Síguenos en redes sociales:

Las obras maestras de los profesores

En su lección de ingreso en la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, Montserrat Fornells escogió reivindicar a tres artistas que abrieron la senda para la explosión de la pintura vasca a finales del siglo XIX, y fueron eclipsados por su éxito.

Las obras maestras de los profesoresFoto: gorka estrada

un proverbio oriental sostiene que si el alumno no aventaja el maestro, ni es bueno el alumno, ni lo es el maestro. En la historia existen muchos ejemplos de alumnos aventajados pero suele escasear la letra pequeña que aclare en qué consistió esa ventaja, quién la midió, en qué circunstancias se produjo y si se valoraron, en su justa magnitud, sus enseñanzas.

Al menos en este último caso, la historiografía artística no ha sido agradecida con las trayectorias de Antonio María Lecuona, José Echenagusia y Pedro Alejandrino Irureta, tres pintores guipuzcoanos de principios del siglo XIX que ejercieron un magisterio decisivo.

Cuando Montserrat Fornells, doctora en Historia del Arte, presidenta de la Sección de Artes Plásticas y Monumentales de Eusko Ikaskuntza y de la Asociación Amigos del Museo de San Telmo, tuvo que escoger una tesis para defender su lección de ingreso como amiga de número de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, lo tuvo claro: se centraría en La primera -y prácticamente desconocida- generación de pintores guipuzcoanos del siglo XIX. Precursores y maestros del arte vasco.

Además de subrayar el papel de la Bascongada como impulsora de las artes en el País Vasco, Fornells hizo resonar, el pasado sábado en el Palacio Insausti de Azkoitia, los nombres de Lecuona, Echenagusia e Irureta en un acto con eco de justicia poética. "Son unos artistas nacidos en la primera mitad de la centuria, que además de actuar como pioneros de estilos y tendencias, fueron profesores -en talleres, academias de Dibujo o Escuelas de Artes y Oficios- de los pintores más famosos de finales del siglo como Ignacio Zuloaga o Elías Salaberría, razón por la cual han quedado olvidados y postergados por la historiografía al uso", sintetiza. Sus alumnos protagonizaron la explosión de la pintura vasca de finales del siglo XIX y principios del XX. "Sin ellos, esta generación no hubiera existido", remarca.

No obstante, la catedrática de Historia del Arte, museóloga por la Universidad de Florencia, no considera que rescate de Lecuona, Echenagusia e Irureta del olvido y de los fondos polvorientos de los museos sea una postura individual y lo enmarca en un regreso "a la pintura del siglo XIX, por el cansancio de la gente de la vanguardia, de algunas instalaciones y exposiciones tan modernas". "Está volviendo, incluso, a muchas colecciones y subastas", apostilla.

Porque, más allá de su magisterio, Fornells concede valor a los tres pintores, por sus obras en sí mismas. "Eran buenos artistas", subraya, y ejercieron en una época en la que, ser pintor era considerado, además, un oficio "estrambótico".

antonio maría lecuona

El pintor del rey... carlista

Antonio María Lecuona (Tolosa 1831-1907) se instaló en Bilbao y fue maestro de los pintores vizcainos, y también de sus escritores: Miguel de Unamuno figuró entre sus alumnos. Profesó la ideología carlista, y en la tercera contienda, que se desarrolló entre 1872 y 1876, se trasladó a Bergara para ejercer de pintor de cámara de Carlos VII. "Tiene dos cuadros de grupo, uno jurando los fueros en la Casa de Gernika -que quemaron los liberales al acabar la contienda-, y uno del monarca con los junteros en la merindad de Durango, que sigue existiendo, y que se encuentra en posesión de la Diputación de Bizkaia", explica.

Para Fornells, es un ejemplo de un pintor "imbricado con la situación del momento". Fue, asimismo, un hombre muy religioso y recibió muchos encargos de la Basílica de Begoña y del Santuario de Loiola: uno de sus hermanos era jesuita y se ocupó de una serie sobre San Ignacio.

Pero, al margen de temas reales y místicos, Lecuona fue el primero que colocó al baserritarra como protagonista del lienzo. En el óleo a la izquierda de estas líneas, Una limosna, recrea una escena rural, en un caserío de Azkoitia -Loiola se observa al fondo-, en la que aparecen retratados el padre que viene del campo y la madre, como hilandera, que enseña al niño a ser caritativo, mientras el perro gruñe al mendigo. Fusiona dos corrientes consecutivas en el tiempo: un tema del romanticismo con trazos respetuosos con el realismo.

josé echenagusia

Un "lobby" vasco en Roma

El carlismo afectó también a la trayectoria de José Echenagusia (Hondarribia 1844-1912), pero en un sentido muy distinto al de Lecuona. Una bomba de los partidarios de Carlos VII mató a su tía. "Era huérfano de madre y su tía le dejó su herencia. Con ese dinero se marchó a Roma y se quedó allí a vivir", relata la experta. "En Roma impartió su magisterio y por sus manos pasaron la mayoría de los artistas vascos que acudieron a la capital italiana en el siglo XIX -indica-. Daba clases en la academia de la ciudad, por donde pasó Zuloaga. Se convirtió en un elemento catalizador, creó un auténtico lobby que influyó en el complejo ambiente artístico romano. Su centro de conspiración era el café Greco. Su predicamento en la ciudad eterna no le impidió dejar huella en su tierra; todo lo contrario. "Como contaba con fama, cuando se hicieron los edificios de Diputación en Donostia y Bilbao, le llamaron: en la capital guipuzcoana firmó las vidrieras; en la vizcaina decoró los techos".

Pintó muchos episodios bíblicos, como el que retrata el instante en el que Sansón le confiesa a Dalila que el origen de su fuerza reside en su cabello. "Está muy bien ambientado", apunta Fornells que destaca el detalle de "las joyas, el ropaje y la arquitectura".

pedro alejandrino irureta

"Impresionado" por Venecia

Pedro Alejandrino Irureta (Tolosa 1851-1912) fue profeta en su tierra: formó a todos los pintores guipuzcoanos que pasaron por de la Escuela de Artes y Oficios de Donostia.

Era hijo del tamborilero del Ayuntamiento de Tolosa y empezó en la academia de dibujo de su localidad natal. Después se marchó a Madrid, donde se presentó a una beca, pero la que finalmente obtuvo fue la de la Diputación de Gipuzkoa. Su "gran" obsesión era ir a Roma, que constituía entonces el centro mundial del arte -y no París que lo sería décadas después- pero se enamoró de Venecia y sus canales. "Empleaba sus pinceles muy sueltos, tenía una cierta relación con el impresionismo, pero muy ligera", describe Fornells. Es tras la experiencia italiana cuando ejerce como profesor en la Escuela de Artes y Oficios: entre sus alumnos sobresalió el pintor lezotarra Elias Salaberria. Además de paisajes, Irureta destacó por sus retratos de notables en Donostia, incluido la reina Victoria Eugenia, y "los prohombres del momento".