DONOSTIA. Hace quince años, después de encontrarnos en Madrid y tomarnos unas cervezas, junto a otros amigos, al despedirnos, nos prometimos que algún día trabajaríamos juntos. Y sí, es cierto que son esas cosas que se dicen en el ambiente nocturno, tras tomar algo, pero ya entonces me pareció que no se trataba de un cumplido al uso por parte de ninguno de los dos. Y, efectivamente, así ha sido: sin ir más lejos, ahora mismo ahí estamos, trabajando en común... y ya por segunda vez.
Naciste en Legorreta en el año 51. Sitúanos un poco en esa localidad de Gipuzkoa, en la década de los cincuenta.
Pues mira, Legorreta era un pueblo pequeño, de 1.800, 1.900 habitantes. Yo me acuerdo de que siempre estábamos esperando a llegar a los 2.000, pero no había forma: nunca llegábamos (sonríe). Y era un pueblo pequeñito que estaba ahí, como encerrado entre montes. Sí, un poquito cerrado...
¿En qué sentido?
Pues en todos. El estar metidos ahí, hacía que el ambiente y todo lo demás fueran un poco cerrados.
¿De qué vivía la gente?
Bueno, Legorreta tenía la Papelera, que era lo más importante en la industria, y luego estaba Prodema. También había dos canteras, una calera y una mina. Eso hizo que de pequeños, en el pueblo, conociéramos a asturianos, santanderinos... Gentes de otros lugares que venían a trabajar.
¿Las mujeres también trabajaban fuera de casa?
Pues sí, había muchas trabajando en Papelera. Una vez que salía el papel, en ese proceso posterior de cortar, etc, había cantidad de mujeres trabajando ahí.
¿Qué ambiente recuerdas en los primeros años? ¿Cómo era tu casa?
Hombre, hasta los seis años que empezamos en la escuela, la vida la hacías allí, en tu casa y alrededores, con los vecinos, amigos... Nuestra casa era Patxiku Enea, con su huerta, sus conejos y gallinas. Claro, ten en cuenta que los padres venían del caserío. Y la casa estaba junto a la N-I y eso marcaba mucho. Fíjate que los domingos hasta jugábamos a fútbol en la carretera.
¿En la N-I?
Sí, sí, los domingos a la mañana, enfrente de mi casa. "Kotxe bat datooor" y te retirabas hasta que pasara el coche (nos reímos). Luego, en verano, cuando hacía mucho calor, cogías un palo o una cucharilla y venga, a sacar brea de la carretera, y hacer pelotillas... a mí me marcó vivir junto a la N-I. Recuerdo también cuando pasaba Franco, era un acontecimiento: en cada curva ponían un guardia civil, y te pasabas tres o cuatro horas de espera, allí jugando, y luego "yo le he visto" "yo no lo he visto" y todo aquello... o cuando pasaba la Vuelta a España.
Y con seis años, a la escuela de Legorreta.
Sí, había dos para chicos y otras dos para chicas, de 6 a 10 años y de 10 a 14, respectivamente. De los seis a los 10 años estabas en una clase con un profesor y a los 10 pasabas a la otra y ahí te daba clase tu hermano o cualquier otro, porque el profesor no llegaba a todos y daba a los mayores y luego esos eran los encargados de darnos a nosotros.
En esa etapa de los seis a los 10 ya pasamos a jugar en la plaza del pueblo. De la escuela íbamos directamente al frontón y allí metíamos un montón de horas: era jugar, jugar y jugar. ¡Ah! Y recuerdo que en verano, por el calor, la siesta era obligatoria en casa.
¿Quiénes eran tus padres?
Mi padre era Valentín, sasikoa, del hospicio de Bidania y mi madre, Concepción, de Alzo. La historia de mi padre es bastante cruel. En aquellos tiempos, en los caseríos, si moría un niño en el parto, parece ser que cogían a otro en adopción. Entonces, a mi padre lo cogieron y se crió ahí. La Diputación te pagaba, creo que ocho pesetas al mes, hasta que el niño cumpliera los seis años, por mantenerlo. Contaba mi padre que cuando iba el aguacil con las ocho pesetas al caserío, que estaba allí arriba, en las faldas del Hernio, hacían una gran fiesta. La cosa es que el abuelo, a los seis años, dijo "bueno, yo ya no lo quiero, ya no me da", y lo devolvió a la Diputación.
