Auschwitz-Birkenau (Polonia) fue un campo de exterminio y trabajo construido por los nazis en abril de 1940, que funcionó a pleno rendimiento hasta el 27 de enero de 1945.

Los campos se crearon con la única finalidad de llevar a cabo, de la manera más eficaz posible, el asesinato masivo de seres humanos. Representaron la industrialización de la muerte ocurrida entre mentiras y eufemismos. 

El de Auschwitz fue el mayor centro de exterminio del nazismo donde fueron enviadas más de un millón de personas. La gran mayoría (el 90 %) era judía.

En la actualidad existe una placa conmemorativa en la entrada del nefasto recinto cuyo texto dice: “Que este lugar, donde los nazis exterminaron un millón y medio de hombres, mujeres y niños, la mayor parte judíos de varios países de Europa, sea para siempre, para la humanidad, un grito de desesperación y una advertencia. Auschwitz-Birkenau 1940-1945”.

Hoy en febrero de 2024, setenta y nueve años después de su desmantelamiento, ese para siempre parece haberse borrado de la placa y de la memoria.

En Israel el gobierno ha decidido, sobre la base exculpatoria de la legítima defensa, arrasar literalmente ciudades, pueblos y aldeas, incluidos sus habitantes de toda edad y condición; dando lugar a un genocidio actualizado y equiparable al sufrido por el pueblo judío.

En 1987 Israel ayudó inicialmente a la creación de Hamás, tratando con ello de debilitar a la hasta entonces hegemónica OLP de Yasir Arafat.

El terrible y deleznable ataque perpetrado por esta organización –quizás algún día sepamos las circunstancias que rodearon hecho tan oscuro y brutal–, no justifica a mi entender esta indiscriminada respuesta de aniquilación que el ejército israelí está llevando a cabo, contra una población indefensa encerrada en una ratonera.

Deseo firmemente que en el conjunto del pueblo judío existan personas, tal vez mayoría, que rechazan esta brutalidad. Resulta especialmente doloroso que sean descendientes de aquellos seres humanos masacrados por el nazismo los causantes de semejante locura.

Tras la resolución de la Corte Internacional de Justicia de la Haya ordenando evitar el genocidio, Benjamin Netanyahu ha dicho: “Vamos a seguir defendiéndonos hasta la victoria final; la decisión de La Haya es una vergüenza”.

Deberíamos apostar por la palabra y la inteligencia, no por las armas, y exigir a quienes tienen capacidad para detener este despropósito, lo hagan de manera contundente, sin ambages y sin dilación.

… El horror sí que existe.

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