En Val-d’Arc, un arco del triunfo humano saludó la despedida de Romain Bardet, que cuelga su historia para siempre. Formó el pelotón en dos hileras para hacerle el pasillo de honor con las bicis en vertical, presentadas como armas o como vehículos de la paz, donde recibió el beso y la mano de su hijo Angus mientras la megafonía sacudida su timidez con un sonoro mercy.
Retumbaron los aplausos y acudieron los ánimos a celebrar su último vals. Que el fin del mundo te pille bailando. Los ciclistas rindieron pleitesía al francés el día de su adiós, encaminado hacia el remate del Dauphiné en el Plateau du Mont-Cenis.
El retablo de la gloria pespuntaba en la Saboya, donde Lenny Martinez, escalador ligerísimo, honró, entre lágrimas de emoción y felicidad, la huella de Bardet.
En ese mismo lugar se enfatizó a coro otra exhibición fulgurante de Tadej Pogacar, el hombre a la victoria pegado, en la carrera que anticipa el corpus y el boceto de lo que aguarda en el Tour.
"Hay muchos aspectos positivos que sacar de esta semana, y supimos convertir lo negativo en positivo, así que todo va bien. Hubo grandes diferencias después de la contrarreloj, pero al ver el perfil de las últimas etapas sabía que era posible remontar, aunque fuera difícil. Estoy muy contento de haberlo logrado", estableció el esloveno.
Sobrado, lejos de cualquier amenaza, el esloveno tomó la carrera al asalto con tres triunfos de etapa, dos de ellos en las montañas, donde ofreció lo mejor de su repertorio con ascensiones meteóricas y con la sensación de que actuó con cierta prudencia y contención, guardando las formas, en Valmeinier y en el Plateau du Mont-Cenis.
Mostró magnanimidad el líder para no descorazonar a Lenny Martínez y no destemplar más a Jonas Vingegaard. No esprintó Pogacar, con cierta condescendencia, la última cima, donde saludó con un apretón de manos el duelo con el danés en el Dauphiné. Se citaron para el Tour.
El Dauphiné, el primero del astro esloveno fue un juego de niños. Se reservó Pogacar munición para la Grande Boucle, donde probablemente alcance el centenar de victorias y pueda celebrar la efemérides en el más rutilante de los escaparates de manera rimbombante. Brillan 99 laureles en el palmarés sin fin del pizpireto Pogacar, tierno e implacable.
El ciclista infinito, el que invoca a la Historia, se paseó en el Dauphiné como si se tratara de un veraneante que acude a por el pan en bici. Su rostro risueño, sin una esquirla de sufrimiento, contrastaba con las caras de angustia, zozobra y agonía del resto. Pogacar silbó el Dauphiné. Amarillo absolutista el suyo. Rey sol en el podio.
Exhibición de Pogacar
Junto a él, en la orla final, posó Jonas Vingegaard, sombreado por el fulgor del esloveno. Aunque con margen de mejora después de que la pasada campaña alcanzara el Tour en la cuerda floja tras la terrible caída de la Itzulia, el danés necesitará un salto cualitativo para alcanzar el vuelo de Pogacar, morador del cielo.
59 segundos le separaron del esloveno tras una electrizante carrera, siempre impulsada por la energía nuclear de Pogacar, que es una central de vatios en sí mismo.El podio lo cerró Florian Lipowitz, a 2:38 del fenómeno esloveno, un ciclista de culto y de estudio. Imperial de punta a punta. Diferencial bajo cualquier análisis. Un fuera de serie y del sentido común.
Critérium du Dauphiné
Octava y última etapa
1. Lenny Martinez (Bahrain) 3h34:18
2. Jonas Vingegaard (Visma) a 34’’
3. Tadej Pogacar (UAE) m.t.
General final
1. Tadej Pogacar (UAE) 29h19:46
2. Jonas Vingegaard (Visma) a 59’’
3. Florian Lipowitz (Red Bull) a 2:38
Alejado de esa pose se quedó Evenepoel, al que le ha surgido otro escollo en la figura de Lipowitz. Evenepoel se subrayó en la crono, pero las montañas difuminaron su figura.
En ese escenario, en la maqueta a escala del Tour, Pogacar y Vingegaard, que comparten burbuja desde hace un lustro se tasaron. Enemigos íntimos. Vis a vis. En ese debate se desmarcó el esloveno, el campeón de todo.
Lenny Martinez, el colibrí galo, peso pluma el suyo, y Enric Mas desafiaban desde los rescoldos de la fuga al omnipotente líder. A la vera de Pogacar rodaba su némesis, Vingegaard. Con ellos, el dolido orgullo de Evenepoel, Lipowitz, Jorgenson o Wellens.
Seixas se trastabilló en la escalada y perdió el hilo conductor en el punto de fuga de los Alpes en un día soleado, pero aún con rocas pintadas por la nieve a modo de póster, un museo a cielo abierto.
Frente a ese paisaje, Vingegaard aumentó el latido de su coraje. Pogacar, inmutable, intimidante su egregia figura, se subió a su rebufo sin pestañear y dejó hacer a Lenny Martinez, que ajustició a Enric Mas. Le concedió la gracia. Le indultó. Tras completar el círculo virtuoso con su primer Dauphiné, Pogacar amplía su vitrina.