Quiero expresar mi preocupación respecto a ciertas prácticas educativas que considero contraproducentes y que, lamentablemente, están muy extendidas en nuestro sistema universitario. En particular, quiero referirme a la tendencia de penalizar a los estudiantes por intentarlo y equivocarse.

Es esencial cuestionarnos por qué en lugar de alentarnos a los jóvenes a volar como águilas parece que nos están guiando hacia decisiones más seguras, como las de un pingüino. El problema radica en penalizar el intento y castigar los errores como si fueran fracasos irreparables.

Nos preguntamos por qué la gente no quiere emprender, y la respuesta es clara: nuestra cultura educativa castiga los intentos fallidos en lugar de valorarlos como oportunidades. Este enfoque promueve una mentalidad conformista, donde se prefiere aspirar a la mediocridad antes que a la excelencia.

El gran Aristóteles decía que “la excelencia es un arte ganado a base de entrenamiento y hábito. La excelencia, entonces, no es un suceso sino un hábito”. ¿Cómo podemos entrenar la virtud si el intento es penalizado?

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