Momentum Catastrophicum
NOTICIAS DE GIPUZKOA reproduce en las siguiente páginas un fragmento del capítulo titulado "Asimilación, inserción e integración" publicado en la obra ¿Somos moros en la niebla? de Joseba Sarrionandia, la versión en castellano de Moroak gara behelaino artean? que va a publicar la editorial Pamiela
El individualismo no se opone a las conciencias colectivas. El individualismo se opone a las imposiciones. Se opone a las imposiciones que sufre uno mismo o a las que no le gustan de manera general. Porque hay muchas imposiciones de las que uno ni se da cuenta o, por uno u otro motivo, no le parecen mal. Pío Baroja, por ejemplo, no veía que le lengua vasca fuera objeto de persecución oficial:
"Ni en Cataluña ni en el País Vasco se ha opuesto nunca nadie a que se hable y se escriba el idioma regional".
Hace abstracción de que la lengua vasca está simplemente prohibida en esos días para cualquier actividad oficial en España. Esa proscripción de la lengua vasca y la consiguiente imposición de la lengua española le parecen tan naturales que, no solo son necesarias, sino incluso beneficiosas para los que las sufren, porque así acceden a la lengua de cultura.
Imaginemos que un hombre civilizado quiere serrar la rama de un árbol, rama en la que hay gente sentada. Esas personas sentadas en la rama tendrán algo que decir antes de que les sierren la rama, ¿no? Pues, Baroja parece sostener que no, que se debe serrar la rama al margen de lo que piensen los reposados en ella. Es suficiente con que valga más y sea más fuerte que ellos. "El hombre moderno vale más" en todos los conceptos que el hombre antiguo, sostiene Baroja, y "para llegar a su estado de perfección" necesita comportarse de acuerdo a "la ley natural", es decir, hacer lo que le da la gana, santificando su egoísmo y utilizando todos los recursos para "poder vencer en la lucha por la vida". ¡Qué hermosamente estaba expresada la teoría de Darwin! Struggle for life, admiraba aquella brutalidad shakespeariana hasta en la belleza de su nombre. "Los civilizados son así", según Baroja: "si para la realización de su fin tienen que sacrificar a los demás, lo moral es que los sacrifiquen".
En respuesta a los planteamientos lingüísticos de Baroja, y también de Miguel de Unamuno, Julio de Urquijo hizo unas consideraciones más ecuánimes y, sobre todo, más respetuosas con los señores sentados en la rama. Así plantea la pregunta clave:
"¿Cuál es la posición de los vascos ante este hecho innegable?"
Ante el 'hecho innegable' de la situación de atraso relativo en que se encuentra la lengua vasca, Julio de Urquijo expone las posiciones de los vascos en estos términos:
"Los vascos, en su casi totalidad, son decididos partidarios de la conservación de su antigua lengua, y la media docena escasa de escritores que se separan de este unánime sentir, lo hacen, bien porque estudian el problema con los ahumados anteojos de una política estrecha y circunstancial, bien porque suponen que la conservación del vascuence constituye una rémora para la cultura del país. Política estrecha y circunstancial he dicho, y en ello me afirmo, que sólo una ofuscación momentánea y pasajera puede cegar á los vascos hasta el punto de desear la muerte de la lengua de sus mayores. No se concibe la clasificación de los vascos, en vascófilos y vascófobos. El respeto á la lengua es, además, compatible con todos los ideales políticos: y de hecho, yo recuerdo haber convivido en sociedades vascófilas de aquende y allende el Pirineo, con vascos de las más opuestas tendencias.
Más serio es el reparo relativo á la rémora de la cultura: ¿pero quién negará que la verdadera rémora de la cultura en Euskalerria está más bien en el estado de analfabetismo en que se mantiene al honrado casero, como consecuencia del craso error pedagógico de dar la instrucción primaria á un pueblo, en una lengua que no entiende?"
