donostia. Lo que posee la Vuelta al País Vasco, participación exquisita, cunetas pobladas, y la incertidumbre apadrinada -la carrera, año tras año, se decide en la última etapa, la crono final que siempre afrontan un puñado de ciclistas con opciones- es lo que desearía cualquier organizador. Entonces, ¿por qué cambiar? ¿por qué poner en riesgo ese equilibrio de cristal? ¿por qué inventar? O, mejor, ¿qué inventar que haga funcionar lo que ya funciona? Pues eso, que tan complicado es el asunto que lo mejor, piensan desde la organización de la Vuelta al País Vasco, es no cambiar. Es lo que hacen.
La Vuelta al País Vasco es así una carrera de piñón fijo. Repite en 2011 un modelo tradicional, tan intenso a diario, tan exagerado en el desgaste -31 puertos puntuables en cinco etapas-, que sigue siendo prohibitivo para los esprinters puros e incentiva a los escaladores para que corran desesperados en busca de segundos en cada tachuela, cada muesca de la orografía, que siempre son escasos, medidos porque no hay puertos descomunales en Euskadi, largos y constantes, de los de hacer diferencias, sino cuestas cortas y duras.
La antigua, Azpiroz, Arrate... Cuestas como la que sube a la ermita de La Antigua, atalaya sobre Zumarraga, juez de la primera etapa, un estreno tan tradicional como la propia vuelta porque es un suplicio para las piernas, un sube y baja continuo, siete puertos en 150 kilómetros, el último, La Antigua, una carretera que trepa entre caseríos, estrecha como un desfiladero y empinada como un palo. Su cima estará a tres kilómetros de Zumarraga, la meta que se alcanza tras un descenso poco sinuoso, con un par de herraduras, no especialmente técnico ni peligroso... si no llueve; si no quiere Samuel.
Cuestas cortas y duras como la de Azpiroz, a las puertas de Lekunberri -segunda etapa-, entre bosques oscuros, allí donde Denis Menchov asestó un duro golpe en 2004, cuando descabalgó a David Etxebarria y a Iban Mayo, a Euskaltel, y empezó a ganar la Vuelta al País Vasco.
Cuestas cortas y duras, hay que insistir, como Arrate, que es cita obligada en abril desde que en 2009 las crisis ciclista y económica fusionaran la Vuelta al País Vasco y la Euskal Bizikleta. De la identidad de la carrera eibarresa queda su escalada al santuario, escenario abrumador, una fiesta, que escuece a los débiles pero que no les finiquita. Ni siquiera lo hizo Contador, en 2009, que solo rescató un puñado de segundos; tampoco le sirvió a Valverde en 2010 para desvestir a Horner, soldado a su rueda, el día en el que Samuel Sánchez, eliminado el primer día, encontró un triunfo de etapa balsámico para Euskaltel-Euskadi.
Nada de eso sirve, nunca sirvió, para aupar a un líder único e intocable. Tampoco la meta de Murgia -tercera etapa- pese a que esta se esconda detrás de Altube, que es corto, pero no duro; tampoco la descomunal etapa vizcaina, la quinta, con Urkiola, sí terrible, con Bikotzgane, sí brutal, con el viaje por las Encartaciones, sí indigesto, por ondulado y escarpado, hasta Zalla, donde se decide la vuelta, pero no ese día, el quinto, sino el último, en la crono final, 24 kilómetros, tradicionales también, con Avellaneda y Beci.
En los últimos cinco años la Vuelta al País Vasco se ha decidido dos veces así: en Zalla, en una crono. Y la ha perdido, o no la ha ganado, dos veces allí Samuel Sánchez, que nació en Asturias pero tiene medio corazón plantado en Güeñes, junto a la casa de los Amezaga que le acogieron cuando era un crío, 18 años nada más, que soñaba con ser ciclista profesional, ciclista de Euskaltel, el equipo en el que sigue, el equipo al que, dice, le debe un triunfo en la Vuelta al País Vasco. "La Vuelta al País Vasco es un objetivo para todos, para el equipo, para mí, para la empresa, para la afición. Es un reto. Intentaré no fallar". Falló en 2006 en Zalla, ante Marchante. Aquella tarde se diluyó también un jovencísimo Contador. Llegó de líder, ganó la crono y reconoció el rencor. El podio, el del Tour, es lo que más anhela Samuel esta temporada, pero antes luchará por ganar la Vuelta al País Vasco, la carrera que mejor conoce porque no cambia. Es de piñón fijo.