Donostia - Un abrazo sincero, entre camaradas que han sobrevivido a la guerra, el de amigos que todo se lo dicen en un gesto, puede resolver la Vuelta en favor de Froome, que se agarró con fuerza a Mikel Nieve, su salvador en la cima de Los Machucos. Allí Nibali, el corredor de la tercera semana, le acechó de cerca. “Para mí es mas difícil ganar la Vuelta que el Tour. Prueba de ello es que he ganado cuatro Tours y ninguna Vuelta”, se sinceró Froome, que comía una ensalada en la sala de prensa de Los Machucos, el puerto que a punto estuvo de devorarlo crudo, sin aliño. El siciliano, resucitado, esquiló 41 segundos al británico y se sitúa 1:16 a falta de un par de jornadas revoltosas y el voraz Anglirú, otro devorador de hombres. La Vuelta revivió en una cuesta de muerte que conquistó Denifl y sirvió como autohomenaje para Contador en su escalada hacia el podio. En un puerto brutal que convirtió a los ciclistas en marionetas, el madrileño, segundo en meta, masticó un minuto que le invita a un asalto a los puesto de honor. Ocurrió en un pasaje del terror que metió el miedo en el cuerpo al líder, que resistió agarrado al impagable Nieve, su ángel de la guarda, cuando Nibali se deshizo de su vigilancia. “No estaba bien y ahora resulta que hay carrera”, analizó el siciliano, que se desbloqueó en Los Machucos. Froome bordeó el colapso. El británico llegó sin las gafas. Le pesó todo en semejante muro. Por eso se aferró a Mikel Nieve. “Le hemos intentado ayudar y él ha cogido su ritmo, pero tiene una buena renta. Era una subida difícil, una subida dura”, estableció el leitzarra, restándose importancia, después de subir a hombros a Froome por un puerto imposible, salvaje, una animalada. Tal vez por eso, en la cumbre, la vaca pasiega dispone de una estatua. Como una estatua subió Froome, tieso, inanimado, lejos de la cadencia del molinillo y las miradas pícaras al potenciómetro. Se apuró Froome en un puerto atroz que se inventó la Vuelta, dispuesta a todo por el espectáculo, aunque no haya sitio ni para las motos de carrera y los corredores no puedan traccionar porque las ruedas resbalan. Los Machucos fue el escenario para la supervivencia de Froome, para el renacer de la carrera y para el coletazo ambicioso de Contador en su persecución del podio.

El madrileño disparó fuegos artificiales con las chispa de Miguel Ángel López. Superman se tiró al monte a seis kilómetros de la cumbre. Como una cabra. Contador es otro loco. “No me lo pensé”. Se alistó a la conquista de una montaña húmeda, que olía a embrague quemado y dolía a cada metro. En el latifundio de las vacas y las cabras eran obligatorios los piolets, los cramprones, las cuerdas y los mosquetones para avanzar por la vertical. Los Machucos era una encerrona, un puerto que en realidad no es más que un camino recóndito para conducir el ganado con tramos de hormigón cortado para no desprenderse de la carretera por pura ley de la gravedad. La arrancada de Superman y Contador, el héroe del pueblo que lo agasaja con pancartas e incontables loas, era un pespunte de diez metros. En una subida que se medía en milímetros, con los ciclistas atornillados, reptando, la grieta fue un socavón. Azuzado por Contador, Nibali, siempre en tensión, estiró la cadencia más adelante. A Froome se le saltaron las costuras. “Tal vez haya pagado un poco el gran esfuerzo que hice ayer en la crono”, dijo. El potenciómetro no le daba consuelo. Tampoco Poels, que no tardó en sacar la bandera blanca después de que el Sky manejara con rigor la etapa que atravesó a ciegas Lunada, vestida de niebla, y empaquetara Alisas sin sobresaltos hasta darse de bruces con Los Machucos. El muro ideal para que Froome se estrellase. Lo impidió Nieve.

froome resiste Denifl, que sobrevivió a la fuga, abrió la expedición. Contador, con los dientes afilados, cortó el hilo que le unía a Miguel Ángel López, al que le mordió el puerto, las rampas que se alzaban hasta el cielo, al 28% de desnivel. Al vagón de Nibali se subieron Zakarin, Kelderman, Woods, Majka... Faltaba Froome, que ascendía con la reductora. Al ralentí. Su motor iba demasiado revolucionado y podía griparse. Sin capacidad para el remonte, Froome acudió a la gestoría. Manejó las ganancias de la crono de Logroño. Tecleó la calculadora con tiento y esquivó la sensación de pánico porque contó con el insobornable y leal Nieve, un corredor fantástico, un amigo. Padecía el líder, que no lograba adaptarse al relieve picudo de Los Machucos, que entre rampón y tentetieso, apenas ofrecía algún respiro. Reñido con el ritmo, el líder se abrochó al abrigo de Mikel Nieve. El de Leitza, experimentado y sin fisuras, alzó a Froome. Se lo cargó en la mochila y siguió su escalada.

Contador, sin los grilletes de Superman, perseguía con pasión a Denifl, que resistía. El austriaco tenía ante sí un tesoro enorme. No lo perdería. Domesticó al indomable Contador, que danzaba libre pero le faltaba montaña. A Froome le sobraba. Gateaba el británico, por vez primera con el discurso balbuceante en la Vuelta que llevaba de carrerilla. Nibali, el rostro serio, no había dicho su última palabra. El Tiburón olió la sangre y aceleró todo lo que pudo, que en realidad no era mucho en un puerto que se subió a cámara lenta, con el rostro deformado, la nariz achatada por el esfuerzo, los pulmones entre cenizas y las piernas comidas por las termitas de la fatiga. Las diferencias se congelaron. Denifl disponía de medio minuto sobre Contador, el mismo tiempo que el madrileño aventajaba al grupo de Nibali, Zakarin y López y que estos disfrutaban sobre Nieve y Froome, atado al de Leitza, su horizonte, la mano amiga que evitó que se despeñara. En la cima, Denifl gritó la alegría de un equipo entero, el Aqua Blue, al que le quemaron el autobús y viaja de prestado en su primera Vuelta. En la última, Contador se aproximó al podio. “Está cerca y lejos”, apuntó, apenado por no ganar en Los Machucos, donde Nibali agrietó a Froome, suturado por el abrazo de Nieve, que le subió a hombros.