Ya está aquí el Tour, la carrera que lo relativiza todo. Los buenos resultados anteriores en París-Niza, Itzulia, Giro, Romandía, Suiza o Dauphiné quedan diluidos con un mal resultado en la ronda gala; y un éxito en ésta justifica todos los errores anteriores, como ejemplo de una buena preparación. Sólo se salvan los clasicómanos, los rodadores del frío y la lluvia, para los que hay un punto y aparte en la primavera. Para el resto, el Tour dicta sentencia, y los que fallan van al examen de septiembre, es decir, la Vuelta.
Confieso que he disfrutado mucho de la intriga de estas semanas previas. Es un momento en el que uno se pregunta si tal o cual ciclista habrá hecho bien los deberes. E intenta adivinar, en el aspecto de cada corredor, una muestra de fortaleza o debilidad, de enfermedad o de plenitud física. Analiza su rostro y su cuerpo para ver si está fino o le sobra un peso que será decisivo en los puertos. Los ciclistas colaboran con el misterio, pues las últimas semanas desaparecen de escena, se concentran acá o allá, en cumbres, o duermen en cámaras hipobáricas. Y uno quiere saber qué estarán haciendo para llegar pletóricos al Tour. Pasa cada año, y éste aún más, tras el grave accidente sufrido por Roglic, Evenepoel y Vingegaard en la Itzulia; y tras el triunfo de Pogacar en el Giro. Vingegaard mostraba fotos en las que se le veía cada vez más fino, pero no ha disputado ninguna carrera desde su accidente en abril; Evenepoel arrasó en la crono del Dauphiné, pero se dejó ir en la montaña. Roglic venció en esa prueba pero tras un final agónico. Y Pogacar confesó ayer que ha pasado el covid hace diez días. Enigmas emocionantes.
Comienzo en Italia
Esa emoción se multiplica si uno es de los que disfrutan tanto de la preparación de los viajes, como de estos mismos, como es mi caso. Me encanta el periodo previo a una fuga en el que uno consulta los mapas, analiza los atractivos cercanos al objetivo principal, diseña excursiones y recorridos para cada día. Luego el viaje tendrá su propia dinámica y se escapará de los planes, enriqueciéndonos con lo inesperado. Como el Tour. Pero esas emociones previas son muy hermosas, y se nos quedan marcadas como otra parte del viaje, que también nos aporta, donde también descubrimos tesoros, lugares misteriosos que nos hacen preguntarnos qué bellezas esconderán. Así miro este periodo previo al Tour, como miro los mapas antes de partir, con el alma cargada de emociones por lo nuevo que inexorablemente vendrá, e intentado descubrir algunas de sus trazas, de sus secretos. El Tour comienza en Italia, y eso es raro. Tiene el clima de un duelo al sol entre los dos pistoleros más rápidos del Oeste. Es extraño que compartan tanto dos rivales ancestrales, con Tour y Giro como estandartes, y que el Tour ceda tanto protagonismo al otro país, permitiéndole que organice la salida y las tres primeras etapas. Es raro, pero es hermoso y sano. La presentación de equipos en Florencia, de donde parte, en Piazzale Michelangelo, con la catedral y su grandiosa cúpula, del arquitecto Brunelleschi, ofrecía una postal inmejorable. Propicia para caer en el llamado síndrome de Stendhal, que sucede cuando uno sucumbe ante la belleza total de Florencia.
Dos veces los Alpes
Aunque la concentración de los equipos impedirá que los corredores se disuelvan por la ciudad y caigan presos de esa debilidad. El recorrido tiene algo similar al del año pasado, cuando comenzó en Euskadi, con tres primeras etapas muy nerviosas y duras por Italia, con una acumulación de puertos cortos, pero muy pendientes, habituales en las clásicas toscanas. Quizá lo más singular sea que tocan dos veces los Alpes, en la cuarta etapa, ascendiendo el temible Galibier, y al final del Tour, que termina con una traca de montaña en los Alpes marítimos, cerca de Niza.
No sé si los organizadores del Tour habrán querido hacer con este arranque de 2024 en Florencia un homenaje al centenario del primer vencedor italiano, Ottavio Bottechia. Ottavio ganó en 1924, repitiendo victoria al año siguiente. Bottechia era muy popular en los años treinta en Euskadi, me lo contaba mi padre, quizá porque a sus triunfos en el Tour se añadió una victoria de etapa en 1926 en la Vuelta al País Vasco. La muerte de Ottavio, en 1927, fue muy enigmática y conviene recordarla. Le encontraron sin vida al borde de la carretera con un gran golpe en la cabeza, lejos de su bicicleta. Se dijo que había sido un accidente, pero eso no cuadraba con la distancia entre el cadáver y su máquina. Se especuló con que había sido asesinado por un grupo de camisas negras fascistas, pues Ottavio se había significado por sus ideas comunistas y opuestas al régimen de Mussolini. Años después de su muerte, un cura manifestó que un campesino le dijo en confesión que él había asesinado a Bottechia, porque estaba robándole uvas de su viñedo. Pero en la fecha del suceso no había uvas. El caso quedó sin resolver. No siempre es posible encontrar la verdad en la historia, en esos casos debemos imaginar lo verosímil, lo que pudo ser, para lo que es clave conocer el espíritu de la época.