Donostia -A Esteban Chaves, el chico de la sonrisa perenne, se le apagó la dicha en el Giro de repente, de manera inopinada, en un día que no tocaba. O sí. “Hay que analizar los problemas que he tenido. Simplemente no tenía fuerzas, por eso no pude estar con los mejores en la primera subida. Intentamos perseguir con el equipo, pero resultó imposible enlazar”, asumió el colombiano. El destino tenía otros planes reservados para el del Mitchelton. Lo que no pudo el fuego del eterno Etna -donde venció tras una soberbia erupción junto a Simon Yates, su compañero líder-, ni la roca gigantesca del Gran Sasso, aún con ronchones de nieve, lo fulminó el despertar traicionero de la jornada de descanso. “Así es el Giro. Tengo una relación difícil con Italia, es amor y odio. Hace solo unos días disfruté de uno de los mejores días de mi carrera y ahora es difícil asumir esto para mi moral. Pero así es la vida”, expresó Chaves.
En un puerto de segunda, sin entidad, una de esas cotas anónimas de peso similar para la memoria a la de esas películas de sobremesa que se estrenan en los videoclubes si hay fortuna, Chaves, el rey de la montaña, se quedó sin Giro. Fundido a negro tras quedarse en blanco. Lívido, paralizado Chaves, fulminado por la alergia, en una cota que le pareció todas las montañas de Italia juntas. “Chaves tiene un problema de alergia que también ha causado algunos problemas de garganta, pero seguirá en carrera”, explicó Matthew White, director del Mitchelton. El colombiano era el segundo de la general cuando le atravesó un rayo, el peor despertar tras el día de barbecho, con cierta tendencia a jugar con el destino. Las siestas, aunque recomendables, no siempre sientan bien. En ocasiones uno se despierta abotargado, algo mareado, mitad despierto, mitad dormido, atrapado por el sonambulismo.
Chaves, fuera de su cuerpo, vivió un mal sueño. La peor de las pesadillas. Cuando se despertó, había perdido más de 25 minutos. Fonte Della Creta, una subida sin apenas altura ni osamenta, le mandó a la lona al comienzo de la travesía más larga de la carrera italiana. La aceleración del pelotón le enterró. El pequeño puerto le sepultó. Su organismo se rindió ante la debilidad extrema. No digirió el colombiano el día de descanso y tuvo que capitular, vacío, desvencijado, sin capacidad de resurrección. Se desencoló un poco, como si amagara, y luego se desmoronó del todo. Cartón piedra. Sus compañeros de equipo no pudieron hacer nada para redimirle. Sentenciado. Los kilómetros le arrancaron de la carrera de modo natural por pura inercia. Nada de arrebatos. Mascó la derrota durante un desierto. Aunque inesperado, el renuncio de Chaves, despellejado por un día sin nada más que una abultada cuenta de kilómetros, 239, engordó la literatura ciclista que se apila alrededor de la asimilación del día de descanso. El día después, con su panel de víctimas, se ha ganado un lugar en el ciclismo, como las metas volantes. Son parte del paisaje.
varios sustos Enrabietado por lo ocurrido a Chaves, Simon Yates, el líder que compartió la gloria en el Etna con el colombiano cuando ambos llegaron en sidecar, rascó tres segundos en un esprint especial después de que le retara Pinot, tercero en la general tras la caída a los infiernos de su colega. “Chaves tuvo un mal momento en la primera subida del día. Después del día de descanso no sabes cómo puede responder el cuerpo. Estoy muy decepcionado por él porque ha trabajado mucho para este Giro”, dijo el líder. Pello Bilbao también avanzó un puesto. Es octavo el gernikarra. Recluido el colombiano en la impotencia, en un terreno quebradizo y pestoso, los velocistas no tuvieron huella. La fatigosa etapa tuvo el aspecto de las clásicas que exigen aliento largo. Frapporti (Androni) buscó un imposible, pero Mohoric (Bahrain) y Villella (Astana) le apresaron. Después se sumó Denz (Ag2r) entre carreteras sinuosas y resbaladizas cuando la lluvia las besó. En esa agitación, Carapaz tuvo que cambiar de bicicleta y Dumoulin, que se fue largo en un descenso, se arañó la rodilla izquierda. El holandés se apresuró en corregirse. Mohoric, un percherón, se abrió paso con la energía desatada de un bulldozer. Denz se colgó de su dorsal y los dos se personaron en un vis a vis. El esloveno atizó los pedales y Denz aceptó la derrota en el tablero de ajedrez. Jaque mate. Ese mismo sentimiento envolvió a Chaves, que perdió la sonrisa.