Japón: el país del sol naciente, el de los valerosos kamikazes suicidas –a ver quién lo supera– el de los samuráis que con catanas a medio afilar se hacían el harakiri por el deber de suicidarse antes que aceptar su rendición (ahora se estropea, aviso), va y monta por doquier agencias de dimisión; o sea, empresas especializadas en gestionar las renuncias laborales.
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“¿Cómo?” Que sí, que leíste bien, que hasta te digo lo que cuesta: por el módico precio de 136 euros, un lugareño, con un par, se viene arriba y le dice a tu jefe lo que siempre le has dicho con el pensamiento pero a voz en grito: “¡Gochis sama deshita!”, (perdón, me equivoqué, esto es gracias por la comida). Le dice: “¡Okanjô o onegai shimasu!”: ¡La cuenta por favor! Te da fecha y hora para firmar el finiquito y a buscar otro curro en el que se te considere y pague mejor. Yo os digo una cosa, eh, porque desde la pandemia hasta la fecha no he conseguido ahorrar 136 euros (me faltan 100 euros), pero, vamos, que si los tuviera, ya estaba haciendo la contratación. Ganaría en salud y en omeprazol. Qué listos y valientes han sido siempre los japoneses, ¿verdad? ¿Creéis que morían de verdad cuando morían o que no morían cuando morían? Es que se parecen tanto…