- Los líderes europeos rindieron ayer un cálido homenaje a Angela Merkel cuando concluyó una cumbre de la Unión Europea (UE), la número 107 como canciller de Alemania durante casi 16 años y, probablemente la última en la que tomará parte. Antes de que los líderes de los 27 países de la Unión Europea se pusieran manos a la obra, vieron un vídeo de dos minutos de los aspectos más destacados de la cumbre y le obsequiaron con un regalo de despedida que representa el edificio Europa donde se celebran las cumbres. Merkel, de 67 años, se ha sentado en cumbres con cuatro presidentes franceses, cinco primeros ministros británicos y ocho primeros ministros italianos. Por eso, los líderes europeos se pusieron en pie para despedirla con una cerrada y unánime ovación.

“Este ha sido quizás mi último Consejo Europeo. Para mí siempre fue un placer”, dijo Merkel en la rueda de prensa posterior. A lo largo de estos años “he intentado resolver los problemas”, respondió la canciller a la pregunta de un periodista sobre cuál es su respuesta a las voces críticas que apuntan a que su gestión ha aupado al poder a líderes euroescépticos como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, o el polaco, Mateusz Morawiecki.

“Somos una sociedad libre y cada uno puede mostrar su opinión crítica. Desde mi punto de vista, he intentado resolver los problemas y si otros lo ven diferente, evidentemente tengo que vivir con ello”, señaló.

Con la marcha de la canciller alemana, Europa pierde a una experimentada estadista, coinciden muchos analistas, que ven difícil que alguien a corto plazo pueda llenar su vacío. Nadie lo hubiese dicho hace tres lustros, cuando en 2005, a los 51 años, llegó al poder, pero Merkel ha sido la líder más importante de la UE en los últimos años. Su labor en la pandemia la aupó al nivel de los nombres claves en la integración europea.

Esta doctora en química cuántica, que creció bajo el régimen comunista en Alemania oriental, afrontó una crisis tras otra en los 16 años en el cargo: un colapso del sistema financiero mundial en 2008, las amenazas de disolución de la UE, la gran ola migratoria en 2015 y la pandemia del covid.

Apenas llevaba tres años en el poder cuando tuvo que lidiar con la crisis financiera de 2008, que puso en apuros al euro. Su política de austeridad la proyecto como una líder mundial, pese al descontento de los Estados miembros que más tuvieron que apretarse el cinturón a cambio de ayudas económicas, como Grecia, Italia, Portugal o España.

Ahora, todo indica que a ella se le atribuirá, en gran parte, el mérito de sacar adelante el actual presupuesto comunitario 2021-2027 (1,07 billones de euros) y el fondo de recuperación pospandemia (750.000 millones de euros).

Con ese plan, que consiste no solo en préstamos, sino también en ayudas financieras no reembolsables, la UE se despedía así de su sacrosanto principio de austeridad, defendido por Merkel durante años.

De la mano del plan de recuperación y del actual presupuesto comunitario va el principio de ligar la recepción de los fondos europeos al cumplimiento del Estado de Derecho, lo que se conoce como el mecanismo de condicionalidad, al cual finalmente levantaron su veto Hungría y Polonia gracias a las gestiones de Merkel. En este punto, algunos analistas le reprochan una cierta tibieza, de la que se habrían aprovechado los gobiernos polaco y húngaro para rozar o cruzar líneas rojas de valores europeos.

Solo se recuerda un momento en que no fue fiel a su estilo sosegado y pragmático: la crisis migratoria de 2015, motivada por la guerra en Siria. Más de un millón de inmigrantes y refugiados ingresaron en la UE en ese año, según datos de agencias de la ONU. Merkel puso en marcha una política de puertas abiertas en Alemania por razones humanitarias. Los críticos le reprocharon haber dado combustible a la extrema derecha en su país y fuera.