UNA lluvia tenue pero incesante no logró arruinar la sesión doble del domingo en la plaza de la Trinidad, que celebró el retorno a Donostia de una de las voces más singulares del jazz contemporáneo. Recurrentemente comparada con las grandes vocalistas del bebop, Cassandra Wilson deleitó al público con un bonito set de versiones que recordaron, entre otras figuras, a Bob Dylan, los Beatles y Neil Young.
Lay Lady Lay sonó cadenciosa en el arranque, Blackbird adoptó un divertido tono funky y Harvest Moon resultó más suave de lo que ya es. Entonó, plena de sensualidad, The Man I Love, el tema que tantas veces brotó de las cuerdas vocales de estrellas como Billie Holyday, Sara Vaughan o Ella Fitzgerald, y la única vez que se colgó la guitarra, una preciosa Fender de color rojo, fue para tocar, obviamente, Red Guitar.
Enfundada en un traje azul, la estadounidense había llegado al escenario cimbreándose y chasqueando los dedos, con aires de diva, andares de femme fatale y una sonrisa de oreja a oreja. Pronto dejó claro que su banda, nutrida de fabulosos instrumentistas, tendría un papel tan importante como su voz. En numerosas canciones, ella se sentaba y eran los músicos quienes dirigían la velada, especialmente el armonicista y el guitarrista, que con sus refulgentes solos transformaron el festival de jazz en festival de blues. Hicieron una majestuosa revisión de 40 Days, 40 Nights, inmortalizada, entre otros, por Muddy Waters, y cabalgaron briosos a lomos del pantanoso Pony Blues de Charley Patton. Para el final Wilson se reservó otro clásico imperecedero, mil y unas veces versionado durante décadas, St. James Infirmary, y solo regresó para finiquitar el recital con un bis de aires africanos.
conmovedor
Avishai, el 'tapado'
Seguía lloviendo cuando Cassandra Wilson se retiró a su camerino y los músicos continuaron tocando unos minutos. Pese a todo, la gran mayoría del público quiso quedarse hasta el final para disfrutar de una música tan purificadora como el agua que caía del cielo. "Es Dios, que nos está hablando", había dicho Avishai Cohen al inicio de la noche. Llevaba tiempo el bajista israelí con ganas de actuar como líder en el Jazzaldia. Hasta antes de ayer, la ciudad le conocía como gregario de lujo en las bandas de Danilo Pérez (1997), Chick Corea (1998) y Claudia Acuña (2000). Ahora, con una mayor madurez musical, su disco Seven Seas, publicado a principios de este mismo año en el sello Blue Note, le ha permitido presentarse en la capital guipuzcoana con sus propias composiciones. Las tocó y las cantó con una enorme sensibilidad, escoltado por dos músicos humillantemente jóvenes pero muy habilidosos, el pianista Or Mor y el batería Amir Bresler, 28 y 22 añitos respectivamente.
Cohen lanzó el concierto con Dreaming, tras lo cual apreció la entereza de los espectadores, pertrechados una noche más por los ponchos de plástico que reparte la organización cuando la climatología es inclemente. "Es increíble que estéis todos ahí sentados bajo la lluvia", dijo al público tras prometer que, en señal de agradecimiento, tocaría "mejor que el cielo". Su música, desde luego, resultó celestial y muy espiritual. Fue mágico verle interpretar piezas como Etzion Gever y Aley Giva, en la que utilizó el arco. En muchos momentos se abrazaba a su contrabajo, casi bailaba con él y recorría sus cuerdas como si estuviera en trance.
Fascinó y conmovió por su capacidad para absorber y regurgitar con su jazz las esencias de la tradición hebrea, ladina y árabe-andalusí, pero también por su calidad como vocalista, especialmente cuando entonó una canción en el dialecto judeoespañol aprendido de su madre, que es judía sefardí. También utilizó el inglés y el castellano, con el que hizo una emocionante versión de Mercedes Sosa, Alfonsina y el mar, que cortó la respiración de la audiencia.
Casi sin lugar a dudas, Avishai Cohen ha sido el tapado de este año, y de hecho, abundaron quienes salieron más impactados de su actuación que de la de Cassandra Wilson. A la vocalista, célebre en todo el mundo, el talento se le supone, pero canta tan bien que casi nos hemos acostumbrado. Por eso resulta más difícil y digno de elogio que el menos conocido de los nombres de la Trini en esta 46ª edición lograra sorprender de esa manera a más de 2.300 privilegiados.