí les diría a los gobiernos que apoyasen más y mejor las artes. Si fuera presidenta del mundo, eso es lo que haría, invertiría más en las artes (sonríe).

Esa escasa presencia del arte en la vida cotidiana, ¿cree que influye en que luego nos dé miedo o pereza hacernos ciertas preguntas que están, por ejemplo, en su poesía?

-Este tema es complicado, porque probablemente haya otro tipo de poesía más simple, pero no quiero subestimar nada... No subestimo la capacidad de la gente para poder hacer cualquier uso del lenguaje que está en mis poemas. Cada uno encuentra en la poesía algo, y yo no subestimo la capacidad de nadie en ese sentido, no digo qué es lo que deben encontrar.