El comienzo de la Vuelta en Barcelona, con la contrarreloj por equipos, puede calificarse como un “acto fallido”, tal y como se usa esa expresión en el psicoanálisis. Una expectativa que promete mucho y no llega a realizarse. La lluvia intensa, y las nubes negras de tormenta no permitieron una real disputa ciclista en condiciones, ni tampoco ver la ciudad. No vimos la luz de Barcelona. Las circunstancias climatológicas no se pueden elegir y son parte del ciclismo, pero creo que se cometieron varios errores si se quería mostrar la bella ciudad catalana, y si se pretendía ofrecer una buena prueba deportiva. Porque una contrarreloj por equipos no se adapta bien al circuito diseñado por las calles de la ciudad. Demasiado técnico y lleno de curvas, sin apenas rectas, necesarias para realizar los relevos, que son el alma de una prueba de ese tipo. Un circuito así, con tantos virajes y por las calles, tampoco permitía una buena realización televisiva, que se centró en tres tomas fijas, salida, punto intermedio, y meta; sin poder disfrutar de la belleza plástica de la prueba, valorar qué tipo de relevos elegía cada equipo, el de línea, o el de rotación o huevo, en el que el equipo circula en dos líneas una de avance y otra de retroceso, que va cediendo el paso a la primera. Se elige una u otra según las condiciones del viento y el perfil de los corredores. No vimos nada. Y a esos errores se añade el horario. A pesar de que fue una tormenta excepcional, que no es habitual en estas fechas en el Mediterráneo, no se puede apurar tanto la hora, al anochecer y antes de que se hubiera encendido el alumbrado urbano. Bastaron esas nubes oscuras para que los últimos equipos llegaran de noche y sin luz, con el riesgo enorme de caídas. Ayer seguía la lluvia y el mal tiempo sobre Barcelona, aunque no era tan dantesco, y como reacción ante los riesgos de la víspera, los ciclistas persuadieron a la organización, y se eliminó la disputa competitiva de la subida al castillo de Montjuic, por los peligros que comportaba la bajada. Se tomaron los tiempos antes de la subida, junto al Palacio Nacional. Así que ambas etapas han carecido de un verdadero valor competitivo, y no nos han permitido saber nada sobre el estado de forma de los candidatos a la victoria.  

Barcelona está llena de recuerdos para mí, recuerdos propios y recuerdos prestados, de mi familia. Cuando el sábado veía las nubes negras que oscurecían la carrera, y que molestaban a los ciclistas, no podía evitar una sonrisa. Me acordada del himno anarquista A las barricadas, que en realidad era la adaptación de una vieja canción obrera polaca La Varsoviana, que cantaban los trabajadores centroeuropeos, polacos y rusos en las manifestaciones a comienzos de siglo XX, como se ve en la película Doctor Zhivago. La CNT tenía la gestión de los cines durante la Guerra Civil en Barcelona, y todas la sesiones comenzaban con ese himno, que empieza así: “Negras tormentas agitan los aires/ Nubes oscuras nos impiden ver…“. Ahí comenzó mi viaje a los recuerdos prestados. 

En el foso del castillo de Montjuic, por donde pasaron ayer los ciclistas, fusilaron al presidente democrático catalán Lluis Companys, detenido en 1940 por la Gestapo en su exilio francés y entregado a la policía franquista en Irun. Y muy cerca, abajo, en el Palacio Nacional, Marcelo, mi padre, vio por última vez a su hermana Rosario. Marcelo formaba parte de las unidades de defensa antiaérea de la República. Tras el corte de los franquistas por Vinaroz, que dejó la zona republicana dividida en dos, casi toda la artillería antiaérea estaba en Catalunya. La República decidió enviar parte de las unidades a Levante, y tenía que hacerlo por barco. Concentraron a las tropas y cañones destinados en el Palacio Nacional, antes de embarcar. Todo fue muy rápido y secreto. Como no le daba tiempo de ir a visitar a su familia, que estaba refugiada en Barcelona, mandó llamar a su hermana Rosario, con el fin de que trasladará sus noticias al resto. Apareció en una motocicleta Norton, agarrada al motorista. Rosario le pidió que, por favor, no perdieran la guerra, porque si eran derrotados, ¿qué iba ser de ellos, de todos? Nunca más volvió a verla.

En Montjuic, en el espacio bajo las gradas del antiguo Estadio Olímpico, que fue conservado en parte en el actual, frente a la meta de ayer, fueron alojados miles de refugiados vascos, muchos iruneses, durante los primeros tiempos de la Guerra Civil. Habían escapado a Francia tras la entrada de los franquistas, y regresado a la República por Catalunya. Se tabicó el espacio situado bajo las gradas con multitud de celdas, concebidas como viviendas provisionales, y allí vivían hacinados. 

Mis propios recuerdos se mezclan, quizá movilizados por todo esto que había oído en casa, que había visitado de niño, con los de mis primeros días de vida en Barcelona, adonde fui a estudiar. Me refugié en Montjuic, y recorría el parque impregnado de todas estas remembranzas. Caminaba y me preguntaba quién más sabría de todo eso, de todas esas historias. Quizá ahí se instaló en mí ese “deber de memoria”. Son los escenarios por donde estos dos días pasaban veloces los ciclistas, y lentos mis recuerdos.