Me contaba el otro día mi amigo, que a la mañana temprano se miró al espejo mientras se peinaba y no se identificaba con lo que veía, porque el del espejo se peinaba con la mano derecha y él es zurdo, porque la parte izquierda de su cara era algo diferente de la parte derecha y porque el tiempo estaba quieto. Dio un puñetazo al espejo y se rompió; fue al médico porque sangraba de los nudillos de la mano y el doctor le recetó que no rompiera los espejos porque detrás de los espejos no hay nada, que los espejos no tienen prisa y que el odio y el amor, que la juventud y la vejez están dentro de cada uno mismo. Le recomendó encarecidamente tararear de vez en cuando la hermosa canción de Mikel Laboa Gure basterrak . “Amo, amo nuestros rincones cuando la niebla me los esconde?” “Maite ditut maite gure basterrak, lambroak?”, de esa manera aprendería a amar sus propias tinieblas.
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