Donostia. Han transcurrido la friolera de 16 años desde su último título y el Real Madrid se halla ante su gran oportunidad de recuperar el terreno perdido en el Viejo Continente con la conquista de su noveno título europeo. La reunión más elitista del Viejo Continente hace hoy su primera criba con la disputa de las semifinales. Y lo hace sin un favorito nítido ante la aparente igualdad de los cuatro aspirantes al trono. Panathinaikos, Montepaschi, Real Madrid y Maccabi completan el interesante cartel de una Final Four que recibió un duro golpe con la sorpresiva eliminación del Barcelona, el candidato al título señalado por todos pero que se quedó en el camino ante el primoroso trabajo de pizarra de ese viejo zorro llamado Zeljko Obradovic.
El conjunto madridista, que conquistó su último título en 1995 de la mano de Arvydas Sabonis, tendrá hoy (21.00) como primera piedra de toque al verdugo del Caja Laboral. El Maccabi, al que una vez más acompañará una interminable riada de aficionados en las gradas del Sant Jordi, se perfila como un rocoso adversario si impone ese baloncesto ultrasónico y repleto de dinamismo que atropelló a la plantilla de Ivanovic. Pese a la sensible baja de Doron Perkins, el cuadro amarillo atesora la suficiente munición para dar la réplica a un Madrid cuyo rendimiento será una incógnita debido a la inexperiencia de la práctica totalidad de su plantilla en estas lides. Salvo Pablo Prigioni y Sergi Vidal, que disputaron cuatro ediciones de la Final Four ataviados con la elástica baskonista, ningún integrante de la plantilla en manos de Emanuele Molin -también de estreno como entrenador jefe- conoce los entresijos de una competición para la que se requieren, entre otras virtudes, oficio, sangre fría, madurez y personalidad.
Encabezado por el eléctrico Pargo y el orondo Schortsanitis, el principal blanco de la defensa merengue, el Maccabi se convierte en un grupo prácticamente inaccesible cuando despliega ese estético juego basado en una atosigante presión defensiva y fugaces transiciones. Si el técnico italiano, heredero de un Ettore Messina cuya dimisión provocó efectos terapeúticos en la plantilla, halla un antídoto en la pizarra para impedir canastas fáciles y fuerza a su rival al cinco contra cinco posicional, tendrá mucho terreno ganado para plantarse en la gran final de la competición, fijada el domingo a un horario completamente inusual (16.30 horas) después de que la Euroliga -con dinero de por medio- claudicara ante las presiones de la entidad presidida por Simon Mizrahi para que el choque decisivo no tuviera lugar a la misma hora que el Día del Recuerdo a los Soldados Caídos, una de las jornadas más solemnes del calendario israelí.
obradovic, a por la octava Algo más decantada hacia el bando griego emerge la primera semifinal (18.00 horas) entre el Panathinaikos y el Montepaschi. El laureado equipo del trébol, que protagonizó una auténtico proeza al dejar en la cuneta contra todo pronóstico al Barcelona, cuenta con el aval de la presencia de un entrenador cuya sabiduría en este tipo de eventos carece de parangón. Con la friolera de siete títulos de Euroliga a sus espaldas y un bloque configurado a su imagen y semejanza en la que el genial Diamantidis es su prolongación sobre la pista, Zeljko Obradovic ya ha afilado el colmillo ahora que tiene una nueva presa a tiro. Parte como ligero favorito al título.
Enfrente estará el indiscutible tirano del baloncesto italiano que, de la mano de Simone Pianigiani, es el adalid del baloncesto rocoso, pétreo y sincronizado en todos sus movimientos. Con un homogéneo grupo de jugadores del que sobresale Bo McCalebb, el conjunto toscano hizo gala de su fortaleza mental en el cruce de cuartos ante el Olympiacos. Encajó una paliza sonrojante en el duelo inaugural, pero luego se rehizo a lo grande.