Como se apuntaba, la Vuelta está siendo una guerra de desgaste contra el líder O’Connor. Su solidez, el que no se haya hundido en las montañas hasta la fecha, ha hecho inevitable esa táctica de intentar erosionar su ventaja, poco a poco, por parte de los favoritos. Y está por ver si lo consiguen y si no se arrepienten por su postura conservadora, la que permitió al australiano auparse al primer puesto con una diferencia notable. De momento, sólo Roglic y Enric Mas parecen en condiciones de desbancarlo, si nos atenemos a lo mostrado en el duro pero corto alto de Mougás, donde consiguieron descolgar al líder, aunque su ventaja en la cercana meta de la gallega ciudad de Baiona, tampoco fue mucha, sólo treinta y siete segundos. Así que seguimos bajo ese enigma, como escribía el otro día, porque tampoco está muy claro que lo consigan, pues O’Connor resiste. Ayer, en el alto de Cabeza de Manzaneda, catalogado como de primera categoría, aguantó muy bien. Aunque este puerto es de los que se suben “en plato”, como se dice en el argot ciclista, es decir, en plato grande, y eso dice mucho. Recuerdo que en nuestras carreras locales, de esa categoría de plato grande, eran, por ejemplo, la subida a Itziar, tanto por Deba como por Zumaia, o el alto de Arlaban, en Arrasate. Son puertos en los que se pueden hacer diferencias grandes cuando son largos, como el de Manzaneda, de más de 15 kilómetros, en sus porcentajes constantes entre el 5 y el 7%, pero necesitan que previamente se suban otros puertos que provoquen el cansancio, el desgaste. En esos casos, en estos puertos que se suben en plato, si se ha acumulado la fatiga, con los desarrollos que mueven los corredores que están fuertes, y la velocidad diferencial con los que están vacíos, puede ser importante. Pero no era el caso de ayer, donde era el único puerto de la etapa, y los favoritos llegaron enteros y juntos.
Victoria de Pablo Castrillo
Para todos los amantes del ciclismo puro, del ciclismo de los modestos, y para los no aficionados al ciclismo pero que se alegran con la victoria de los humildes en cualquier orden de la vida, la victoria del jacetano Pablo Castrillo en Manzaneda supuso una gran alegría. Su triunfo fue agónico; cabeceaba empujando con el cuello la bicicleta, y a punto estuvo de ser alcanzado bajo la pancarta, pero le sobraron 100 metros de gloria. Con él también llega la justicia para su equipo, el Kern-Pharma, batallador durante toda la Vuelta, y uno de esos equipos, como el Euskaltel, que sufre esa injusticia de la clasificación del ciclismo en varias ligas de distintas categorías, reservándose para la primera los privilegios de las grandes carreras, y quedando los equipos de las inferiores a expensas del capricho del par de invitaciones que tienen las grandes pruebas para ellos. Y más justicia en el día en que supimos que su fundador, el de la matriz del equipo, los navarros del Lizarte, Manolo Azcona, un trabajador del ciclismo de base, había fallecido.
Me fascinó el paisaje de esa comarca del este de Ourense, donde terminó la etapa, una comarca lejos de todo y muy despoblada. Y me evocó algún viaje por la zona que me provocó la misma sorpresa. El paso de la zona limítrofe de Castilla-León a esa región viene marcado por un cambio brusco de la orografía y la vegetación. Se impone un paisaje atlántico, aunque se esté aún lejos de ese océano, pero estoy seguro de que su influencia es decisiva para esos extensos prados desprovistos de vegetación, y con matorrales dispersos, que recuerdan a Irlanda, o al norte de Inglaterra. Ésa era al menos mi percepción. Y cuando se baja de las alturas de la sierra, aparecen los bosques de eucaliptus, pero aquí ya está presente la mano del hombre, modificando el territorio con especies no autóctonas.
La Sierra de Manzaneda
Los ojos ven pero también son una ventana para entrar en la mente, para desarrollar la imaginación, y rescatar la memoria, pues ambas, imaginación y memoria están unidas en nuestra construcción personal. Y viendo esa región gallega, entre todas sus analogías me llevan al viaje, a las correspondencias con otros lugares, con historias de aquí y allá, se rescata en mi mente la memoria de los guerrilleros. Esa zona, en la sierra de Manzaneda, fue una de las bases principales del Ejercito Guerrillero de Galicia y León, que tuvo en jaque a las autoridades franquistas hasta mediados de los años cuarenta. Allí quedaron atrapados más de diez mil republicanos, hay quienes llegan en su estimación hasta los veinte mil, que se echaron a los montes sin poder salir de Asturias tras la entrada franquista. Muchos combatieron con una dirección política clara, la de acabar con Franco; y cuando vieron que eso era imposible, huyeron como pudieron al exilio. Otros siguieron, pero ya convertida su lucha en un fenómeno de supervivencia, feroz, por no entregarse. Julio Llamazares lo cuenta muy bien en su libro Luna de lobos, también llevada al cine con fortuna. Y todo eso, esa ferocidad para no morir, pasaba allí, en la sierra donde los ciclistas se disputaron el triunfo. En Manzaneda estaban juntas la victoria y la derrota, las dos caras que siempre nos acompañan en la vida.