Pues sí que es una historia fuerte.
Claro, por lo visto la gente conocida le decía "¡jode, pero si al crío aunque sea lo metes de pastor o lo que sea, hombre! ¿Cómo vas a dejarlo ahí?" La cosa es que fueron a la Diputación y por lo visto estaba cerrada ese día y, claro, no pudo dejarlo y tuvieron que volverse a casa. Nuestro padre nos solía contar luego a qué velocidad volvía, cómo subió corriendo al caserío, allí arriba en el monte. Tiene que ser fuerte para un chaval de seis años, ¿no?
Desde luego.
La cosa es que si te quedabas el niño a los seis años le tenías que dar tu apellido y el abuelo no se lo dio. Y luego, toda la vida, pues eso, ni escuela ni nada: ya con seis años de pastor, con nueve o diez años en el monte, preparando la comida a los leñadores, y luego de morroi (criado), a Alzo. Allí conoció a mi ama que era de Alzo y fueron a casarse a Legorreta.
De la ama, ¿qué te voy a contar? El aita no hacía más que trabajar, metía entre 12 y 14 horas diarias y mi madre era la que nos atendía, la que tenía la relación con nosotros. Hay otra cosa: mi parto fue muy malo y dejó secuelas en la salud de mi madre, que posteriormente tuvo que cuidarse mucho siempre.
¿Qué lugar ocupabas en la familia?
En la familia éramos cuatro hermanos y yo era el pequeño, el mimado. De todas formas, en aquellos tiempos se recibía mucha leña, en casa, en la escuela... en todos lados.
¿Eras ya entonces un poco "el comediante"?
No, eso fue más de joven, a partir de los 17 ó 18 años. Yo creo que, al ser muy tímido, utilizaba ese recurso para hacerme valer en la cuadrilla: haciendo tonterías, siendo el chistoso... pero en ese sentido, ¿eh? de intentar ser alguien entre los amigos.
¿A qué edad se produce la marcha a Donostia? ¿Por qué razón?
A los 11 años. Fue un tema de estudios. Teníamos dos tías en Donosti y una dijo "yo le pago los estudios" y la otra "pues yo le tengo en casa". Para mí fue muy fuerte a esa edad separarme de la familia. Sentí como que me habían abandonado mis padres... Y lloraba... Recuerdo haber llorado como nunca durante esos tres años... Y luego, que de estar en Legorreta todo el día en la calle a meterte en un piso en Donosti... el cambio era tremendo. Y eso que me trataban bien y hacían todo lo posible porque estuviera a gusto, ¿eh? pero no había forma. Bueno, al menos en vacaciones podía volver a casa.
¿Cómo se adecua ese chaval de Legorreta a la ciudad? ¿Cómo se sentía?
Mal, muy mal. Hombre, para empezar yo apenas sabía castellano y me llamaban cashero-puñetero. Eso me dolía, pero tampoco creas que les dejaba reírse mucho, ¿eh? A uno que se estaba pasando con lo de cashero-puñetero le tiré una piedra de esquina a esquina y le rompí el labio (sonríe).En la escuela en Donosti tampoco me sentía nada bien. Estaba a disgusto, como muy rebelde, enfadado. Y luego, cuando volvía al pueblo en vacaciones, me vengaba y estaba insoportable con mi familia. Les amargaba la vida a todos (nos reímos).
Entrevisté en este mismo espacio a Bernardo Atxaga y me decía que cuando él comenzó a ir de Asteasu a San Sebastián, al colegio de La Salle, sus compañeros le aplicaban el estereotipo del señorito hacia el supuesto campesino; por ir del pueblo, por el tema lingüístico...
Sí, es verdad. Hombre, yo no era muy lanzado, era bastante discreto, pero tampoco me dejaba pisar. Y sí, había clases entre los alumnos, pero tampoco era exagerado. Fíjate que era el barrio de Gros, no era el centro y había un poco de todo. Y lo lingüístico era duro, sí, pero tuve suerte, porque había un hermano bilbaíno en la escuela, el hermano Pinedo, que era muy defensor del euskera y él me mimaba. Gracias a eso el primer año me sentí protegido. Fue una gran suerte.
