El aire huele a elecciones y los partidos políticos tratan de afinar sus instrumentos para ser los más aplaudidos del concierto y llevar la batuta durante el próximo plan cuatrienal. Los populares vascos tocan al son del acordeón de su líder formando dueto con la gaita gallega; el primero no goza de la popularidad de antaño y todo indica que deberá cambiarlo por la lira, como Nerón. Uno la tocaba mientras Roma ardía y el vizcaino lo hará sobre las cenizas de su partido. Los podemitas limpian su instrumento por antonomasia, el estridente silbato o chiflo del que son unos virtuosos de tanto practicar en manifestaciones y algaradas. Los socialistas por su parte templan la guitarra, que marida con todo, para que su sonido penetre como un insinuante y hechizante susurro en los oídos de los oyentes. EH Bildu, los más primitivos, fundamentalistas y ortodoxos, golpean la txalaparta para que ésta arengue a sus seguidores a votar en masa e imponer su revolución involucionista. Los jeltzales y burukides se afanan con los tradicionales txistu y tamboril, instrumentos ambos en los que además su primus inter pares es un avezado maestro para así continuar asentando su consabido proyecto. Los asistentes al concierto: pueblo, sociedad, ciudadanía, exigen que conjunten sus respectivos instrumentos para que los próximos cuatro años los acordes suenen con armonía. De momento, la orquesta es una jaula de grillos, cada uno a lo suyo. Deberían ir al Musikverein de Viena para aprender a tocar juntos; el público puesto en pie ovacionaría y aplaudiría hasta la extenuación.