la presencia de la soprano June Anderson en la tempora irunesa es motivo de enhorabuena, por lo que justo es felicitar tal logro a los gestores de la Asociación Lírica Luis Mariano. El centenario del rey de la opereta ha hecho que los asociados y cerca de dos centenares de aficionados disfrutasen con el trabajo de Anderson. La bostoniana cantó el domingo el mismo programa que días antes ofreciera en el Chatelet de París, solo que en esta ocasión el recital se transformó en un encuentro con formato de recital de cámara y, sobre todo, muy cercano.

Anderson, huyendo de falsos divismos sobre el escenario, se mostró ante todo generosa, nada de bolos, más bien al contrario, su interpretación de cada bloque de canciones fue in crescendo en cuanto a calidad e intensidad se refiere. Su voz sonó un tanto tibia en el inicial dedicado a Gabriel Fauré, tornándose en punto de inflexión la siempre agradecida Aprés un rêve. La primera parte dedicada a obras francesas (Fauré, Debussy y Poulenc) sonó correcta y muy expresiva, pero fue con La Dame de Monte-Carlo donde la cantante -que ofreció todo el recital sin partitura- entró ya de lleno en una forma de canto basada sobre todo en los textos -en este caso excelente dicción con la letra del surrealista Jean Cocteau- en las historias que cada tema ofrecía.

La segunda parte sin embargo resultó más redonda. En las melódicas obras de Leonard Bernstein confluyeron una proyección más contundente, con un ensamblado trabajo con el pianista Jeff Cohen, que siempre supo apoyar a la soprano en su justa medida. Que advirtieran de que no cantaría las dos obras de Gershwin anunciadas en el programa no hizo que se echasen en falta, ya que impresionó su forma de entrar en el Youkali de Kurt Weill o en el Can't help lovin' dat man de J. Kern. La Anderson continúa en forma vocal, su paso a los agudos sigue sonando frágil pero siempre logra sorprender al oyente, del mismo modo que si encontrase una perla en pleno Bidasoa.