difícilmente podían pensar en Azpeitia, ni Gipuzkoa en general, que un año después de la beatificación de Ignacio de Loyola el 27 de julio de 1609, por el Papa Paulo V, habían solicitado desde su pueblo natal y obtenido del obispo de Pamplona, Don Antonio Venegas Figueroa, entre otras concesiones, la de guardar fiesta el 31 de julio, día de la muerte del mismo que, tres siglos después, el Papa Pio X y por su decreto De diebus festis, quedaban suprimidas las fiestas de los patronos de la Diócesis, y por consiguiente en Gipuzkoa, la de San Ignacio de Loyola. No obstante, permitía recurrir a la Santa Sede si los obispos creían conveniente conservar alguna de las fiestas suprimidas.
El entonces alcalde de Azpeitia, Don Fructuoso Elorza Aizpuru, informó en la sesión plenaria del Ayuntamiento celebrada el 27 de noviembre de 1911 del decreto pontificio a los concejales y manifestó que "entendía que el Ayuntamiento de Azpeitia, cuna de tan glorioso santo, debía emplear todos los medios para que fuera restablecida la fiesta expresada, seguro de que así interpretaría los sentimientos del vecindario todo; que, a su juicio, el medio más eficaz y seguro para el logro de los vehementes deseos de la corporación municipal sería partiendo del mismo la iniciativa, todos los ayuntamientos de Guipúzcoa adoptaron idéntica decisión, que en vista de todos estos acuerdos se redactada fundamentada y reverente exposición al Papa, pidiéndole restablecimiento como vía de precepto en toda la provincia de Gipuzkoa como antes de la supresión del día de San Ignacio de Loyola, 31 de julio; que en una forma y otra se recabara el apoyo de la excelentísima Diputación de la provincia, que seguramente gustosa se asociara a tan plausible objeto".
Se hacía constar en el acta de la sesión municipal que "la corporación, abundando en las ideas transmitidas por su presidente, elevó a acuerdo sus manifestaciones, decretando que para que la exposición dirigida al Papa fuera modelo de erudición, se encargara su redacción al cronista de las provincias vascongadas e hijo de esta villa Don Carmelo de Echegaray".
En el pleno municipal celebrado el 18 de diciembre de 1911, se dio lectura a la instancia redactada por Don Carmelo Echegaray y dirigida al presidente de la Diputación de Gipuzkoa, que mereció una unánime conformidad, y en la que el amplio y detallado escrito, además de recordarle tanto el voto que hizo la villa de Azpeitia el 31 de julio de 1610, de guardar fiesta el día del tránsito del nuevo beato, "ponerle altar e imagen y recibirle por su patrón y abogado" como en las Juntas de Zumaia cuando la provincia congregada en asamblea solemne, se reunió en la iglesia parroquial de San Pedro el 10 de mayo de 1620 e hizo voto de tenerle en todo tiempo por su protector y patrono, le manifestaba en sus líneas al presidente de la Diputación:
"Como en ocasiones anteriores, acude a Gipuzkoa entera, dignamente representada por V.E. y evocando la memoria de los solemnes acuerdos adoptados en las Juntas de Zumaya de 1620, suplica con el mayor respeto a esa Diputación que, para que aquellos acuerdos tengan vigor y eficacia a través de los tiempos, y se guarde perpetuamente lo que entonces se prometió y juró, recurra a la Santidad de nuestro Beatísimo Padre Pío X, por conducto del venerable prelado diocesano y en reverentes preces solicite de la Sede Apostólica que, teniendo en cuenta lo que San Ignacio de Loyola ha significado y significa para los hijos de Guipúzcoa, según lo demuestra una tradición no interrumpida de siglos, se sirva declarar que su festividad sea considerada como precepto en esta Provincia. Con ello recibirá Guipúzcoa entera, y muy particularmente Azpeitia, un singular honor".
La Diputación, haciendo suyos los deseos del Ayuntamiento de Azpeitia y dando prueba, una vez más, de su lealtad a las aspiraciones de guipuzcoanos, recordando además el gran júbilo con el que la provincia había acogido la noticia de la canonización de San Ignacio de Loyola por el Papa Gregorio XV el 12 de marzo de 1622 y que las Juntas congregadas en Tolosa dispusieron la organización de extraordinarias funciones religiosas y animadísimas fiestas profanas, cursó una respetuosa súplica al obispo de Vitoria, Don José Cadena, para que intercediera ante la Santa Sede. La gestión de citado obispo resultó positiva, y así se consiguió quedara anulada la supresión de la festividad de San Ignacio de Loyola.
En el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Azpeitia figura un precioso pergamino magníficamente enmarcado que contiene todas las firmas de las personas que trabajaron en pro de la restauración.
En la cercanía de las fiestas en honor de San Ignacio de Loyola, me ha parecido oportuno recordar estos acuerdos centenarios. Son parte de nuestra historia, la de Azpeitia y Gipuzkoa. Nuestros antepasados fueron protagonistas en las circunstancias temporales que vivieron. Me merece respeto. Hoy lo podemos interpretar y vivir de formas diversas, y pienso que entonces, como ahora, el itinerario vital de Ignacio de Loyola, tras su conversión, nos invita a que en nuestras conductas personales y convivencias colectivas hagamos permanentemente un noble y redoblado esfuerzo para distinguir, debidamente, lo principal de lo secundario y actuar en consecuencia.