Que la lengua vasca no tiene ningún futuro lo escribió Baroja en Momentum Catastrophicum, donde proponía como un sueño la república limpia, agradable, "sin moscas, sin frailes y sin carabineros del Bidasoa". Es una conferencia que el bachiller Juan de Itzea da a los boinasgrandes. Lo de catastrophicum debía de ser porque en aquel año de 1919, al acabar la Primera Guerra Mundial, el presidente norteamericano Woodrow Wilson lanzó la propuesta de crear la Liga de Naciones y sostuvo que había que considerar seriamente la idea de la autodeterminación para resolver los problemas nacionales tan corrientes en Europa y en todo el mundo. A Baroja, celoso de la unidad nacional y receloso de lo que pudieran hacer los norteamericanos después de haber cometido lo de Cuba, le debió de parecer muy catastrófico el momento. No eran catastróficos el hecho de que tuvieran que mudar de lengua y otros infortunios que afectaban a los vascos de entonces, lo catastrófico era que los vascos se organizaran como pueblo y dispusieran de capacidad de decisión.
Siendo la coyuntura en el ámbito internacional favorable para replantear la cuestión de las nacionalidades sin estado, y debatiéndose al mismo tiempo el estatuto de autonomía para Cataluña en las Cortes Españolas, se acercaron las posiciones entre diversos elementos de las fuerzas políticas vascas mayoritarias: nacionalistas vascos, socialistas, carlistas y republicanos. Se convocó incluso un mitin autonomista unitario para noviembre de 1918 en Eibar, en el que estaba previsto que participaran el nacionalista Ramón Belausteguigoitia, el socialista José Madinaveitia, el carlista Julián Elorza y el republicano Francisco Gascue.
El mitin no se celebró finalmente, porque Engracio de Aranzadi Kizki-tza criticó duramente en Euzkadi las tesis de Belausteguigoitia relativas a los derechos individuales y la libertad religiosa calificándolas de anti-católicas y provocó que se suspendiera. En realidad, en todos los partidos hubo una dura oposición a que la cuestión nacional se planteara buscando un consenso. Contra Madinaveitia, el dirigente socialista vizcaíno Felipe Carretero pedía en Bilbao que frente al "Gora Euskadi!" de los nacionalistas vascos se gritase "¡Viva España!".
Después de la Asamblea de Municipios vascos de diciembre de 1918, que se celebró en el ayuntamiento de Bilbao, con graves incidentes, la reacción en defensa de España no se hizo esperar. La derecha española se unió en la Liga de Acción Monárquica, mientras el Estado ponía en marcha su aparato represivo. El Consejo de ministros del Gobierno español destituyó al alcalde de Bilbao y se prohibieron las manifestaciones, desplazándose a Vizcaya nutridos contingentes de la Guardia Civil. Mientras esta encarcelaba a numerosos nacionalistas, el gobernador civil prohibía Euzko Deya, con el pretexto de que estaba escrita en lengua vasca y no se la traducían al español, y el Tribunal Supremo destituía a los diputados nacionalistas en las Cortes.
Los independentistas y otros autonomistas vascos se indignaban ante la represión. Naturalmente, como observador de la ribera enmarañada, Pío Baroja, igual que en el caso de la lengua vasca, no veía ninguna represión o injusticia en esos ejercicios de fuerza por parte del Estado. Los socialistas de Indalecio Prieto, dejando de lado a Madinaveitia, cerraron filas con la Liga de Acción Monárquica para una campaña netamente anti-vasca, donde no faltó la contribución de Miguel de Unamuno, que iba a presentarse como candidato republicano por Bilbao, ni la de Manuel Aranaz, que participó con una parodia de sus oponentes. Momentum Catastrophicum fue el aporte de Pío Baroja a esa campaña ultranacionalista española.
Los que se sientan en el banquillo de los acusados en la conferencia de Juan de Itzea son el nacionalismo vasco y el catalán, censurados ambos por excitar el odio inter-regional: "el cabilismo". Porque plantear la cuestión nacional es una perversidad, viene a decir don Pío:
"¡Qué fondo de plebeyez se necesita para emprender esa obra!".
