La intensidad vivida en la alta montaña de los Pirineos, hace que las 15 etapas anteriores se vayan muy atrás en el recuerdo, tanto que parecen vicisitudes de otra carrera. Incluso aunque no haya habido sobresaltos, pues Pogacar se ha mostrado victorioso como se pronosticaba. Es la magnitud de su dominio, la forma de éste, la sensación de que no tiene rivales, lo que hace que queden sepultadas las primeras fases de la carrera, cuando aún vivíamos en la incertidumbre, con la emoción de que iba a haber disputa, de que podía haber relevo, de que no estaba todo escrito. Con la perspectiva de ahora, aquel Tour que comenzó en Lille parece otra prueba.
La única sorpresa ha sido la debacle de Evenepoel en los Pirineos. Aún está por ver qué le ha pasado. Si es una factura por la grave caída del invierno, que le imposibilitó construir una buena base física, con la necesidad añadida de quemar etapas para llegar al Tour. Es lo que creen en su entorno. Cualidades para pasar la montaña tiene, las demostró con el tercer puesto del Tour de 2024, y con su victoria en la Vuelta de 2022. Es muy joven, ambicioso, tenaz, y pienso que es el único que, en un par de años, puede plantar cara a Pogacar, porque es capaz de vencerle holgadamente contrarreloj. Si consigue mejorar su respuesta a los demarrajes del esloveno, su punto fuerte. Sus ataques violentos que prosiguen la aceleración al límite propuesta por alguno o varios de sus compañeros. Si no es capaz de neutralizar esos arranques del esloveno, no lo conseguirá, porque es con ellos con los que mina la moral de los adversarios, que luego, a tren, no neutralizan lo perdido, porque Pogacar es capaz de mantener un ritmo muy alto. Ahí radica la clave. Es fácil decirlo, pero otra cosa es hacerlo.
Fin de fiesta
La clasificación está tan consolidada en los dos primeros puestos, con una diferencia tan grande que, salvo una catástrofe, no veremos cambios. Pogacar es inaccesible para Vingegaard, aunque en estos seis días restantes aún quede mucha montaña. La atmosfera crítica de la carrera ya tiene un tono de fin de fiesta, ocupada en detectar quiénes son los ganadores y los perdedores. En clave de favoritos podríamos decir que Vingegaard y Evenepoel son los perdedores. Pero quiero salir en su defensa. El escritor argentino Jorge Luis Borges decía que la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce. Y estoy de acuerdo. Lo vimos en la imagen de Evenepoel subiendo el Tourmalet, poco antes de bajarse del sillín y abandonar llorando el Tour, se acercó a dos niños que veían la subida al borde de la ruta, para entregarles los dos botellines que llevaba en la bici, uno a cada uno.
El Evenepoel radiante, pletórico, de los triunfos, a veces arrogante, no conoce esos gestos. Esos gestos sinceros, no para la galería, le llegan con la derrota porque ésta lo humaniza, lo vuelve vulnerable, le recuerda lo que olvidó en la victoria, que es un ser común, mortal, terrenal. Es la derrota la que acerca esa virtud al hombre. Podríamos decir lo contrario del triunfador, Pogacar.
Su ansia por los records, por pasar a la historia, le hace avasallar, le impide mostrar piedad con los adversarios, porque eso obraría en contra de la edificación de sus monumentos, de su gloria, de ser el mejor en todo. No es la persona, es el mito que lo devora, le hace creerse celestial, un ángel que no es fieramente humano, como reclamaba nuestro poeta Blas de Otero. Algunos periodistas han empezado a llamar a Pogacar "el caníbal", tomando el apelativo que ostentó Merckx, y he recordado cómo le fue puesto ese apodo al belga. Lo inventó la hija pequeña de un antiguo compañero de Merckx en su equipo Peugeot, Christian Raymond, cuando visitó a su padre al final de una etapa del Tour de 1969. Su padre le presentó a Merckx diciendo "Éste es el que no deja nada a nadie". "Entonces es un caníbal", respondió la niña. Y ahí se instaló el sobrenombre. Aquella niña captó la esencia, si no dejas nada para los demás, eres un caníbal, y pierdes la virtud.
Aunque todo esté sentenciado, nos quedan las emociones menores, las de los triunfos parciales. Escenarios para la batalla hay, aún restan los Alpes, y hoy el temible Mont Ventoux, que, colocado tras una etapa de descanso, es más peligroso. Pues el día de relax no sienta bien a la tensión muscular de algunos ciclistas, y suelen producirse sorpresas. También ha ocurrido alguna vez, aunque en el ciclismo moderno profesional es muy extraño, que algún corredor aproveche el descanso para una comilona o una fiesta, como sucedió con el famoso cordero de Anquetil en el Tour de 1964. El normando aprovechó la jornada de descanso en Andorra para ir a una fiesta de la prensa, donde se atiborró de cordero regado con champán. Al día siguiente no podía con sus piernas. El poeta soviético Maiakovski, cuyo cumpleaños fue el pasado 19 de julio, decía que la mitad de él estaba hecha de sueños y la otra mitad de luchas. Creo que no se puede definir mejor la naturaleza de un ciclista, de una persona que no se rinde. Así que esperemos todavía la lucha.