QUIZÁ el del Titanic sea el naufragio más conocido de la Historia, pero muy cerca, en nuestras propias costas, se han producido tragedias tan graves o incluso más luctuosas que el hundimiento del célebre buque .

Para rememorar estos sucesos cercanos el Museo Naval albergó a finales del pasado año una exposición temporal que prestaba atención a los naufragios ocurridos en el litoral vasco a lo largo de la Historia, algunos de los cuales se saldaron con una gran pérdida de vidas humanas.

Ahora un libro escrito por José María Unsain recoge en texto e imágenes el contenido de una exposición que se remontaba a la época romana. Restos arqueológicos localizados en el estuario de Bidasoa, muestras de cerámica halladas en las calas de Asturiaga y monedas romanas encontradas en el puerto de Bermeo, son indicios de posibles naufragios.

Además, el libro recuerda uno de los hitos más importantes de la historia del derecho marítimo. El documento fundacional de la villa de Donostia en 1180 señalaba en un artículo que "en caso de que la nave naufragara en el término municipal, sus dueños conservarían la propiedad de la misma y sus mercancías". Era la primera vez que en Europa se prohibía la apropiación de los despojos de los naufragios por los habitantes de las zonas costeras.

Entre los grandes naufragios del siglo XVII destaca uno ocurrido en 1607. Cuatro de los nueve galeones de la Escuadra de Vizcaya al mando del general Antonio de Oquendo naufragaron en Bidart. Las naves fueron sorprendidas por el temporal del Oeste y tras romper el timón se vieron arrojados a las costas vascofrancesas. Según algunos historiadores, perecieron 800 hombres, y entre los pocos supervivientes se encontraba el propio Oquendo.

Otro terrible desastre marítimo se cobró la vida de 2.000 personas en 1627 entre San Juan de Luz y Arcachon. Las ocho naves de la flota hispano-portuguesa portaban en sus bodegas cargamentos de piedras preciosas, tejidos y especias, cuando fueron sorprendidas por un terrible temporal que las arrastró hasta las playas de las Landas. Desde el punto de vista mercantil, también fue una catástrofe, pues la mercancía quedó desperdigada en los arenales de Aquitania.

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Galernas históricas

Además, las galernas han dejado a lo largo del Cantábrico innumerables pérdidas de vidas y embarcaciones. La fecha más trágica fue la denominada Galerna del Sábado de Gloria, que en 1878 afectó sobre todo a los pescadores de Cantabria y Bizkaia, donde murieron más de 300 personas.

El historiador y marino Rafael González Echegaray escribió en una monografía sobre esta galerna que "no era posible para aquellos barcos capear tiempos de semejante dureza y mucho menos correr en popa cerrada más de unas pocas horas con suerte". Por ello, se creó en 1879 en Donostia la Sociedad Humanitaria de Salvamentos Marítimos de Gipuzkoa que supuso un impulso para el desarrollo de los servicios meteorológicos y de las asociaciones de salvamento marítimo en España. Además, llegaron a dictarse algunas medidas de alivio de carácter social que beneficiaban a los pescadores.

El mismo año del hundimiento del Titanic, en 1912, desapareció el primer petrolero a vela de pabellón español San Ignacio de Loyola, en un lugar indeterminado del Atlántico con sus trece tripulantes. José Antonio Lasagabaster, autor de un estudio sobre la historia de este buque, apuntaba a "posibles carencias en las condiciones marineras del velero o a los problemas que ocasionaba el lastrado".

Por otro lado, ese mismo año la denominada Galerna de la Noche de Santa Clara fue otro triste hito para el recuerdo entre los pescadores del Cantábrico. Durante la noche del 12 al 13 de agosto una galerna de dimensiones no previstas se precipitó sobre la costa llevando a la muerte a 143 pescadores vizcainos que se encontraban faenando en la campaña del bonito. Desde el observatorio meteorológico de Igeldo habían dado la alarma. Sin embargo, muchos vapores de pesca y lanchas continuaron la brega. Ramón Ojinaga, mayordomo y secretario de la Sociedad Libre de Pescadores, recordaba que "después de días de escasez y mala mar el bonito abundaba y se presentaba la ocasión de buenas capturas".

La última gran galerna con efectos devastadores en el Golfo de Bizkaia de la que se hace eco el libro de Unsain sucedió en 1961. Entre el cabo de Higuer y Finisterre se contabilizaron 83 víctimas mortales y más de 20 pesqueros hundidos. Según Hixinio Puentes, autor de un amplio trabajo sobre esta galerna, "el desconocimiento de las previsiones meteorológicas por la mayoría de los pesqueros se debió a la precariedad de los sistemas de comunicación existentes en la época". La muerte y desolación que trajo consigo esta catástrofe dejó una profunda huella en la memoria de las últimas generaciones de pescadores del Cantábrico. Tanto es así que muchos hombres renunciaron para siempre a continuar trabajando en la mar para ganarse la vida y optaron por emigrar a países extranjeros.