¿En qué momento empieza a sentir el joven José Ramón el deseo de meterse en otras pieles, el deseo de ser otros?
La cosa es que me costaba mucho comunicarme. Entonces, para mí la forma más fácil era ésa. Quizás también por complejo, por sentirme inculto. No sé, mis padres eran analfabetos, y esa sensación, como de no poder superar eso, de estar condenado tú mismo a ser también un poco como ellos, no sé cómo explicarlo.
Creo que lo entiendo.
Claro, era eso, y lo de comunicarme me ha costado mucho y mi salida era esa.
En los años 70 comienza tu actividad como actor.
Sí, ya de joven me gustaba. En la cuadrilla era un poco el gracioso, el que tenía chispa, ya sabes... y entonces entré en el teatro amateur: empezamos en Xaribari con Joseba Urzelai, Pako Sagarzazu, Juan Miguel Gutiérrez (que tanto nos enseñó luego en la tele) y resulta que un día le ofrecieron a Urzelai dar clases en el Liceo Santo Tomás y él no podía. Entonces pensé "si cogiera yo ese puesto..." pero, claro, me daba miedo plantearlo (nos reímos). Y al final, forcé la situación para que él me preguntara si quería (más risas) y ahí estuve, dando clases a los chavales. En esos tiempos dimos un cursillo de animación de tres meses en Hondarribia con Juan Pastor, que estaba en Antzerti. Yo no he pasado por ninguna escuela, pero cuando salió aquella primera promoción de Antzerti, con Gure herria, les faltaba alguien que hiciera de padre y Juan Pastor dijo "coño, pues éste puede valer", y me lo ofreció. Pero eso equivalía a dejar el Liceo, y lanzarte a lo profesional. Imagínate, yo entonces vivía bien, con mi jornal fijo... Pero tuve el valor y dí el paso.
Ese es el punto de partida.
Sí, sí y luego tuve años malos, pero malos de verdad. Estaba casado y andaba por ahí con una furgoneta, hacía mudanzas... Había que comer. Además, tenía mis choques con los intelectuales del teatro, que decían que había que enfocarlo de no sé qué forma, pero claro, ellos vivían con sus padres... y yo tenía que sacar las lentejas. Así fui, poco a poco, haciendo teatro hasta que salió el trabajo en la tele.
Claro, tú has hecho cine, teatro... pero tu popularidad se debe sobre todo a la televisión.
Sí, sí, la popularidad me la ha dado la tele. Nosotros salimos del teatro, pero tuvimos la suerte de que se puso en marcha ETB... Es que yo siempre digo que he tenido mucha suerte. Hacían falta actores en euskera, y a nosotros, a los de An-tzerti, la suerte nos vino por ahí. Hemos sido unos privilegiados, porque, claro, la tele daba más dinero, te hacías conocido, que si Bi eta bat, Jaun eta jabe... y yo soy sobre todo un actor popular.
¿Qué me cuentas de Elena Irureta? Se os asocia mucho, claro.
Hombre, la "pareja de hecho". ¿Qué te voy a decir? Es una gozada trabajar con ella. Nos conocemos bien, pero tenemos clara la línea que no hay que traspasar. Siempre hay ese punto de respeto mutuo, ¿sabes?.
Leí hace poco a una conocida actriz que decía que el teatro pone mucho, que llega hasta a doler el corazón, literalmente. Que es una sensación de infarto, pero que, eso sí, a medida que vas entrando en la obra se te va pasando.
Yo, desde luego, tengo miedo escénico. Y, no sé, creo que me influye mucho el tener que comer de esto. En su momento dejé el puesto que tenía en el Liceo y desde entonces éste es mi trabajo y he luchado mucho por mantenerlo. Entonces, claro, me exijo un montón, y a la hora de ofrecerlo en directo siento una responsabilidad enorme. Es que si bajas el pistón y te relajas, no comes. La consecuencia es que ahí arriba me juego mucho y eso hace que tenga miedo. Yo no me acostumbro a salir al escenario. Tienes que salir y ahí está la gente esperando y tienes que dar un nivel. Bueno, además de eso es que yo soy inseguro, entonces me cuesta mucho relajarme en mi trabajo, me lo paso mal. A veces pienso "no, no merece la pena, no se puede vivir así", pero, claro, ¿qué voy hacer?
