Con el triunfo en Glasgow de Van der Poel, el nieto de Poulidor, se hizo justicia deportiva y poética. Fue el más fuerte de la carrera, cuando atacó de verdad, nadie pudo seguir su rueda. Después, se sobrepuso a la caída que sufrió cuando iba escapado y llevaba una ventaja de treinta y cinco segundos, que pudo costarle la victoria. Pero montó rápido en la bici, se arrancó el cierre de la zapatilla que se le había roto y llevaba colgando, para apretar los pedales con más rabia, volviendo a recuperar la ventaja. Llegó como los héroes vuelven de la batallas, con el culote y el maillot rotos, con sangre en el codo, en el hombro, en la cadera. Su derrota hubiera constituido una pena y una injusticia. Por un momento, Van der Poel pareció preso del mismo fantasma que, en el campeonato del mundo 2019, también disputado en tierras británicas y bajo una intensa lluvia, le privó de una victoria que parecía a su alcance, con un desfallecimiento monumental en los últimos kilómetros, cuando todas las apuestas estaban de su parte. Como este domingo, coincidió con Pedersen, ganador entonces, en el grupo de fugados. Viendo el vídeo que Van der Poel había puesto los días previos en internet, subiendo como un cohete uno de los repechos, ya se veía que estaba muy fuerte y motivado. El segundo puesto logrado por Van Aert reproduce el mismo orden en el podio que en el último mundial de ciclocrós. Y es que el circuito urbano por las calles de Glasgow proponía un tipo de esfuerzo similar al de una prueba de ciclocrós, muchas subidas cortas y de gran porcentaje, que requieren subirlas a la más alta intensidad, seguidas por bajadas técnicas y sinuosas. Alguien dijo que iba a ser un campeonato para sprinters, y, sin embargo, resultó durísimo, demoledor, por el ritmo continuo y sin descanso motivado por el tipo de circuito. 

La nueva ubicación del campeonato mundial de ciclismo en el calendario, a principios de agosto en lugar de a finales de septiembre, tiene una ventaja: que a los aficionados al ciclismo les permitirá incluirlo más fácilmente en un plan. Situado en plena temporada vacacional, cuando en los trabajos se espera que cada uno se tome el descanso correspondiente, y cuando todos tenemos el cuerpo más predispuesto a la escapada, la programación de un viaje para ver los campeonatos será a partir de ahora un aliciente más, combinado con los otros ingredientes que, a ser posible, nunca deben faltar en las vacaciones: las visitas culturales, el relax, el sol, la expansión de los sentidos, recuperar la libertad del cuerpo. Aunque si el destino es como este año, Glasgow, el ingrediente soleado es difícil de asegurar. Es entonces cuando las vacaciones muestran su lado más exigente y nos obligan a pintar la luz con nuestros propios colores. Glasgow tuvo sol a ratos, y lluvia intensa, que hizo aparecer sobre el circuito al arco iris, como para homenajear al maillot del ganador de la prueba. Un Glasgow multicolor. El Glasgow arcoíris del maillot del campeón, que todos los amantes del ciclismo llevamos en los sueños; y también otro Glasgow tricolor, menos conocido, morado, amarillo, y rojo, que vale la pena conocer.

Si yo fuera Pascual Momparler, el seleccionador nacional de ciclismo, en la víspera de la carrera habría llevado a mis corredores a visitar un monumento situado a pocos metros del circuito por el que se disputó el campeonato. En la orilla del río Clyde. El monumento a Dolores Ibarruri, Pasionaria, y a los brigadistas internacionales británicos que vinieron para ayudar a la República. En la base pétrea de la estatua de Pasionaria en Glasgow está escrita, en inglés, su famosa frase, “Más vale morir de pie que vivir de rodillas”. No se me ocurre mejor eslogan motivacional para los corredores. Y al lado los datos esculpidos donde se nos dice que vinieron 2.100 británicos, de los que murieron 534, 65 de ellos naturales de Glasgow. 

Esa gesta se completa con otra, la de los ciclistas del club Clarion, un club ciclista creado en 1895 por el periódico con ese nombre de Manchester, de orientación socialista; un club que se extendió por toda Gran Bretaña. Algunos de sus miembros llegaron en 1936 a Barcelona para participar en las Olimpiadas populares alternativas a las oficiales que iban a celebrarse en el Berlín de Hitler. Muchos de los deportistas no regresaron a su país, se quedaron a combatir en España, donde cinco ciclistas británicos del Clarion perdieron la vida. En paralelo al combate defendiendo a la República, Geoff Jackson, que había estado en Barcelona como participante en la Olimpiadas populares y había regresado a Gran Bretaña tras la suspensión de éstas, puso en marcha un plan solidario con la República junto a su amigo y también ciclista del Clarion, Ted Ward. Ambos partieron desde Glasgow en bicicleta con destino a Barcelona, en mayo de 1938. Su objetivo era celebrar un acto cada noche, en las ciudades donde paraban a descansar, para recabar ayuda económica para los niños republicanos, víctimas de la guerra. Llegaron a Barcelona con una importante suma recaudada, que entregaron a las autoridades, destinada a los hospitales infantiles. Ahora, cuando hay quienes quieren equiparar en la memoria a víctimas y verdugos, conviene recordar estos ejemplos.