Hemos vivido las últimas etapas de la Vuelta bajo el signo de dos enigmas: en qué kilómetro atacaría Remco Evenepoel; y si Vingegaard o Roglic seguirían acosando a su compañero líder. Ambas han tenido un efecto movilizador, catártico, sacándonos de la rutina y enfrentándonos con incertidumbres. Oí a alguien decir que el “prestigio” del teatro lo constituía el hecho de que, aunque la función tuviera un texto escrito, que incluso conocíamos de antemano, al realizarse delante de nosotros, siempre nos tenía en vilo pensando que el desenlace podía ser otro. Algo así hemos vivido en estas etapas, que han carecido de cualquier resolución preconcebida, lógica, y donde todo era cambiante.

Remco hizo ayer otra demostración de que es un corredor de otra dimensión, sólo los más grandes de la historia han sido capaces de proezas similares. Igual que camino de Belagua, buscó desde el principio de la etapa una escapada, que logró junto a un grupo numeroso, a los que fue desgranando con su ritmo en las subidas, hasta que en la penúltima, el duro puerto de la Cruz de Linares, se deshizo de los dos últimos compañeros, cabalgando solo hasta la meta, en la cima del mismo puerto, en una segunda subida. En 20 kilómetros les metió cinco minutos a sus compañeros de fuga, y mantuvo la diferencia de cerca de diez minutos con el grupo de los favoritos, a pesar de que el ritmo de este grupo de elegidos fue muy rápido. Hay quien dice que su día malo en el Aubisque demuestra que no es corredor para vueltas con puertos de mucha dureza. Yo creo lo contrario, que sale reforzado de esta Vuelta, pues las 3 etapas en las que ha vencido terminaban en puertos, Arinsal en Andorra, Belagua, y ayer. No ganó en el que es su terreno predilecto, la contrarreloj. Y además se lleva el premio general de la montaña. Con lo que va a salir anímicamente reforzado en su faceta de escalador. Además, no creo que hubiera podido con Kuss y su equipo Jumbo, después de los 3 minutos y medio, relativamente consentidos, que tomó Kuss en la sexta etapa, en Javalambre, que van a resultar decisivos.

Lo del equipo del líder, el Jumbo, nos ha tenido sometidos a emociones encontradas. Hasta ayer, yo sólo pensaba en palabras despectivas respecto a Roglic y Vingegaard, a su nulo respeto con un corredor que a lo largo de los años les había dado tanto, siendo un elemento decisivo para sus triunfos en Giro, Tour y Vuelta. Pensaba que aquellas lágrimas que vertió Vingegaard tras su triunfo en el Tourmalet, dedicadas al cumpleaños de su hija Frida, no eran sinceras, sino que eran más bien las lágrimas de “yo por mi hija mato”, que todos conocemos de un personaje del mundo del cotilleo. Simples lágrimas de egoísmo por el triunfo. Porque incluso los más nobles sentimientos, como el amor, pueden dar pie a comportamientos tóxicos, si no se filtran con el tamiz de la solidaridad. Pensé esto cuando le atacó subiendo a Bejes, en Cantabria, mientras Kuss debía mantenerse disciplinado, quieto. Lo mismo pensé de Roglic anteayer, en el terrible Angliru, cuando aceleró seguido por el danés, y Kuss no pudo seguirle Quedaban dos kilómetros a meta, e iban los tres solos en cabeza, sin ningún rival por delante. Innecesario, egoísta. Argumentaron que Kuss les dijo por el pinganillo que siguieran, que él no podía. Y aunque esto fuera así, todavía es peor. En esos momentos hay que quedarse con el débil, cuando además no hay ningún riesgo con los adversarios. Cuando uno está abatido, por ejemplo en la montaña, y no es egoísta, puede decir a sus compañeros de cordada Dejadme aquí, llegad, haced cumbre. Y es lo que no hay que hacer, entonces no se le puede abandonar. Todos henos conocido casos así. ¿Qué haríamos cuando alguien que nos quiere está malherido, o moribundo, y por no condicionar nuestra libertad, nos dice Abandóname, sigue adelante? ¿Es lo que debemos hacer? No, al contrario eso expresa la demanda contraria: no puedo. Y es un deber ser solidario hasta el final con quien te ha dado mucho.

Parecía que esa lucha fratricida en el Jumbo era el libreto. Ayer, sin embargo, el desenlace de la obra de teatro fue inesperado, y me reconcilió con Roglic y Vingegaard. Por fin defendieron a su compañero, sin atacarle en el último puerto, comportándose como un equipo. Una imagen edificante para los jóvenes. Yo, que siempre he defendido un ciclismo con valores, alejado del doping, del egoísmo, apoyado en los valores de la solidaridad, del esfuerzo compartido, veía en la actitud del Jumbo lo contrario. Y ayer se redimió esa imagen. Cuando aún se estaba a tiempo. De no haberlo hecho, auguro que su comportamiento, lejos de atraer aficionados al ciclismo, los habría expulsado, hartos de otro deporte que se contaminaba de valores negativos. Se veía este movimiento ético en la manera en la que la gente aplaudía a Kuss en las subidas, en la meta. Es nuestro Quijote, el idealista que lo da todo por una causa, como lo dio él por sus compañeros antaño, aunque no tenga recompensa, a pesar de la traición, o de ser tratado como un loco. Un tipo de principios.

A rueda