En tu opinión, ¿cual sería el proceso de formación ideal para alguien que quiera dedicarse a lo que te dedicas tú?
Yo no he tenido formación, porque me cuesta echarme a la piscina, que si hacer cursillos, que si lo otro... Y es que, además, soy muy lento: necesito primero un proceso mental de autoconvencerme, de estar seguro de que no voy a hacer el ridículo. Volvemos al tema de los miedos. Entonces, el no haber pasado por una escuela, se nota y esa es mi asignatura pendiente. Ya no lo voy a hacer, pero lo ideal sería pasar por un centro, claro, para superar los miedos y romper las barreras de tus complejos. Fíjate que a un casting, por ejemplo, no voy, no puedo ir. Yo necesito preparar, ensayar... de lo contrario me vence el pánico.
Me da la impresión de que alguna gente te tiene encasillado como actor cómico ,
Sí, alguna gente me tiene encasillado, quizá porque es lo que más he hecho, pero yo soy más dramático que cómico. Y también me gusta mucho hacer de malo... y puedo ser muy malo ¿eh? (nos reímos). Yo creo que debido a algunos papeles, se me ha visto un poco como a alguien ingenuo, que por ingenuo resultaba gracioso. La verdad es que dar ese punto de ingenuo se me hace bastante fácil, porque creo que tiene que ver con lo que ha sido mi vida: he sido alguien que sobre todo se ha dejado llevar por la vida, sin llamar mucho la atención. Y lo de cómico... hombre, a mí me cuesta, ¿eh? yo soy más bien seco; me resulta más fácil hacer drama que comedia. Me cuesta lo cómico, lo que ocurre es que te lanzas y lo haces y ya está.
Woody Allen solía decir que recurría a actores ingleses, porque son hombres de verdad, hombres vulnerables, mientras que en Estados Unidos generalmente sólo se da un estilo de actor: el tipo duro, y eso a él no le interesaba.
Claro, yo creo que se trata de ser creíble, ¿no? Y el tipo duro, sin debilidades, sin matices, no es creíble, no tiene ningún sentido.
Por cierto, volviendo a los monólogos, me llama la atención que en los dos que hemos citado esté tan presente la infancia.
Bueno, en el caso de Sommer no es algo que yo busqué. Me envió el libro una gente que lo había visto en Barcelona y me dijeron "tú eso lo puedes bordar, lo tienes que hacer, hombre". Entonces pensé "otra vez una de críos no, que ya tengo una". Y es que la otra, Umekeriak, yo todavía la quiero hacer... aunque mi mujer me toma el pelo: "Tú ya no tienes edad, hombre, ni el aguante para hacer eso". Pero yo creo que sí, que lo puedo hacer. Bueno, estaba diciendo que fue casual hacer otra de críos. Me convenció la puesta en escena de Xicu Masó, si no, no creo que la habría hecho. Ahora, sí es verdad que me gusta ver en las dos obras cómo esas cosas de la infancia, esos miedos, esos enfados, esas luchas, siguen ahí, vivas en el adulto.
¿Te pones nervioso ante el trabajo? Supongo que los actores, como nosotros los músicos, tendréis vuestros trucos para salir, más o menos bien parados, de las situaciones complicadas.
Sí, es lo que hemos comentado un poco antes, de la inseguridad. Pero bueno, tampoco conviene un exceso de confianza, ¿eh? Porque se te van los ritmos; la obra tiene unos tiempos, como en la música.
Y los trucos... hombre, hay veces que te quedas en blanco, o que se te va algo del texto, y entonces el mejor truco, sin duda, son las tablas. La veteranía hace un montón... Muy en blanco te tienes que quedar a estas alturas para no salir adelante. Los compañeros también ayudan mucho en esas situaciones de apuro: si te ven en dificultades, ellos siguen, pasan... De alguna forma te sacan del lío.
¿Cómo es un día de estreno de José Ramón Soroiz?
Lo primero, no duermo la noche anterior, me levanto a la mañana inaguantable (subraya cada una de las sílabas); mejor dicho, desde dos días antes es mejor que nadie me diga nada y que se me deje totalmente tranquilo (nos reímos). Mi mujer ya sabe que tengo que estar solo, con mis miedos, mis rollos...
