Arriva Italia. El ciclismo de antes, el añejo, el sepia, el de las epopeyas, tragedias y gloria irrumpió con ferocidad en el Giro, que honró a su esencia con una jornada memorable, para los arcanos. Recuperada el alma y el corazón la carrera con una etapa de verdad, donde es imposible el camuflaje y de nada sirve el maquillaje.
Más de 200 kilómetros y montañas espeluznantes que acumulaban 5.000 metros de desnivel. El ciclismo de siempre. Una oda a su tuétano, a su razón de ser. Una búsqueda de los límites, un tratado de supervivencia que elige a los más fuertes. Nadie puede ocultarse en un escenario que a todos despelleja. Una sala de autopsias en un paisaje sublime.
Doblete del Astana
Entre las montañas crueles y bellas se encumbró el espíritu guerrero de Richard Carapaz, imperial el ecuatoriano en su asalto al cielo. Morador de las alturas, en San Valentino, donde hicieron doblete los italianos Scaroni y Fortunato, Carapaz descompuso a Del Toro, quebrado de punta a punta.
El ecuatoriano, tenaz, valiente y fogoso, dinamitó el Giro. El joven mexicano envejeció una vida. Su rosa tiene una corona de espinas. Frente a las montañas que asustan, en una larga travesía, con cumbres que hacen diminutos a los humanos, Del Toro perdió el aura que le protegía. Le cayó la montaña encima.
Carapaz activó la palanca del derrumbe del mexicano. Al ecuatoriano, desatado, se le está poniendo cara de campeón del Giro por segunda vez. La locomotora de Carchi anunció guerra días atrás y en San Valentino provocó una carnicería en una jornada que fue acumulando almas en pena. La exhibición de Carapaz deja la general prensada.
Extraordinario Carapaz
Del Toro resiste en el liderato, pero su equilibrio es precario tras encajar 1:36 con el ecuatoriano. Simon Yates también hostiga a Del Toro, tras lijarle casi un minuto. Los tres están en medio minuto.
El brutalismo revivió al Giro, que contó el abandono de Primoz Roglic, el hundimiento de Juan Ayuso, enterrado en Santa Bárbara, y el réquiem del líder en San Valentino.
Si a Roglic le descabalgaron las caídas, al alicantino le puso de rodillas el Giro, que también le había castigado con las caídas. Santa Barbara tronaba para él, sin eco en la ascensión Ayuso. Ahogado. La tormenta de la soledad y la impotencia vaciándole los adentros.
Ayuso abrió el maillot para refrescar el tormento y se le leyó la fatiga en cada gesto. Derruido. Boqueando en la montaña cuando en el grupo principal aún respiraban muchos secundarios. En meta cedió 14:47.
Del Toro aleteaba feliz, aún con dos sherpas en la ascensión que cerraba el punto de fuga. Resistían Carapaz, Simon Yates, Tiberi, Bernal y Gee en San Valentino, donde el amor era una utopía. Descontada media montaña primero al son de Van Aert y después con la pose de Majka, Simon Yates se agitó.
Efervescente al fin el inglés, que abrió la puerta a lo desconocido. Del Toro respondió con un acto reflejo. Puro instinto. La calma antes de la tormenta. Un chasquido después brotó el instinto de Carapaz, un depredador, siempre al acecho, en estado de alerta. Dispuesto para cazar.
El ecuatoriano, pura intuición, se lanzó a por el Giro sin mirar atrás. A pecho descubierto. Se rompió la camisa Carapaz, rebelde con causa. A Del Toro se le desajustó el rostro. Silbante hasta ahora, necesitaba oxígeno, a solas con Simon Yates, que después también le dejó. No hacía pie del Toro. A solas con la agonía. Sin consuelo.
Carapaz partió con furia. Ira y fuego en su pedaleo. La ambición empujando en una sola dirección, la pasión desbocada. Caballo salvaje. Del Toro se desplomó, hundido, quebrado por el empeño de Carapaz y el tonelaje del ciclismo añejo, de montañas de verdad y distancias maratonianas. La carrera en su apogeo al sol. Tan bella como cruel.
