GARDECCIA. La primera vez que Miguel Madariaga escuchó ese nombre, "Nieve, Mikel Nieve", fue un día que se lo susurró al oído Abel Barriola, el pelotari de Leitza. De ahí es Nieve, del pueblo de cuero y piedra, vivero de pelotaris y harrijasotzailes, tipos hercúleos de manos como mazas. No como él, 1,73 centímetros y sobre 62 kilos de peso. Menos, mucho menos que las moles de roca que levantaba Perurena. Tampoco tenía cuerpo para el frontón. Lo probó, pero era malo. "No me echaron, pero casi", suele recordar. Le quedó la bicicleta. Eran los años 90. Los del boom de Indurain. Sobre una verde de plato único que costó 7.000 pesetas se hizo ciclista. Y escalador. Un tipo de pocas victorias en aficionados y despuntar tardío. Con 24 años ganó el Valenciaga, trampolín hacia el Orbea, donde en solo un año Madariaga se convenció. "Este chico tiene algo, no sé qué es, pero algo", dijo cuando le vistió de naranja en 2008.
Iluminado Antón por todos los focos tras su gesta en el Zoncolan, pocos se dieron cuenta de que Nieve llegó a la cima del coloso séptimo, solo dos minutos después que Igor. Por la mañana Madariaga se acordó de él cuando le preguntaron por la gesta del escalador de Galdakao. "Lo de Igor es fabuloso", dijo, "pero lo de Nieve es de quitarse el sombrero. Tiene muchas novias porque es bueno, muy bueno, pero yo valoro más aún el tipo de persona que es, humilde, tranquilo, honrado… Es un lujo de corredor".
"Antón es un crack", fue lo único que acertó a decir Nieve tras la victoria de Igor en el Zoncolan. Y este, por la mañana, antes de emprender el viaje eterno hacia Gardeccia surcando los Dolomitas, le pidió que volara libre. "Busca la fuga. Puedes hacerlo. Puedes estar disputando la etapa", le animó. Es lo que hizo.
Fue una cabalgada colosal. Y agónica. Bajo la carpa, en meta, apenas podía menearse, tiritaba de frío y debilidad y repetía sin cesar que estaba muerto. Así: "¡Buff!, estoy muerto. Muerto, muerto, muerto". "Pero feliz", le consolaron. "Muerto, muerto, muerto", siguió él.
"se me ha hecho eterna" Luego, más sereno, volvió a recorrer la etapa, un martirio: "Desde el Giau, cuando se ha ido Garzelli, ha sido un uno contra uno todo el rato. Al final han sido casi 100 kilómetros solo. Se me ha hecho eterna la etapa. Y en la parte final, me decía a mi mismo que tenía que aguantar el ritmo porque así podría llegar. Pero en el último kilómetro me he venido un poco abajo, no tenía fuerzas. Ni un gramo". Ni para levantar los brazos en su segunda victoria profesional. Las dos antológicas, con el mismo sello bello de la épica: la de Cotobello en la Vuelta y la de ayer en Gardeccia. "La verdad", dijo luego, "cuando empecé en esto nunca imaginé que llegaría tan alto".
Puede que siga escalando. Es quinto a 7:03 de Contador, pero a menos de dos minutos de Nibali. "No, no, yo con quedar entre los diez primeros ya me doy por satisfecho. Es más, ahora hay una cronoescalada -mañana, 12,7 kilómetros en Nevegal- y ahí Igor -Antón- me va a pasar por encima", zanjó.