Italia abraza la dietrología, una ciencia estrictamente italiana que estudia las causas ocultas de los acontecimientos. Amantes de la fantasía y de los secretos, los italianos tienen la sospecha, algo enfermiza, de que todo está regido por el misterio y que detrás de la banal apariencia de las cosas y los suceso existe una conspiración urdida con fines inconfesables, como si un gobierno en la sombra todo lo manejara.
Las conspiraciones tienden a generarse por miedo a reconocer que los disparates y el azar bailan la vida a su antojo, sin más argumento que el del capricho o la fatalidad.
Bien lo sabe Mikel Landa, que soñaba con el podio del Giro, y tuvo que abandonar en el bautismo de la carrera tras una fea caída camino de Tirana, donde Pedersen se impuso al esprint a Van Aert y Aular.
Traslado a un hospital de Tirana en ambulancia, en el centro médico los exámenes y una tomografía computarizada revelaron que Landa había sufrido una fractura estable de la vértebra Th 11.
Noche en el hospital
Esto le obligará a permanecer en posición decúbito prono durante un período prolongado. Permanecerá la noche en el hospital, antes de realizarle más evaluaciones y elaborar un plan para su regreso a casa. Por el momento se desconoce el tiempo de recuperación necesario.
El alavés perdió el control de la bici en un descenso hacia la meta, hizo un recto y se estrelló contra una farola antes de caer sobre la acera. Volteó la bici e impactó contra el suelo.
Las sirenas de la desgracia gritaron su nombre en el adiós. El ciclista vasco quedó tendido, ovillado, en posición fetal, quebrado por el dolor del impacto.
Varias caídas
La mirada torva del destino tiró de la pechera a Landa. Ángel caído, golpeado, dolorido, se lo tragó el asfalto. Inmovilizado, pero consciente en todo momento, los sanitarios se lo llevaron al hospital. El último sonido que Landa escuchó fue el de las sirenas que anunciaban su despedida. El ulular del mal fario. Su réquiem.
La fatalidad persigue a Landa. Encogido, en posición fetal, no pudo levantarse tras la caída. Una mano negra derribó a Landa. Otra caída severa le mordía las ilusiones, aplastadas por el infortunio.
En 2021 se fracturó la clavícula y cinco costillas en el Giro tras una caída durísima camino de Cattolica. Tuvo que dejar la carrera en ambulancia, prensado por el dolor y la fatalidad. En 2017, una moto mal aparcada de la policía le derribó camino del Blockhaus.
Landa revivió el drama en un día aciago para él. Atendido por los médicos del Giro de inmediato, fue inmovilizado con un collarín y dijo adiós a la Corsa rosa en camilla. Fundido a negro para el alavés, trasladado en ambulancia al hospital.
El de Murgia mantiene una relación de amor y odio con el Giro. En la edición del 2015 se descubrió y accedió al podio. En 2022 obtuvo la misma recompensa, pero en tres ocasiones, la carrera italiana ha sido sumamente cruel con el alavés.
El sueño de Landa quedó hecho añicos en Tirana. Se mantiene en pie el de Roglic, Ayuso, Carapaz, Bernal y Tiberi, que se miden hoy en la crono. Otros, como Daniel Martínez, Arensman o Gee penaron. También Vine, involucrado en la caída con Landa, aunque sin lesiones.
Además de esa creencia, que es una mezcla entre lo divino y lo pagano, la Iglesia sigue ordenando Italia a su modo. Nada más dietrológico que el Cónclave, guardián de secretos, misterios y maniobras en la oscuridad bajo la vigilancia de la Capilla Sixtina. Allí, la Curia eligió a Robert Prevost, al que nadie esperaba.
Se bautizó León XIV para ejercer como papa antes de que el Giro, otra religión italiana, arrancara en Albania. La Corsa rosa tenía la bendición papal en un país de curas y ciclistas, de sotanas y maglias.