Por la mañana llovía en el Giro, a lágrima viva el cielo, los dioses enojados, lanzando agua, ametrallando los cuerpos, atrincherados en las ropas de agua, un traje que enluta. Llovía con saña bíblica, arrugando las sonrisas; las miradas, tristes y ojerosas tras las gafas transparentes para ver mejor, con más claridad.
Giro de Italia
Decimosexta etapa
1. Christian Scaroni (Astana) 5h35:05
2. Lorenzo Fortunato (Astana) m.t.
3. Giulio Pellizzari (Bahrain) a 55’’
4. Richard Carapaz (Education First) a 1:10
28. Pello Bilbao (Bahrain) a 11:53
30. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 13:05
43. Jon Barrenetxea (Movistar) a 18:11
55. Jonathan Lastra (Cofidis) a 27:33
57. Igor Arrieta (UAE) a 28:55
69. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 32:03
General
1. Isaac del Toro (UAE) 61h31:56
2. Simon Yates (Visma) a 26’’
3. Richard Carapaz (Education First) a 31’’
4. Derek Gee (Israel) a 1:31
5. Damiano Caruso (Bahrain) a 2:40
31. Pello Bilbao (Bahrain) a 59:46
37. Jonathan Lastra (Cofidis) a 1h12:00
38. Igor Arrieta (UAE) a 1h13:02
68. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 1h50:51
92. Jon Barrenetxea (Movistar) a 2h27:20
127. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 3h20:24
Las nubes chocaban y escupían malas noticias. El agua pintaba el asfalto, espejado, el reflejo de la incertidumbre, la preocupación y el hastío de los días malos. Martinelli tuvo que abandonar tras una aparatosa caída, al igual que Tarling.
Abandono de Roglic
Llovía entre montañas gigantes, colosales, moles que empequeñecen al ser humano, todavía más pequeño en los escenarios pantagruélicos del Giro, al fin enfatizado ante montañas reverenciales. Se adentró la carrera en la última semana, la de la gloria y la miseria.
Antes, de la supervivencia. Sobrevivir es vencer. Mantenerse en pie es un victoria. Lo sabía Roglic, tres veces caído en el Giro, su calvario. Se dañó en el sterrato. La herida abierta que nunca cicatrizo. Cayó después en Eslovenia. Ni en su casa encontró la paz.
En la travesía hacia las intimidantes cumbres de la Corsa rosa, a Roglic se le pintó de negro el presente. No hay futuro. El código del punk era la banda sonora que atravesaba la melancolía del esloveno.
De la tercera caída, bajo el agua, no pudo reponerse. Lágrimas negras para el esloveno, apaleado por la carrera, que emergía hacia su mastodóntica última semana, la del todo o nada.
Para el esloveno, que en la salida de Tira buscaba el todo, fue nada. La carrera no hace prisioneros. Tampoco honra a sus campeones. Los idilios no existen, siempre colgando de un hilo. Roglic se despidió del Giro con la tristeza a cuestas y la maleta repleta de desencanto.
Refugiado en el coche de equipo, de vuelta al hogar, dejó de llover, como si el mal fario, prensado sobre su dorsal, diera por hecho su trabajo. Tarling y Martinelli, apedreados por la lluvia, también dejaron la carrera, una saeta.
Pello Bilbao lo busca
En el mayo del Giro, la primavera oscilante, azarosa y caprichosa, la oscuridad se hizo luz, de repente el cielo era un lienzo pintado con tonos azules y nubes de algodón que elevaban un paisaje orgiástico. Naturaleza al desnudo.
Camino de Santa Barbara, patrona de los mineros, una montaña corpulenta donde vibraba el Giro, la fuga que palpitaba, descapotada, con Pello Bilbao, Jon Barrenetxea y Xabier Mikel Azparren entre la veintena de dorsales que buscaba el cielo, la morada de la gloria. Solo quedó Pello Bilbao, después sometido en San Valentino. Allí todo saltó por los aires. Arriva Italia. Carapaz honra al Giro.