"Hay que tener en cuenta que el insultarse no es necesario ni para la separación", aduce Baroja y elogia a los noruegos que, según él, no necesitaron insultar a los suecos. Aunque no es que él mismo se quede atrás, ya que en Las Horas Solitarias llamó "mosca carnaria del vascuence" a Resurrección María de Azcue, y en este Momentum Catastrophicum concentra la chismografía y el sarcasmo en el nacionalismo vasco y en el catalán. A los nacionalistas vascos, para empezar, no los llama a todo lo largo de la conferencia sino bizkaitarras, un apelativo claramente reductor y despectivo. Atribuye una terrible teocracia al bizkaitarrismo, haciendo abstracción de la teocracia española reinante en las estructuras políticas. O sea, presenta como mucho más degradante la posibilidad de algo que su realización de hecho.
Lo paradójico es que la jerarquía eclesiástica compartía la misma animadversión de Baroja en relación a la emergencia de una nacionalidad vasca alternativa. Sin embargo, el ponente nacionalista que nombra es Ramón de Belausteguigoitia, quien no estaba proponiendo un régimen confesional. Belausteguigoitia formulaba un proyecto autonómico que no tenía nada que ver ni con la religión, ni con la raza, ni con la historia, sino con la libre voluntad individual y colectiva de los vascos. Baroja, que sostenía generalmente que se mistificaban los fueros, acusa ahora a Belausteguigoitia de quererlos modernizar. Al otro que nombra, el socialista José Madinaveitia, lo censura por decir que los vascos, a pesar de su humildad, habían elaborado una legislación admirable, lo que le parece un grave contrasentido a Baroja.
Solo al final tiene el Momentum Catastrophicum una segunda parte más o menos positiva. Finalmente reconoce el hecho como tal, que es bien simple y no tiene que ver ni con religión, ni con raza, ni con toda esa chismografía barojiana:
"Todas estas vagas razones, la mayoría muy oscuras, se traducen en que los vascongados quieren fueros y autonomía".
O sea, las oscuridades eran más bien las del propio autor, que encaraba notables dificultades para admitir como normal el individualismo de los demás. Al menos, ya al final de la conferencia, admite Baroja que existe algo que se puede llamar pueblo vasco, pueblo que lo que sostiene en realidad es algo tan simple que se puede formular en muy pocas palabras: su derecho a decidir lo que le atañe.
Ante la clarificación del hecho, sin embargo, Baroja introduce una matización que lo mismo podría interpretarse como un gran aporte a esa voluntad o como otra bruma:
"Para mí no vale la pena que un pueblo sea autónomo si no tiene que mostrar al mundo algo que le enseñe, que le interese o que le conmueva".
Si existiera esa modalidad particular, consiente Baroja, habría que plantearse "constituirla, organizarla y convertirla en ideal". Contempla como antecedente del chapelaundismo que procura a la Sociedad Económica de Amigos del País, los caballeritos de Azcoitia, aquel movimiento culto y humanista que "se interrumpió con la demagogia negra que produjeron la guerra de la Independencia y la guerra carlista".
A esa nación alternativa le pondría una condición fundamental, "autonomía individual con la libertad de conciencia para vascos y no vascos que vivieran en el país".
Siendo esa condición adecuada no solo para ponérsela a esa nación-estado vasca que todavía es hipotética, sino a cualquiera, incluso a España, que sí existe y no se destaca por respetar la autonomía individual ni colectiva, da la impresión de que Baroja insiste en suscitar el temor de que ese otro estado sería teocrático y oscurísimo. O sea, incluso cuando simula admitir una nación alternativa, no deja de elaborar un discurso que desmiente sus bases. Hay otra idea de Baroja que llama la atención en ese sentido:
"La nación vasca obligaría a todos a ser políticos, y por ahora al menos los vascongados no hemos demostrado grandes condiciones para la política. (…) Yo creo que los chapelaundis no debemos entrar de lleno en esa lucha basta y trivial de la política. Con ella no se conseguirá más que hacer perder la ingenuidad al hombre del campo y llevar al histrionismo más desvergonzado al hombre de la ciudad".
