Gravísimo pecado el que ha cometido el primer ministro griego al pretender consultar a su pueblo las durísimas medidas económicas que le exige Europa. Cómo se le puede ocurrir semejante disparate cuando está en juego la viabilidad de los bancos, especie a proteger por nuestra clase política mientras el barco europeo se hunde y la democracia se evapora secuestrada por los mercados. Para qué queremos políticos si no son capaces de defender a los ciudadanos de las tropelías de los que han causado esta crisis.