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[A rueda] "¡Vivan los compañeros!", por Miguel Usabiaga

¿Hemos visto ya al máximo Pogacar, al deportista en su cenit? Si esto es así, las carreras serán más abiertas a las sorpresas

[A rueda] "¡Vivan los compañeros!", por Miguel UsabiagaEfe

Con el Tour de Francia acabado se abre un largo paréntesis, que para los aficionados al ciclismo durará un año, hasta la próxima edición de la carrera francesa. Sabiendo que es el examen final del curso, la prueba decisiva del año, la que encumbra al mejor ciclista de la temporada; el resto de carreras, a pesar de su importancia, quedan relegadas tras él. Satisfacen el deseo de ciclismo, atenúan la espera, pero, hasta el Tour de 2026, viviremos en un tiempo de conjeturas y de recuerdos del último esplendor. Y para ese tiempo que acaba de abrirse, necesitamos los análisis de lo ocurrido

Pogacar venció y cumplió los pronósticos. Fue meritoria la oposición de Vingegaard, pero en los Pirineos se vio que estaba un peldaño por debajo del esloveno. La forma de correr de éste ha sido algo errática, bipolar; hasta los Pirineos fue el Pogacar depredador de siempre, que peleaba cada etapa con su afán de pasar a la historia de los récords en el ciclismo. Pero consolidada su hegemonía, en los Alpes mostró otra faz, se volvió controlador, y en algunos momentos parecía que le faltaban las fuerzas. No consiguió descolgar a Vingegaard en los puertos alpinos e incluso se vio superado por éste en La Plagne. En sus declaraciones dio a entender que estaba cansado, no de piernas, sino mentalmente, añadiendo que le gustaría llegar a casa para hacer otras cosas que no fueran montar en bici. Parecía más terrenal. Sin embargo, en la última etapa, en el circuito de París, subiendo tres veces la colina Montmartre, volvió el Pogacar caníbal, lo que permite plantearnos algunas dudas.

La etapa final

Su actitud ofensiva en cada subida, dejando al pelotón en media docena de elegidos, no fue suficiente. Por primera vez no sólo varios ciclistas le aguantaron sus ataques, sino que Van Aert le soltó de rueda. Lo no visto desde hace varios años. Le soltó con autoridad. Pogacar quiso, pero no pudo seguir a un Van Aert desencadenado sobre el pavés de la colina parisina. Perdió un metro, dos, tres, hasta que Van Aert se escapó a pesar de los notorios esfuerzos de Pogacar por seguirle. ¿Qué significa esa debilidad del esloveno? ¿Estaba realmente agotado, ha llegado al final del Tour con las fuerzas escasas? O incluso podemos imaginar alguna cuestión de más calado estratégico, ¿hemos visto ya al máximo Pogacar, al deportista en su cenit, y a partir de ahora veremos versiones de él más asequibles para los demás corredores? Si esto es así, las carreras serán más abiertas a las sorpresas.

Esa actitud de Pogacar en París, que ha recogido elogios en la mayoría de los medios, por su combatividad, por su apuesta por el espectáculo, para que la última etapa en Los Campos Elíseos no fuera un paseo; a mí que sugiere lo contrario, la crítica. No puedo entender que tal como estaban las calles de París, en las subidas y bajadas de Montmartre, adoquinadas, con juntas muy abiertas, y tremendamente resbaladizas por la intensa lluvia, se jugara como se jugó el Tour. Porque arriesgó mucho en los descensos. Y es verdad que los tiempos para la clasificación general fueron tomados cincuenta kilómetros antes de la meta, antes de ese peligroso circuito parisino, pero si se hubiera caído sin poder llegar a meta, habría perdido el Tour. Me pareció una irresponsabilidad, y no entiendo que no fuera impedida por sus directores

Crítica

Tampoco me gustó ese final, más espectacular deportivamente, pero menos solemne y menos comprometido con sus compañeros. Prefería ver una llegada clásica en París, en la que, tras la disputa del triunfo de etapa, aparecía todo el equipo junto, dándose la mano, abrazados, al entrar bajo la pancarta; y no la del domingo, con Pogacar solo, levantando el brazo. En esa actitud afloró el Pogacar más egoísta. Recuerdo que leí unas declaraciones de uno de sus directores, el suizo Mauro Gianetti, donde decía que cuando le ficharon para el UAE tras su victoria en el Tour del Porvenir de 2018, vio en él a un corredor muy ambicioso y determinado hacia su meta. Que le preguntó que qué tenía que hacer para mejorar, y se puso en sus manos para tal fin. Ese corredor que parece un chico enternecedor, más cuando lo vemos besándose en meta con su compañera, la ciclista Urska Zigart, esconde una ambición enorme. Y el domingo se evidenció, dejando a sus compañeros en la sombra, mirando sólo por su palmarés, algo que Miguel Indurain, por ejemplo, nunca hubiera hecho.

Una ocasión perdida

Recuerdo que el gran Labordeta hablaba de un poeta que dibujaba con su dedo en el viento la frase “¡Vivan los compañeros!”, una hermosa proclama que expresa un sentido profundo de la camaradería y la solidaridad para quienes comparten una aventura de riesgos, de lucha, como es el caso de los ciclistas. Subrayando su individualidad en París, Pogacar perdió la ocasión de reconocer el trabajo de equipo que hacen para él, en una carrera tan dura como es el Tour. Una dureza que evidenciaban las imágenes de casi todos los corredores al cruzar la meta. Parecían llegar al final de una peligrosa e incierta expedición. La mayoría eran agasajados por sus familiares, que los abrazaban como si hubieran escapado de la muerte. Algunos se permitían saborear lo prohibido durante tres semanas, una pizza o un sabroso bocadillo.