La clausura alpina, recortada la etapa por el descubrimiento de un brote de dermatitis contagiosa que afectaba al ganado de un rebaño situado en el Col des Saisies y que obligó al sacrificio de los animales, se convirtió en un esprint entre montañas.
De por sí, el día era corto, apenas 129 kilómetros, pero sin Saisies, se quedó en el estímulo que provocan los momentos. Un sucesión de instantes. El trazado se arrugó hasta sumar 95 kilómetros. La fugacidad de una estrella, el impacto de un meteorito.
Thymen Arensman, incrédulo, celebró su segunda cumbre en el Tour. Sumó la felicidad de La Plagne, a la dicha de Superbagnères.
Apenas dos segundos concedieron la gloria al neerlandés, asfixiado, derrengado, ante el cálculo de Vingegaard y Pogacar, tan ensimismados en su vis a vis, que despreciaron a Arensman, superviviente de los juegos mentales entre el esloveno y el danés, que se quedaron cortos, prendados el uno y el otro de la calculadora. "He ganado a dos extraterrestres", subrayó el neerlandés tras su logro.
No dudó nunca Arensman, de nuevo en la cima. Los Pirineos y los Alpes abrazaron su audacia. La cautela, la precaución y la maganimidad mandaron sobre el instinto del líder.
Al igual que en Superbagnères sobrevoló la sensación de que Arensman, excelso, fue indultado de buena gana por el gobernador del Tour. Dejó ganar, aunque vaya en contra de su naturaleza depredadora.
Ha mutado Pogacar, demoledor hasta Peyragudes y, de repente, suavizado en la última semana sin motivo aparente. Las aristas de su ciclismo son ahora formas suaves. Dictadura blanda.
El esloveno, con su cuarta corona en la vitrina, completó una ascensión extraña, con el freno de mano echado. No es su estilo. A su lado, Vingegaard, que al fin fue capaz de rebasarle en un esprint, y Florian Lipowitz se alinearon detrás del neerlandés en La Plagne.
Al danés le faltó resolución y un último brindis al sol aunque lloviera. Probablemente pensaría, no sin motivo, que un ataque suyo lanzaría al esloveno a otro triunfo.
Ambos corren para negarse. De tanto no surgió el sí de Arensman que rompió el tedio y la mesura. También sobresalió Lipowitz, que protegió el podio de la amenaza de Onley acelerando cuando el inglés se descolgó.
A dos palmos de la Ciudad de la Luz, Pogacar, el Sol de la carrera, dejó que unas nubes aplacaran su calor, que camuflaran su poder.
Pogacar se contiene
En una subida de 19 kilómetros al 7,2% de pendiente media, se resistió Pogacar a ser Pogacar. Hacía frío, tiritando los cuerpos, las pieles mojadas, las piernas entumecidas en una montaña que crecía hasta los 2.000 metros.
En el espejo de la carretera se reflejaba la ambición del baile final en las cimas alpinas. Pogacar se puso de pie, apuntó los hombros hacia delante y descargó con furia después del primer coletazo de Arensman. Amarillo intenso.
Vingegaard soportó la descarga del líder. Otra vez en el mismo fotograma. Amainaron el ritmo, jugando a ser dioses. La cumbre quedaba lejos. Arensman entró en juego con varias aceleraciones ante los rostros de asombro del líder y el danés que elevaron los hombros. Querían dilatar el adelantamiento.
Cruzaron unas palabras Pogacar y Vingegaard y observaron el caminar decidido del neerlandés, un tallo, un junco que se doblaba pero no se quebraba.
Pactada la tregua, por detrás Lipowitz, Onley, Gall, Healy y Johannessen se encolaron a Pogacar y Vingegaard, de paseo por los Alpes.
El líder dominaba la escena desde su mirada, intimidatoria. Arensman, esforzado, que subía a empellones, la boca abierta a modo de una gárgola buscando oxígeno, la lengua fuera, el dolor en cada pedalada, tomó un renta interesante.
Pogacar se estiró nuevamente. Reaccionaron Vingeggard, Onley y Lipowitz. El alemán defendía 23 segundos de ventaja sobre el inglés en su pleito por el podio. La emoción palpitaba en esos recovecos. El latido de Arensman seguía conectando curvas y rampas de puntillas, cada vez más agónico.
El líder mantenía al neerlandés a una distancia apropiada. En realidad todas las distancias conducen a Pogacar, el coleccionista de récords. La dejadez desconectó al esloveno y empatizó con el danés para sorpresa de Arensman.
