A falta del Giro de Lombardía, los campeonatos mundiales de ciclismo disputados en Zúrich han puesto fin a las grandes carreras de la temporada. Si nos atenemos a lo visto, hay que decir que en las dos especialidades del ciclismo en carretera, la contrarreloj y la ruta, vencieron los mejores de cada una, Remco Evenepoel en la crono, y Pogacar en la ruta, el mejor contrarrelojista, y el ciclista más completo. Así que se hizo justicia, y no hubo ninguna sorpresa. Hace tres o cuatro años vivíamos tiempos de revolución en el ciclismo, con la irrupción a la escena principal de estos jóvenes corredores, Remco y Pogacar, para sustituir a la vieja guardia, a los Froome, Nibali, Contador, Thomas. El viejo orden era un tiempo en el que la hegemonía de los favoritos no era totalitaria, y donde cabían los saltos de guión. Ahora vivimos un tiempo de campeones, donde en cada carrera se impone la certeza, lo establecido. Este nuevo tiempo es hermoso, porque esta joven guardia cimenta su dominio, su poderío, su excelencia, sobre la valentía y el ataque, ofreciéndonos un gran espectáculo. Son buenos tiempos para la lírica ciclista. Pero a la vez también se echa de menos la época de las incertidumbres, cuando se asistía a cualquier carrera importante con un abanico amplio de candidatos. Parece como si el concepto del mainstream, perdón, la corriente principal, con la que se retrata actualmente aquellas tendencias mayoritarias en tal o cual campo del pensamiento, del arte, la música, o la moda, hubieran llegado al ciclismo, que responde como reflejo también de su actividad con los mismos resortes automáticos. Como si los actores principales, los campeones, Remco, Pogacar, Vingegaard, Van der Poel, Van Aert y Roglic estuvieran interpretando un guión, actuando para cumplir lo que se les exige, ganar siempre, arrasar, no dejar ni las migajas. Ganar para el Olimpo del futuro, y para llenar las redes sociales, cada rendija. Porque lo que no triunfa ya no existe. Estas nuevas estrellas tienen otra virtud como campeones, la puntería. Si se preparan para una prueba, si la ponen en la diana, raramente fallan el tiro. Parecen ser capaces de conocer su cuerpo al dedillo, cada respuesta, y saber con precisión científica los estímulos de entrenamiento que necesitan para ponerse a punto, en la calidad optima para el día X; léase Pogacar para Giro, Tour o Mundial, o Remco para las Olimpiadas y la contrarreloj de estos campeonatos. Da envidia, cuando uno anda dando tumbos sin conocer su organismo. La carrera en ruta del domingo, como han señalado todos los medios, fue una gran demostración de Pogacar. Sin embargo, admitiendo esto, se pueden ver errores y circunstancias que permitieron su triunfo. Nadie esperaba su ataque a 100 kilómetros de meta. Ni él mismo según confesó en la meta. No estoy tan seguro de eso, porque tenía un gregario por delante, Tratnik, a la espera. Pogacar atacó cuando vio que ninguno de los dos adversarios principales, ni Remco ni Van der Poel, estaba cerca, pues no parecía un momento clave de la prueba y andaban en medio del paquete. Así que no le contrarrestaron y se fue sin marcaje, un error por parte de sus oponentes. Tratnik le esperó, lo llevó hasta el grupo de escapados, y tiró de él treinta kilómetros, hasta su agotamiento. Entonces volvió a atacar Pogacar para desembarazarse del resto de viajeros de la escapada, e irse acompañado por Sivakov, que, ingenuamente, colaboró con él 20 kilómetros, hasta que no pudo seguirle en una de las subidas. Por detrás, Bélgica se puso nerviosa y quemó a todos sus corredores en treinta kilómetros, intentando abortar rápido la escapada, pero se quedó sin gente y dejó a Remco solo a más de 50 kilómetros de meta. Más les hubiera valido tirar menos, no fundir a todo el equipo y mantener la escuadra unida hasta cerca del final, cuando las fuerzas de Pogacar se gastaron. Algo que se pudo ver, pero cuando Bélgica ya no tenía equipo, a nadie para tirar. Quedaban, tras Pogacar, una quincena de corredores sueltos, todos pendientes sólo de su propia suerte. Así que desde el punto de vista colectivo, creo que ningún país, salvo Eslovenia, lo hizo bien. Es algo que suele ocurrir en los Mundiales, donde las selecciones nacionales están formadas por egos, y no por gente elegida para realizar labores específicas de trabajo, como sí funcionan los equipos comerciales. A esto se añadió el hecho de que no se permitía llevar pinganillos, y la información no llegó con inmediatez a los corredores. Si no hubiera sido así, cuando Pogacar apenas contaba con medio minuto, a falta de quince kilómetros, los directores habrían tronado las órdenes para darlo todo en su caza. Un cúmulo de circunstancias, junto a la indiscutible calidad del esloveno, un gran tipo por otra parte. Lástima el equipo en el que corre. La contrarreloj, a principios de la semana, mostró un Remco muy motivado. Quería ser el doble campeón de la especialidad, olímpico y mundial, en el mismo año, y lo logró. Algo que también consiguió, en categoría femenina, la australiana Grace Brown. Aventuro una temporada 2025 con una lucha feroz entre Pogacar y Remco en el Tour, pues el belga ha dicho que será su gran objetivo, y ha demostrado que sabe prepararse a conciencia.