¿Le hubiera gustado a Cristóbal Balenciaga ver sus vestidos en un museo? Probablemente sí, pero casi con toda seguridad habría ido a contemplarlos escondido entre el público. El diseñador vasco más internacional, el gurú de la moda de todos los tiempos, era un hombre tímido, reservado, todo un misterio.

Si algo ha caracterizado a la figura de Cristóbal Balenciaga (Getaria 1895, Valencia 1972) ha sido su discreción. Poco se sabe de su vida más allá de su labor como modisto. Nunca concedió una entrevista a ningún medio de comunicación, de manera que todo lo que se conoce del diseñador es gracias a su ingente legado y a amigos cercanos como Hubert de Givenchy o Emanuel Ungaro.

El Museo de Bellas Artes de Bilbao abrirá al público mañana la exposición Balenciaga. El diseño del límite, que reúne 35 piezas de alta costura del diseñador, procedentes de la colección del Gobierno Vasco (11), la Fundación Cristóbal Balenciaga (19), y dos colecciones particulares del País Vasco (4) y Madrid (1).

Las piezas de alta costura saldrán al encuentro del espectador desde que se adentre en el vestíbulo, distribuidas en siete ámbitos diferenciados -en ocasiones rodeadas por aros de luz o encapsuladas en estructuras de metacrilato-, en un inusual montaje que diseña un particular itinerario por las creaciones de uno de los mejores modistos de la edad de oro de la alta costura.

A través de estos vestidos el público tendrá oportunidad de conocer más a este diseñador, que dio sus primeras puntadas en Getaria, su ciudad natal y que se lanzó a realizar mundos de tela, apoyado en las tijeras y en unos patrones cortados al milímetro. De sus primeros años en Getaria apenas ha quedado huella. Una placa señala el lugar en que nació, en un modesto hogar de una familia en la que el padre era pescador y pasaba muchos días navegando, y su madre cosía para ayudar en la economía familiar, según relata Abraham Amezaga, periodista especializado en moda y colaborador en las ediciones de Latinoamérica y México de Vogue, que tiene publicados varios trabajos sobre moda vasca y especialmente sobre Balenciaga

La madre del modisto, Martina Izagirre, hacía trabajos también para los veraneantes, entre ellos, la marquesa de Casa Torres, que pronto se convertiría en su mecenas. Balenciaga tenía dos hermanos, Agustina y Juan Martín. En aquella época Getaria tenía unos 300 habitantes y apenas se oía hablar castellano. Cristóbal hablaba euskera con su familia, un idioma que no olvidó y recordaba cada verano cuando volvía a Euskadi a pasar largas temporadas.

Fascinación por coco chanel

Acceso al lujo

Con ocho años, conoció, al salir de misa en la iglesia de San Salvador, a la marquesa de Casa Torres, la abuela de Fabiola de Bélgica. "Hay varias teorías de este encuentro. La más creíble es la que dice que se le acercó y le propuso un reto: le envió un trozo de tela junto a uno de sus vestidos más costosos, y Balenciaga lo copió con gran destreza. El joven Cristóbal accedió a otro mundo cuando entró en la casa de la marquesa, a un mundo de lujo", cuenta el periodista Abraham Amezaga. La marquesa vio el potencial de aquel niño y poco después le consiguió un puesto de aprendiz en Donostia, "lo que le proporcionó la base de un sastre". "A diferencia de otros modistos de la época que sólo elaboraban bocetos de sus creaciones, él dominaba a la perfección el arte de la costura, de manera que participaba en el proceso de creación desde el comienzo hasta casi el final", explica Amezaga.

Con catorce años, Balenciaga fue a Burdeos y con 17 años entró en contacto con la moda francesa. "Las mujeres de todo el mundo iban a vestirse a París, era el glamour, la ciudad del buen gusto y de la moda. Por mediación de la marquesa consiguió un puesto de aprendiz y pronto le nombraron encargado. Para conseguir género asistió a un desfile de Coco Chanel, a quien había conocido en el casino de Donostia, y se quedó fascinado por la diseñadora . Años más tarde, Chanel diría de él que era "el único de nosotros que es un verdadero couturier", profundiza Amezaga.

Con sólo 23 años abría su primer taller en Donostia con el nombre de Isa (su madre era Izagirre), y muy pronto haría lo propio también en Madrid y Barcelona. Al empezar la Guerra Civil tuvo que cerrar sus tres tiendas y marcharse a París.

Contra los vestidos en serie

"Aportaba inteligencia"

En 1937 abriría su primer taller en la capital francesa, en el número 10 de la avenida George V, el centro neurálgico de la moda mundial del momento. "Fue el arquitecto de la moda, de carácter reservado, como buen vasco, interesado por los volúmenes (lanzó vestidos-saco, faldas-balón, amplias mangas...), perfeccionista al máximo. Christian Dior le consideraba "el maestro de todos nosotros. Hemos dado con el mejor creador de moda de todos los tiempos".

Los años 40 y 50 fueron la época Balenciaga. "La escritora Lola Gavarrón decía que su moda aportaba inteligencia a las mujeres", recuerda Abraham Amezaga. A mediados de los 60 fue abandonando poco a poco la alta costura. "No estaba dispuesto a prostituirse por el prêt-à-porter. ¿Cómo iba Balenciaga a fabricar prendas en serie? Era bajar de escalón".

Sus últimos años se repartieron entre París y Donostia. La muerte le sorprendió a los 77 años pasando unos días en el Parador Nacional de Javea. "Se encontraba allí con la intención de comprar una finca y mandar construir una casa, porque le recordaba mucho a San Sebastián, como me confesó Miguel Cardona, quien fuera chófer y testigo de sus últimos momentos", concluye Amezaga.

El viernes, el Bellas Artes de Bilbao estrenó el documental Balenciaga, permanecer en lo efímero, dirigido por Oskar Tejedor, cuyo objetivo es demostrar cómo Balenciaga continúa siendo un referente de la historia de la moda. "Estuve casi un año y medio por todo el mundo buscando información que aquí no podía obtener", indica Tejedor, quien describe al modisto como "extremadamente reservado con su vida íntima, muy austero, un trabajador nato, muy humilde, pero ambicioso al mismo tiempo".