No me gusta vivir en una sociedad que prohíbe. No me gusta. Con los toros, con los fumadores, con lo que sea. Pero ahí esta mi pequeño problema. Cuando leo que el 61 por ciento de los vascos se muestra a favor de prohibir totalmente el tabaco en espacios públicos cerrados, entiendo que una mayoría no lo quiere. Yo fumo, pero entiendo que molesto.

Con los toros, lo de prohibir me parece un poco más complejo. Pero, igualmente, no se trata tanto de que a mí me gusten o no, que me gustan, sino del tipo de sociedad en el que quiero vivir. Entre elegir disfrutar de una tarde de toros y mi conciencia al ver cómo sufre y muere un toro ante la mirada de todos nosotros, elijo vivir en una sociedad que no mata.

Que he tardado todos estos años en darme cuenta, pues sí, debo reconocerlo. La verdad es que nunca había reflexionado sobre el tema, hasta que comenzó esta polémica, pero en la vida no se nace enseñado, se va aprendiendo y, para las cosas que nos convierten en mejores seres humanos, más vale tarde que nunca.

Otros diputados, con el fin de cerrar un camino abierto desde hace tiempo por la mayoría de la sociedad española, aducen razones de índole cultural: los grabados de Goya, los frescos de Zuloaga, algunos poemas de la Generación del 27 o los pasodobles taurinos.