El peligro de este incremento de precios al consumo, especialmente en cuanto al IPC subyacente, es que, a pesar de los buenos deseos del Gobierno, va a ser larga su reducción. Como toda solución es costosa la herramienta para forzar la reducción del incremento de precios y ayudar a las rentas más bajas que son las paganas de la inflación, no es otra que la reducción general del consumo. Aunque en el primer momento semejante medida puede acarrear una reducción de la producción con sus consecuencias en cuanto al empleo y la inversión, la medida sería eficaz al reducir la demanda, en este escenario, la oferta tiene que bajar los precios para incentivar el consumo. La posibilidad de topar los precios no es posible en una sociedad de mercado capitalista como la nuestra, subvencionar la cesta de la compra o la adquisición de bienes es pan para hoy y hambre para mañana y al final todas las subvenciones, como decía un conocido economista, las pagamos entre todos para que se beneficien unos pocos. Por muy seria que se ponga la ministra de Hacienda anunciando que la inflación bajará en días o semanas, su afirmación no deja de ser acto de fe o un brindis al sol, los expertos auguran un largo camino de reducción en lo que se denomina ya como impuesto de los pobres. La bajada ya se está notando, hemos reducido el consumo de carburantes un 20% en las últimas semanas, comprobado por el control que hay sobre estas sustancias, las grandes superficies avisan del cambio de tendencia entre los consumidores, al final se constata que la gente de la calle es bastante más realista que los costosos asesores presidenciales o expertos económicos de los partidos de la oposición. Probablemente si los que nos dirigen o piensan dirigir nuestros destinos económicos fueran más humildes explicando en qué se han equivocado cuando hablan, les creeríamos más, como dice G.C. Lichtenberg: "La inflación es como el pecado, cada gobierno la denuncia pero cada gobierno la practica".  

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