Cuando parecía que se habían firmado unas tablas entre los tres candidatos a la victoria, Roglic, Thomas y Almeida, aparecieron los Dolomitas, bajo un sol que permitió apreciar la majestuosidad de esas montañas y sus paisajes, con las carreteras estrechas entre prados verdes que se enroscan en sus laderas. Y con los Dolomitas, una gran batalla de ciclismo, con el ataque de Roglic en las subidas a Coi y Val di Zoldo, dos puertos preciosos; la defensa solvente de Thomas; y la debilidad de Almeida, cuyo pundonor hizo que resistiera agónicamente, sin perder más que una veintena de segundos. La agitación comenzó la antevíspera en el Bondone, donde vimos el ataque de Almeida, que acusó Roglic, quizá padeciendo todavía las molestias de sus caídas en este Giro, y de las que ayer parecía recuperado. Hasta entonces había prevalecido el miedo, y las malas condiciones meteorológicas, con una lluvia incesante que tampoco animaban el espíritu combativo de los corredores. Éste es un riesgo que siempre acecha al Giro por las fechas en las que se disputa. Por eso a veces decepciona. Tiene en el diseño del recorrido colosos de la montaña, donde se han escrito grandes gestas ciclistas, pero muchas veces es imposible el paso, como sucedió en la etapa de Crans Montana, donde se suspendió la subida al Gran San Bernardo. Y si el frío y el agua dictan su ley, las fuerzas y las ganas mermadas de los ciclistas tampoco sacan brillo al recorrido. Además, la estrategia de los organizadores de dejar casi toda la dureza concentrada en los últimos días, con una traca repleta de tremendas ascensiones, deja a las dos semanas y media anteriores como un escenario para ahorrar fuerzas. Y eso tampoco beneficia al curso de la prueba. Aunque sí mantiene la intriga sobre el vencedor final. Quizá si no hubiera abandonado Evenepoel, habríamos visto otra carrera, más ofensiva, pues es un joven impetuoso que nunca se esconde. 

Los tres corredores en liza por la general, en una horquilla de 40 segundos, son ciclistas con los que el Giro está en deuda, y quizá eso consigue sacar de ellos lo mejor, la energía para doblegar al viejo enemigo, como el viejo capitán Akab ante su Moby Dick. Para Almeida, el Giro ha sido la prueba de tres semanas en la que mejor se ha desempeñado. En 2020 iba de líder cuando reventó en el Stelvio por el trabajo tenaz del australiano Rohan Denis al servició de su jefe Tao Geoghegan, que ganó la carrera. A Thomas, como él mismo lo ha dicho con su socarronería galesa, el Giro le debe algo. Se presentó varios años en plena forma y con opciones de ganarlo, cuando era el mejor lugarteniente de Froome, pero en todos se cayó y retiró. Y a sus 37 años, que cumplió ayer, se parece al mismo Thomas que ganó el Tour, con ese pedaleo poderoso, moviendo más desarrollo que sus adversarios. Roglic tuvo el Giro del 2019 en las piernas, era el mejor, pero un descuido y no dar la importancia pertinente a una escapada de Carapaz, le costó la carrera, pues luego el ecuatoriano fue imposible de desbancar. Esa rabia de sentir la deuda histórica se ve en los tres, porque en las adversidades la fuerza mental es decisiva. Queda la etapa de hoy, en la mítica cumbre de Tre Cime di Lavaredo, tras una larga etapa llena de puertos. Y la cronoescalada al monte Lussari.  

La retirada de Evenepoel ha puesto en evidencia los aspectos menos deportivos y elegantes de los seguidores, y también de los periodistas. Al parecer, muchos pusieron en duda que se tratara de verdad de una baja por covid, y, dejaron entrever que se trataba de miedo escénico. Lo dijeron hasta en La Gazzetta dello Sport: como no había vencido con la solvencia esperada en la segunda contrarreloj, tuvo miedo de ser derrotado en la montaña. Ha tenido que salir él, ahora que ya está curado y tiene permiso médico para entrenar, para decir que no es un robot, que es un ser humano, y que es, ante todo, hijo, marido, amigo y compañero de equipo. Yo también tuve un primer momento de ofuscación por el espectáculo hurtado, pero hice mi autocrítica, reaccionando ante las sensatas palabras de su director, diciendo que lo primero de todo es la persona.

En el Bondone vimos una batalla ciclista, pero muy lejos de la altura que tuvo la hazaña que en esa subida realizó Charly Gaul en 1956. Merece la pena recordarla. Gaul marchaba en la general a 7’47” del líder Fornara. El día era muy frío y lluvioso, y cuando los corredores afrontaron la larga subida al Bondone, estas circunstancias se acentuaron, la lluvia se trasformó en granizo y nieve. Las condiciones que amaba Gaul. Cruzó la meta con una ventaja de 7’44” sobre Fantini y 12’15” sobre Magni. El líder abandonó y Gaul se vistió la maglia rosa definitivamente. Cuando miro las imágenes de aquella subida, con Gaul pedaleando entre paredes de nieve, siento una extraña sensación de intemporalidad. Nada parece antiguo en las fotos (el corredor, su bicicleta, su postura), todo parece de hoy mismo, como si la perfección estilística del corredor lo situaran por encima del tiempo, como si fuera arte.