donostia. Como la ausencia, ya se sabe, es la más turbadora de las presencias, antes de que el Tour arranque este sábado en Lieja se habla más de los que no están que de lo que hay. Más de Contador, que cumple sanción; más de Andy Schleck, apartado por lesión. Más, también, de la ausencia de su propia rivalidad, un duelo voltaico en la montaña que había dado vuelo a la carrera francesa tras el eterno y monótono reinado de Armstrong y la era posterior de transición y Tour sin dueño. Desde hace tres años, el Tour era Contador contra Andy: el español ganó el de 2009 -antes, el de 2007- y el luxemburgués el de 2010 después de la sanción que borró el palmarés del de Pinto desde la cena del solomillo de Pau hasta nuestros días. Símbolo de su rivalidad, quedan la tarde fría y húmeda del Tourmalet y el incidente de la cadena en Port de Balés, ambas, secuencias encadenadas de 2010. También, la ofensiva abierta hace un año cada uno por su cuenta contra el ejercicio matemático de Evans, resistente en la montaña y mejor contrarrelojista que ambos. El rabioso Tour de Contador, agotado por el Giro pero al ataque cada vez que la carretera se levantaba un palmo del suelo -en el Muro de Bretaña, camino de Gap, a las puertas de Pinerolo, en el Galibier en la etapa explosiva de Alpe d'Huez-; y la tarde legendaria de Andy en los Alpes, el fabuloso despegue en el Izoard y su coronación en la cima del Galibier, dos días antes de perderlo todo con Evans en la crono definitiva de Briançon.

Sin el genio de Contador y el talento de Andy en la montaña, hay quien teme que el guion del Tour se escriba desde la hoja de cálculo de Evans y Wiggins, un duelo diferente. Baja de las alturas de los grandes macizos tradicionales -Alpes y Pirineos- y se traslada al nivel del mar, a las eternas cronos llanas que recuerdan inevitablemente las tardes sin siesta del fenómeno Indurain en la primera mitad de los 90. El diseño de este Tour se parece a aquellos. Hay tres cronos: un prólogo de seis kilómetros en Lieja y dos largas y planas; una de 41 kilómetros en Besançon y otra de 53 en Chartres el día antes de llegar a París. 101,5 kilómetros de lucha individual, la cifra más importantes desde 2007, el Tour que, paradójicamente, dominaba un escalador como Rassmusen y acabó ganándolo otro escalador, Contador, ante el propio Evans y Levi Leipheimer, dos que manejan el tiempo con destreza.

Si al aumento de los kilómetros contra el reloj se le resta montaña y la presencia de algunos de los mejores escaladores de los últimos años, el Tour, inevitablemente, queda en manos de Wiggins y Evans, un duelo que, de todas maneras, no era el deseado por el Tour cuando presentó el recorrido en octubre pasado.

Voeckler, tocado Entonces, Christian Prudhomme hablaba de Andy como dinamitero de la carrera porque la crono le penalizaba de manera tan notable que se vería obligado a desatarse el corsé y lanzarse en una ofensiva loca que diese como resultado un Tour tan bello y apasionante como el de 2011. Y pensaba, claro, en su Thomas Voeckler, delirio de los franceses que suspiran por un triunfo en el Tour que no logran desde Hinault en el 85. Para un tipo como el temible bretón, valiente, duro y ofensivo, construyó Prudhomme un Tour con menos montaña y más contrarreloj pero, también, repleto de "asperezas", de etapas de media montaña minadas de repechos, puertos de segunda y tercera -hay, al menos, cinco jornadas con ese perfil, sobre todo la primera en Seraing, la tercera en Boulogne-Sur-Mer y la octava en Porrentruy- por los que se mueve Voeckler con incómoda habilidad.

Ocurre que Voeckler no ha dado señales de vida en todo el año y, retirado en Dauphiné y Route du Sud, apartado también de los campeonatos franceses, se recupera estos días de una lesión de rodilla que, seguramente, le impedirá ser el ciclista que pudo ganar el Tour en 2011.

Sin Voeckler, Andy y Contador, dinamiteros de la carrera en 2011, el peso de la ofensiva para desequilibrar el duelo contrarrelojista entre Evans y Wiggins cae sobre el delgado esqueleto de Samuel Sánchez, quinto el año pasado, pero rey de los Pirineos -conquistó Luz Ardiden y fue segundo un día después en Plateau de Beille- y del maillot de la montaña, además de socio de Contador en los ataques rabiosos del madrileño en la media montaña que desquiciaron a Andy Schleck. "Es una evidencia que, con tantos kilómetros contrarreloj, este año el Tour es favorable para corredores como Evans y Wiggins", ha repetido Samuel varias veces sin que la evidencia sonara a desconsuelo o rendición prematura, una actitud vital desterrada de la personalidad del ovetense, un luchador astillado en la pasada Dauphiné Liberé -un golpe feo y dolorso en la espalda que, de todas maneras, no forzó su abandono- y recluido después en la altitud de Sierra Nevada de la que descendió ayer mismo para asistir al ritual de salida anual al Tour que escenificó Euskaltel en la sede de la empresa en Derio. Aparte de la de Samuel, hay más alternativas ofensivas en el Tour. Está el solitario Frank, que se retiró en el Giro y brilló en el Tour de Suiza; y el bravo Nibali que regresa a Francia, como Valverde, otro ciclista que corre apasionadamente.