La política produce en todos los pueblos del mundo un elemento ambicioso, arribista, bajo e inmoral, según Baroja. Él lo conocía de primera mano, desde luego, porque siempre se movió cerca de ese elemento e incluso fue candidato a las elecciones por alguno de los partidos más indecentes de la politiquería española: el de Alejandro Lerroux. Por eso, Baroja, se siente obligado a proteger la ingenuidad de la población rural y la seriedad de la población urbana vascas, con la paradoja añadida de que él mismo no abandona ese ámbito tan trivial y tan histriónico, como demuestra el mismo hecho de escribir Momentum Catastrophicum en ese momento.
La política es tan sucia, viene a decir Baroja, que mejor está en manos de los españoles. De toda la charlatanería política supuestamente apolítica de Juan de Itzea queda, casi un siglo después, una imagen:
"Yo confieso que para los chapelaundis sería hermoso como ensayo hacer de la zona del Bidasoa, española y francesa, un pequeño país limpio, agradable, sin moscas, sin frailes y sin carabineros".
Claro que "es un sueño", la intolerancia es demasiado fiera "en nuestras provincias", dice Baroja. La imagen de aquella república ideal la repetiría en 1922 en La leyenda de Juan de Alzate. Esta es otra obra contra el nacionalismo vasco cuya tesis principal (de Baroja, no de los nacionalistas) es la de que los vascos perdieron en la antigüedad a su dios original, Urtzi Thor, que se marchó hacia el norte en una nave vikinga y fue suplantado por el semítico y latino Jehová. Los nacionalistas vascos contemporáneos no sustentarían ninguna originalidad, sino algo puramente latino y semítico. La leyenda de Juan de Alzate, con su fantasía politiquera, entra de lleno en el género de las videncias de Joseph-Augustin Chaho, de Una visión en la niebla de Nicasio Landa o Erne de Florencio de Basaldúa. La ridiculez del planteamiento, en sentido político, hace que los vascos la puedan leer como texto nacionalista, aunque solo sea por la imagen de la república "sin moscas, sin frailes y sin carabineros".
En Divagaciones de autocrítica, en 1924, Baroja volvería a explicar la imagen literaria con estas palabras:
"Yo no sé, en verdad, si este individualismo mío es bueno o malo. Siempre lo he tenido, siempre he sido igualmente individualista e igualmente versátil. Antes, como muchos, me sentí universalista y aspiré a ser ciudadano del mundo; luego me he ido replegando sobre mí mismo, y hoy me parece demasiado extenso ser español, y hasta ser vasco, y mi ideal es ya fundar la República del Bidasoa con este lema: "Sin moscas, sin frailes y sin carabineros".
Este programa, expuesto por mí en un folleto, no tuvo éxito, y, sin embargo, no creo que sea más estúpido que los programas de las otras Repúblicas o Monarquías. Un pueblo sin moscas quiere decir que es un pueblo limpio; un pueblo sin frailes revela que tiene buen sentido, y un pueblo sin carabineros indica que su Estado no tiene fuerza; cosas todas que me parecen excelentes".
¿De qué está hablando ese Pío Baroja tan regionalista y tan apolítico en plena dictadura de Miguel Primo de Rivera?
Al margen de su opción nacional, que era tan tozudamente española como la de Ramón Belausteguigoitia era vasca, la de Julien Vinson francesa y la de Miguel de Unamuno igualmente española, Baroja dejó unas descripciones relativamente abiertas del País Vasco a lo largo de todas sus novelas y ensayos, así como esa imagen literaria de la República del Bidasoa que, precisamente por ser apolítica, es netamente política.
Siempre se ha tendido a dar a entender a la gente que la autoridad a la que está sometida no depende, en realidad, de las decisiones de esos individuos. Como antes se celebraba la providencia divina, luego se ha implantado la idea de que el estado de cosas es natural, a pesar de que la modernidad reconociera condición de sujeto al individuo y a los grupos sociales. Entonces, la situación en que se plantea la voluntad de esos sujetos, con la posibilidad de un cambio de acuerdo a su voluntad, se ve como momento catastrófico.
Así se vio como catastrófico el momento de la liberación de los esclavos.
Baroja contribuyó lo suyo a 'naturalizar' lo político, es decir, a devaluarlo, porque la política pierde sentido si no se atiene al reconocimiento de los sujetos y al respeto a sus disposiciones. La política obliga, efectivamente, "a todos a ser políticos".