Nunca me ha convencido la afirmación de Manrique de que “a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor”. Cada generación es mejor o peor según las circunstancias. Los que nacimos en los años treinta y cuarenta, donde me incluyo, no tenemos buenos recuerdos de nuestros años mozos. Vivimos una Guerra Civil y un franquismo privados de libertad. Una multa por hablar en la iglesia o por estar en el campo un hombre sin camisa y absurdos semejantes eran frecuentes. Un nacionalcatolicismo de cielo, infierno y poco más, “creer lo que no vimos”, y ante cualquier duda religiosa el catecismo de Astete nos obligaba decir: “Yo soy ignorante doctores tiene la santa madre iglesia que le sabrán responder”. Así qué fácil. Vivir con el demonio tentador y el ángel de la guarda defensor. El matrimonio era para “criar hijos para el cielo”. Machismo en el franquismo. Una mujer, por ejemplo, no podía sacar dinero del banco, y machismo también en la iglesia, imposible que una niña fuera monaguillo. Podría recordar otros mil aspectos que nos muestran la vida de aquellos años. Los viejos (me gusta la palabra más que eufemismos como tercera edad o mayores), hemos tenido que adaptarnos a lo nuevo, pero con todo lo malo de Ucrania o Palestina y un largo etcétera creo que somos hoy más libres que cuando éramos jóvenes.
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