LA noche anterior a su primera París-Roubaix la pasó Pedro Horrillo pegado a la ventana de la habitación de su hotel rogando junto a su amigo Freire que lloviese para que el infierno fuese infierno. Ahora, retirado y dedicado a sus hijos, Horrillo, que siguió por sms desde Marruecos la última Roubaix, dice que, aparte de nacer flamenco, el secreto de las clásicas del pavés no está ni en las piernas ni en los brazos, ni tampoco en la cabeza, sino en el corazón. "Hay que amarlas". Como él, que nunca comprendió a los ciclistas que viajaban al norte como si partieran hacia un matadero. O como Flecha, que cada año mientras se quita la gruesa piel de barro o polvo y sudor en las duchas del velódromo, aún dolorido, piensa en el placer de volver en la siguiente edición.

"Yo no pensaba en eso", reconoce Ion Izagirre, ciclista de Euskaltel-Euskadi de 23 años que en marzo dejó boquiabiertos a todos con su exhibición en la Gante-Wevelgem -fue escapado todo el día, le cogieron a falta de solo quince kilómetros y acabó decimoquinto- y el domingo remató su viaje por las clásicas del pavés alcanzando el velódromo de Roubaix. "Sufrí mucho. Se me hizo muy duro. Me dolían las manos, los brazos, todo. Iba amargado. Solo me ilusioné y me vine arriba en los cinco últimos kilómetros, cuando me acercaba al velódromo y recordaba que ese era el lugar que tantas veces había visto de pequeño por la televisión. Pero no, no disfruté". Ni pensó en volver a la París-Roubaix mientras se duchaba -en el autobús- como dice Horrillo que hacen sus amantes.

Izagirre, que es joven y busca aún su hueco en el pelotón, piensa, mientras camina hacia su primer Giro de Italia, en que se puede adaptar mejor a las clásicas con menos tramos de pavés y algún repecho más que la Roubaix. Carreras como la de Wevelgem o monumentos como el Tour de Flandes. A falta de amor, Ion, hermano pequeño de Gorka, también de Euskaltel, también un talento, e hijo de José Ramón Izagirre, tiene eso que en ciclismo llaman valor. "En lugar de encogerse, se crece ante los grandes retos", desbroza Iñaki Isasi, su director este año en las clásicas. "Solo así se entiende que él, más bien pequeño y delgadito, haya acabado la París-Roubaix rodeado de ciclistas altos y fuertes".

Horrillo, de todas maneras, insiste en que las clásicas del pavés no tienen que ver tanto con el físico como con el amor. Y cita a Leukemans, alto pero delgado y perfil de escalador, que lucha contranatura porque puede más su corazón apasionado que la razón.

Cuerpo y corazón para Roubaix y Flandes, dice Xabier Artetxe, su padre deportivo, tiene Egoitz García, 25 años y vizcaino del Cofidis, el equipo al que nada más llegar este año pidió que le incluyeran en el bloque de las clásicas y la Copa de Francia. En su época de aficionado, Egoitz, que corrió el Tour de Flandes sub'23, hablaba antes de Fabian Cancellara o Tom Boonen que de Contador o Armstrong. Un clásico. Vive en Atxondo, cerca de Abadiño donde está asentado desde hace unos años Horrillo. Después de debutar en las clásicas en Harelbeke, muy al principio de la temporada, se cruzaron entrenando y hablaron. "Y Egoitz estaba ilusionado. Vino encantado. Esa es la actitud de quien quiere ser algo en las clásicas del pavés. Si después de correr hablas de la tortura y el sufrimiento, es mejor no volver", cuenta Horrillo. En Roubaix, mientras se duchaba en el autobús, Izagirre solo sentía el dolor de las manos y los brazos. "No sé si volveré", dice. Egoitz no llegó tan lejos. Se quedó pinchado y tirado en una cuneta. Desde entonces, solo piensa en volver.