La Italia ciclista que remite a la memoria se dividió entre Fausto Coppi y Gino Bartali, dos mitos, símbolos que representaban las dos Italias. Gino pertenecía a la Italia religiosa, pacata, pía, de orden y de ley. El toscano era un hombre de fe, sobre todo tras la muerte de su hermano por atropello en una carrera.
El Monje Volador era ciclista diésel sin dobleces: tradicional, elegante, un italiano de viejas esencias. Mussolini hizo de Bartali su bandera fascista. Como si el maillot del campeón italiano fuera una camisa negra. Nunca lo fue a pesar de que Mussolini lo utilizara para su propaganda fascista.
Décadas después se supo que Bartali salvó a cientos de judíos como miembro de una red clandestina que evitó que muchos de ellos cayeran en la garras de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Bartali empleaba la bici para transportar documentos durante sus entrenamientos.
A Coppi, comunista, que vivía con otra mujer que no era la suya en una Italia ultrarreligiosa, le adoptó la otra parte de la bota, la que se tiñe de color rojo. Ambos eran dos símbolos imbatibles, dos ciclistas excelsos, diametralmente opuestos, venerados ambos. Dioses y humanos. Beatos y pecadores. El costumbrismo de Italia.
Ese modo de ver la vida enraizó en la salida albanesa de la Corsa rosa, que asfaltaba la ruta durante la víspera para subrayar que por Albania corría el espíritu y el modo de hacer las cosas de Italia, siempre al límite, haciendo malabares, improvisando en la genialidad.
Se cubrieron los socavones y los penachos con asfalto nuevo a tiempo. Durante le proceso, señalaron los tramos reasfaltados con cajas de cervezas vacías de Birra Korça, que se produce en Albania. ¿Para qué emplear un cono si basta con el ingenio?
Enganchón de Ayuso
En ese asfalto que era viejo y nuevo, se enredó Juan Ayuso, uno de los candidatos al trono de Roma, tras un enganchón antes de ascender Gracen. El recordatorio de que nadie está a salvo.
Se puso en pie de inmediato el alicantino, que convocó a su guardia pretoriana para que le reubicará en la carrera con una bici nueva cuando la etapa camino de Tirana era una fuga y el pelotón en calma hasta que decidió que finalizará la aventura de Verre, Moniquet, Van der Hoorn, Tonelli y Tarozzi.
La muchachada de Pedersen y la de Van Aert contribuyeron a un final veloz. Las prisas y la celeridad advirtieron a Pello Bilbao, atento, fijando el paso en Surrel entre vías sinuosas, que subían y bajaban, que engordaban y adelgazaban.
Brotó la tensión, ingrediente inequívoco de los esprints, donde se cruzan los dedos entre quienes compiten con los codos afilados alentando el frenesí y los que desean no descabalgar de la general en medio de la coreografía del caos.
Se cubrieron con los escudos de los suyos Mikel Landa, Roglic, Ayuso, Tiberi, Carapaz, Bernal… cuando sonó la campana de la última vuelta, una llamada al zafarrancho, tras el primer paso por meta. Restaba una segunda ascensión a Surrel, una subida en la tener presencia. Era hora de mostrar los dientes. Afilados los colmillos.
Los que desean competir por Roma, por la eternidad, se situaron al frente para seguir el paso marcial de los peones de Pedersen, convencidos en su tarea de llevar a hombros al potente danés. La embestida provocó el despiece de Van Aert, retratada su debilidad. También la de Arensman, sexto en el pasado Giro.
El neerlandés se quedó sin aire, deshinchado. Derek Gee se deshilachó. También Daniel Martínez y Vine, en el mismo fotograma que Landa, aunque sin lesiones. El tejido hacia el esprint lo tricotaron los costureros de Pedersen, que encauzaron el triunfo del danés. En ese galope, el Giro descabalgó al de Murgia de mala manera. Landa se rompe.