En su libro Jack Lemmon nunca cenó aquí (2001), el exdirector del Zinemaldia, Diego Galán, recordó la agridulce visita de Mickey Rooney a Donostia en 1994. Había sido invitado para participar en la retrospectiva dedicada a William Dieterle, director con el que trabajó en El sueño de una noche de verano, pero él prefirió obviar aquella película y promocionar un olvidable western que acababa de producir. "En cada aparición ante el público, Rooney sonreía y hacía cucamonas con la técnica de un viejo rey del espectáculo, pero entre bastidores era exigente y caprichoso hasta llegar a hartarnos", rememora Galán.
Aquel año la elegida para recibir el premio Donostia fue la actriz estadounidense Lana Turner, que ya entonces padecía un cáncer terminal. Según había afirmado Rooney en su reciente biografía, ambos tuvieron una apasionada historia de amor juvenil y una hija, algo que la intérprete de El cartero siempre llama dos veces había desmentido rotundamente.
Al saber que podían coincidir en Donostia, ella exigió no encontrarse con él y en el Festival intentaron despistarle llevándole a comer paella a un restaurante de la costa. Pero en cuanto "el zorro olió la presa" y supo de la inminente llegada de Lana, regresó para forzar una foto conjunta que animara la venta de sus memorias. Galán y su equipo valoraron la posibilidad de echarle laxante en el te, pero finalmente decidieron alimentar su ego ofreciéndole una entrevista con una televisión rusa que lo mantuvo un buen rato ocupado: mientras él ponderaba su maravillosa película de vaqueros, la feliz actriz posaba para los fotógrafos.
Un periodista le preguntó después por su supuesto romance con el actor y ella respondió escupiendo violentamente sobre la mesa: "Es un cretino. Yo sigo siendo una romántica, pero me he casado siete veces y ya basta. Ahora prefiero pensar en otras cosas". Tras recibir el Premio Donostia, un ramo de flores de Rooney le aguardaba en la habitación. "¡A la basura, tíralo inmediatamente a la basura!", dicen que ordenó a su asistenta.