Irresistible Yates
El inglés fortalece el liderato con su victoria en osimo, donde froome pierde otros 40 segundos
donostia - Interpretar el Giro de Italia es imposible, siempre tramposa la carrera, encriptada en su filosofía de nada es lo que parece, a modo de un trampantojo. “En el libro de ruta aparece una cosa, pero luego te puedes encontrar cualquier cosa”, define Pello Bilbao sobre los recovecos de la Corsa rosa. La carrera no se puede esquematizar porque hasta el asfalto que uno imagina no es lo que parece. A la expectativa siempre le supera la realidad. Probablemente, esos flecos que nadie puede describir hasta que se encuentra frente a ellos, son los que subliman el Giro, que fascina del modo que en el que lo hace la nostalgia o la decadencia. Es un imán la Corsa rosa por eso de lo inesperado, de lo azaroso, de las carreteras sin pintura, esas que no llevan a ninguna parte y, sin embargo, dan con todos los lugares importantes aunque no digan nada a priori. Simon dijo sí a Roma en Osimo, donde se exhibió con otro arranque alucinante. Nadie puede con él. La vida es de color de rosa para Yates, que no para de vencer y lidera el Giro con 47 segundos sobre Dumoulin, el único en mantenerle a vista en una subida con estruendo que descatalogó a Froome de manera definitiva después de que el británico se enredara en una caída en sus morros, que también implicó a Pello Bilbao y Miguel Ángel López en el tramo decisivo. “Hemos tenido que echar pie a tierra y luego no hemos podido empalmar”, expuso el gernikarra.
“He ganado tiempo a Froome pero preferiría haberlo hecho con Dumoulin, que me ha perseguido hasta el final”, dijo Yates. El británico perdió 40 segundos en un final salvaje, con un repecho que lanzó a Yates a la estratosfera, donde flota. En Osimo colocó 8” a Pozzovivo y Pinot, 21” a Aru, 23” a Carapaz y 30” a Superman López. Ingrávido, el inglés que levita, se presentó con fuegos artificiales en el Etna, donde le regaló la victoria al convaleciente Chaves, tras una arrancada motorizada. Obsesionado con la idea de retrasar a Dumoulin por eso de la crono que espera en la tercera semana, elevó el mentón de la superioridad en el Gran Sasso. La gran piedra pareció un grano de arena para Yates. En Osimo, que tenía cierto aire a Siena, donde desemboca la Strade Bianche, ondeó su estandarte. El más chulo del barrio, como en el Palio. No hubo tierra y polvo en el camino, pero sí arenas movedizas camino de Osimo. Allí se hundió Froome, entre el latigazo inclemente de Yates y el adoquín en un desenlace explosivo que le recordó que el Giro no es lo suyo. Lo comprendió a pedradas el líder del Sky, que no dejará de luchar porque es lo que le pide su majestuosidad.
por el pueblo de Scarponi El Giro, de momento, pertenece a Simon Yates, que aprovechó el ataque de Stybar y Wellens para propulsarse. El checo y el belga perecieron en el intento, pero dieron un chute de adrenalina a la carrera. Pura electricidad. Brotó entonces, desbocado, Simon Yates, el líder alado. Colibrí en vuelo, Yates se encorajinó. Un sálvese quien pueda entre callejuelas con mucha historia. Yates quiere llegar a ese memorándum. Percutió con mucha chispa y más potencia el inglés, que se subió a una bala de cañón. Froome, destensado, se abrió para capitular. Boqueaba. El aliento no le da para el Giro. Con la boca abierta perseguía Dumoulin, el pez grande de la carrera.
“No tuve las fuerzas suficientes para ganar, pero estoy súper satisfecho”, apuntó el holandés. Yates le teme y por eso se escapó como alma que lleva el diablo. “Le he visto mejor que el otro día en los finales en alto. Está mejorando a medida que avanza la carrera, y esa no es buena noticia para mí”, disertó.
Superior al resto, Yates lanzó otro directo en el ensogado del Giro, donde solo Dumoulin parece lo bastante cerca y lo suficientemente fuerte como para medirse con el inglés, insuperable en finales donde el paladar sabe a ácido láctico y la pólvora recorre el asfalto. Yates culminó su dominio en una cuesta que costó demasiado al resto, incapaces de mantener el tipo ante un ciclista que mira por encima del hombro, caudillo de la carrera italiana, que se ha quedado en la esgrima entre el pizpireto Yates y el sobrio Dumoulin, que se desgañitó en la persecución de un corredor sin sombra. “Traté de seguir a Yates pero no pude cerrar la brecha y me quedé a la misma distancia”, determinó el holandés, que se agarró a su libro de estilo. Se quedó a un par de bocados de Yates, que tiene tanta prisa que es más rápido que la prisa.
Antes de que todo fuera tremendamente veloz, entre ese asfalto añejo, la organización llevó la carrera por el pueblo natal de Scarponi. Michele sempre nel cuore recordaba una pancarta redactada con el corazón de sus vecinos. Hace un año que murió el ciclista italiano, atropellado por una furgoneta. La fatalidad confluyó en un cruce. La memoria de Scarponi vive en Filottrano, donde una imagen del ciclista con Frankie, el loro que le acompañaba en los entrenamientos, recibió a la caravana. Al cielo subieron globos azules y amarillos, del color del Astana, el equipo de Scarponi. Luis León Sánchez, que corrió junto a él, fue el primero en pisar el pueblo en la escapada que compartió con Masnada, Maestri, De Marchi y Turrin. El muro de Filottrano cribó la fuga, que apenas tuvo más recorrido ante la jauría. Stybar y Wellens, dos lobos, se lanzaron sobre un muro de 16% de desnivel a dos palmos de Osimo, donde esperaba otra pared. El líder la saltó con pértiga. El resto se arrodilló ante su superioridad, la del irresistible Yates.