“Correr para ser segundo” podría ser otro título adecuado, porque es lo que ocurrió ayer en la Amstel Gold Race, también llamada clásica de la cerveza. No se entiende de otra manera la táctica de algunos equipos, que, tras formarse una escapada de una docena de corredores a 80 kilómetros de meta y en la que estaba Pogacar, colaboraran generosamente con él. Cuando había demostrado, en lo que va de temporada, una incontestable supremacía en cuanto la carretera se empina y endurece. Lo normal es que sus compañeros de fuga no tiraran, dejando toda la responsabilidad al esloveno. Pero no fue así, le ayudaron, desgastaron al resto del pelotón, que no les cazó; y le dejaron el triunfo en bandeja, que recogió fugándose en una colina a falta de una veintena de kilómetros para la llegada. Sin la presencia en la prueba de los únicos adversarios que pueden hacer frente a Pogacar, como Van Aert, Van der Poel, Roglic, o Evenepoel, era precisa una gran inteligencia táctica para derrotarle, que no tuvieron los equipos. La Amstel es una de las grandes pruebas ciclistas, pero su ubicación en el calendario, entre las clásicas flamencas, la Paris-Roubaix, y las clásicas valonas que vienen, como la Flecha y la Lieja-Bastogne-Lieja, hace que no acudan todas las estrellas. Quienes han disputado a tope las carreras de adoquines de Flandes y el norte francés, necesitan un descanso; y los que aspiran a ganar en Valonia, no desean gastar fuerzas. Así que ese carácter de bisagra de la prueba de la cerveza, la penaliza en cuanto a la participación.

La clásica de la cerveza nos acerca el sabor de un ciclismo “de las cosas”. Un ciclismo contaminado por lo ambiental, por el lugar, por sus costumbres, por lo social. Características diferenciadoras que cada vez aparecen menos en un deporte globalizado, mercantilizado, donde sólo prima la competición, ausente de todo lo demás. La Amstel no es una carrera muy antigua, la primera edición data de 1966. Se disputa en la única zona ondulada de Holanda, cerca de las Ardenas. Nace de una cierta envidia sana de los holandeses respecto a sus vecinos belgas. Holanda, un país que ama la bicicleta, no tenía carreras de categoría, como el Tour de Flandes o la Lieja. Para subsanarlo crearon la prueba. Una génesis similar a la de nuestra Klasika donostiarra. Consiguieron el apoyo de la cervecera Amstel, y la participación de Merckx con sus dos victorias, le dio el caché para convertirse en una prueba de prestigio.

Pensando en este ciclismo contaminado de lo social, y tan cerca del recuerdo de la proclamación de la II República el 14 de abril, que se celebró este fin de semana en Eibar, no quiero dejar de mencionar dos carreras que tuvieron su origen precisamente en ese hecho político. Una fue el Gran Premio de la República, disputado en Eibar, del que se celebraron cinco ediciones, entre 1932 y 1936. Las tres primeras como una carrera de un día, con salida y llegada en Eibar. Las dos últimas fue una prueba de cuatro etapas, Eibar-Madrid-Eibar, contando cada una en torno a 240 kilómetros. La participación fue muy selecta, y los ganadores fueron: Luciano Montero, en dos ocasiones; en otra su hermano Ricardo (que fue subcampeón del mundo en 1935); Salvador Cardona; y Julián Berrendero, ganador de la montaña en el Tour del 36. Tras ese Tour se quedó en Francia, volviendo tras la Guerra Civil, siendo detenido y encerrado 18 meses en los campos de concentración Espinosa de los Monteros, Burgos; y Rota, Cádiz. Y entre los que ocuparon puestos de honor, estaban Federico Ezkerra, y Fermín Trueba.

La otra prueba célebre fue la Jaca-Barcelona, llamada La Republicana, de la que se disputaron tres ediciones, en 1934, 1935 y 1936, y se celebraba el 14 de abril. La prueba rendía homenaje a los capitanes Galán y García Hernández, que en diciembre de 1930 sublevaron por la República a la guarnición militar de Jaca. Un movimiento organizado por fuerzas políticas republicanas, que también tuvo eco en Donostia, siendo tomado brevemente por los republicanos el gobierno civil sito en la calle Okendo; pero fracasado finalmente. La prueba reproducía el recorrido que pretendía realizar la columna insurreccional de los capitanes de Jaca, que se pusieron en marcha con destino a Barcelona, a través de la ruta del pantano de La Peña, vía Huesca, con la idea de sumar a la revuelta a todas los cuarteles que hallaran en su camino. La columna fue detenida a la altura de Ayerbe por las tropas gubernamentales, los dos capitanes detenidos y fusilados pocos días después. La carrera tenía 367 kilómetros, saliendo en la madrugada del día 14 desde la puerta del ayuntamiento de Jaca. La primera edición la ganó Emiliano Álvarez, delante del célebre Mariano Cañardo. En la segunda venció Jaime Pagés; la última la ganó el madrileño Carretero.

Son carreras de las que apenas se guarda memoria en los anaqueles del ciclismo, y eso sólo es fruto de lo que mencionaba: hay épocas en las que el ciclismo se contamina de las cosas de la vida; y en otras, más si ha mediado una dictadura, como fue nuestro caso, esos rastros se borran, se hacen desaparecer. Y recordarlo es una labor de reconstrucción de lo sucedido, de la verdad.