Tour de Francia
Decimonovena etapa
1. Thymen Arensman (Ineos) 2h46:06
2. Jonas Vingegaard (Visma) a 2’’
3. Tadej Pogacar (UAE) m.t.
4. Florian Lipowitz (Red Bull) a 6’’
5. Oscar Onley (Picnic) a 47’’
6. Felix Gall (Decathlon) a 1:34
7. Tobias Johannessen (Uno-X) a 1:41
8. Ben Healy (Education First) a 2:19
85. Ion Izagirre (Cofidis) a 24:22
129. Alex Aranburu (Cofidis) a 29:32
General
1. Tadej Pogacar (UAE) 69h41:46
2. Jonas Vingegaard (Visma) a 4:24
3. Florian Lipowitz (Red Bull) a 11:09
4. Oscar Onley (Picnic) a 12:12
5. Felix Gall (Decathlon) a 17:12
6. Tobias Johannessen (Uno-X) a 20:14
7. Kévin Vauquelin (Arkéa) a 22:35
8. Primoz Roglic (Red Bull) a 25:30
72. Ion Izagirre (Cofidis) a 3h35:02
79. Alex Aranburu (Cofidis) a 3h43:16
La aventura de Roglic
También la buscó Roglic. Amputado el recorrido, Roglic, un puncheur magnífico, se lanzó desde el rodillo del calentamiento al Col du Pré. El esloveno repitió la escena de la víspera. En su acto reivindicativo le acompañó Lenny Martinez, despojado del maillot de la montaña, multado por el bochornoso remolque en La Madeleine.
El pequeño francés quiso redimirse y se agarró a la cometa de Roglic, estupenda su puesta en escena en el cierre montañoso de la Grande Boucle, para recuperar el reinado de las cumbres. Paret-Peintre, conquistador del Mont Ventoux, se sumó a Roglic y Martinez.
Los Alpes, bellísimos, el verde alfombrando las montañas majestuosas, sirvieron de decorado para una resolución trepidante por la escasez de kilometraje, donde sobresalía la presa de Roselend a modo de una distopía. Avanzaron deprisa sobre las aguas los fugados.
Pogacar instó a los suyos a la persecución en una clásica en la cordillera alpina. El Cormet de Roselend apareció de inmediato en la hoja de ruta, como un agregado del Col du Pré. Dos montañas en una.
La ascensión, con curvas amplísimas que se rodeaban a así mismas, estrechó el pulso entre el trío y los mejores. En ese grupo tiraba el Uno-X para impulsar a Johannessen y destemplar aún más a Vauquelin, que penaba en el desfiladero de la general, desconectado del club de los más fuertes. Hundido.
Lenny Martinez, revivido, gesto teatral, fue el primero en cruzar el Cormet de Roseland. El escalador francés era un náufrago el primer día del Tour, con el rostro en blanco, que después fue coloreando rascando montañas y decorando el maillot de lunares rojos. Esa era su misión. Aferrado a esa idea de lucir de nuevo transitó entre picos y valles. No le alcanzó.
Roglic se aceleró en el descenso, con el simple hecho de adoptar una buena postura aerodinámica y trazar con seguridad para desprenderse de Paret-Peintre y Martinez en una baja diseñada por lazos de asfalto, por una cuerda de brea que cosía la foresta en una sinfónica belleza.
Roglic, bajo la lluvia, era el hombre contra los elementos, el campeón que no se rinde a pesar de que el destino. Su atrevimiento, era una bandera de orgullo ante la voracidad de Pogacar, que quería alimentar su leyenda en La Plagne.
La carga del UAE
El UAE dio el toque de queda. Una cacería con el espíritu de una manada de lobos. No se entregó Roglic, incapaz de dimitir. Honra cada competición. La dignifica. Refractario a las excusas, lejos de los lugares comunes y la coartadas, el esloveno, tantas veces caídos, siempre de vuelta, prosiguió con su empeño.
Admirable. Conmovedora su entrega ante el implacable Pogacar, con el deseo intacto después de su supremacía. El ritmo de las liebres anunciaba el cañonazo de Pogacar en La Plagne.
Le gusta al esloveno telegrafiar sus ataques para que quede de manifiesto su irracional fortaleza. Wellens y Narváez, al igual que en Hautacam, activaron el mecanismo de despegue en la última montaña del Tour.
Sin embargo, Pogacar retrasó el momento. Se adelantó Arensman entre la guerra fría del esloveno y Vingegaard. Devoradados el uno y el otro, obsesivos. Ambos languidecieron. El tedio cierra el Tourr.