Hablando de rollos, me ha dicho un amigo que es un rollo tratar con vosotros, porque también en la vida real, en todo momento, estáis actuando. Defiéndete, si quieres.
(Breve silencio) Creo que no soy de esos. Me ayuda el ser tímido, porque yo tengo que conocer mucho a la gente para abrirme. En una cena con gente desconocida, por ejemplo, me lo paso mal. Incluso si me encuentro en la calle con un conocido que hacía tiempo que no veía, me pongo a sudar, literalmente. Entonces, no me parece que sea de los que están actuando ante los demás. Soy más de escuchar que de soltar lo mío. Hombre, con la cuadrilla tengo algunos días inspirados, pero en general soy de pocas palabras, no suelo estar actuando.
¿Eres propenso a hacer balances? ¿Puedes hacer uno de tu vida, al menos de la profesional?
Me considero un tipo con suerte.
Hombre, pero además de la suerte, has luchado, ¿no? Por ejemplo, cuando dejaste tu trabajo, con un sueldo mensual, hiciste una apuesta fuerte.
Sí, sí, claro, fue una apuesta muy fuerte, fue lanzarse a la aventura. Hombre, es verdad, lucha ha habido, sin duda, pero a veces luchas y no hay forma, ¿entiendes? En mi caso, he luchado pero además he tenido suerte, y quiero insistir en lo de la suerte.
De acuerdo.
Y el balance es bueno. Si miro dónde empecé y el recorrido que he hecho hasta ahora, el balance es positivo. Ahora, es curioso, me cuesta mucho ver dónde estoy, me cuesta valorarme. Bueno, en realidad sí sé dónde estoy, pero es como si me costara creérmelo de verdad, no sé bien cómo expresarlo.
Entiendo. Hablando de valoraciones, Maribel Verdú confesaba hace unos días que en vuestra profesión te olvidan, te recuperan y te vuelven a olvidar. Y que conviene saberlo y contar con ello.
Bueno, y aunque no cuentes con ello te lo hacen ver enseguida ¿eh? (sonríe), por eso no hay que preocuparse. Puedes pasar de ser lo más de lo más... que como la fastidies en la siguiente, se acabó. Y bueno, que igual tú has estado muy bien, ¿eh? pero no ha funcionado la peli, o lo que sea, y se acabó, a esperar a que te llamen. Por eso, en lo nuestro hace falta mucha humildad, porque puedes estar ahí arriba y bajas, visto y no visto. Y por eso hay que seguir luchando, pero la verdad es que lo puedes pasar muy mal: es como si te estuvieras examinando cada vez, siempre estás a prueba, siempre a prueba...
Últimamente no oigo más que quejas de la gente del teatro vasco: que si cada vez hay menos trabajo, que si no se potencia debidamente, que si la producción propia está por los suelos, que si la gente no acude...
Es verdad que la cosa está mal, pero el tema es más amplio, no sólo es en el teatro. A la gente cada vez le cuesta más salir de casa. En lo nuestro, al principio la gente iba más al teatro en castellano, luego, por un tema de militancia, más al que se hacía en euskera. Ahora, esa militancia ha caído y bueno, pues igual las obras tampoco son las más acertadas. Si a eso le añadimos que no hay una gran cultura teatral y que no se acierta en el modo para que la gente se acerque al medio... más el problema económico, claro. No sé, creo que todas las partes se deberían de implicar más en el tema.
¿Cuéntame para los lectores en qué estás ahora mismo?
Ahora, como sabes, estoy centrado sobre todo en un proyecto teatral, la obra Aitarekin bidaian. Somos el trío de lujo (nos reímos) contigo y con Joseba Apaolaza, bajo la dirección de Agurtzane Intxaurraga, y estoy a gusto, muy implicado.
Bueno, parece que la cosa está oscura con la crisis, que en los ayuntamientos no hay dinero, pero ahí estamos, luchando. Además, estoy con Denboraren museoa que es una historia para críos con un montaje muy grande. Hablando de críos, en el futuro me gustaría hacer un proyecto para ellos. Algo muy sencillo, que se pueda llevar todo en una maleta, e ir a una escuela, hacer la función... Hacer algo con mucha fantasía, algo entrañable, que luego se pueda comentar en la clase, pensar sobre ello... Eso me gustaría mucho.
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