l próximo 9 de mayo, Día de Europa, se pondrá en marcha la Conferencia sobre el Futuro de Europa. Una idea original del presidente Macron, que hizo suya la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y cuya suerte navega en aguas turbulentas en medio de la pandemia. Ahora deben ponerse de acuerdo las tres instituciones, Comisión, Consejo y Parlamento, en los objetivos, su calendario y en la dirección de la Conferencia. Si hay acuerdo, las tres instituciones elaborarían una declaración para activar un proceso previsto para dos años, lo que daría al traste con el deseo de Macron de que las conclusiones coincidan con la presidencia francesa de la UE, en el primer semestre de 2022, y en plena carrera electoral al Elíseo, en la que se puede repetir el pulso de 2017 con la ultraderechista Marine Le Pen. En todo caso, a la espera de que esta idea fragüe definitivamente, podemos extraer lecciones aprendidas de anteriores procesos similares y más concretamente del informe del Grupo de Sabios sobre el Proyecto Europa 2030 que dirigió Felipe González en 2010, hace ahora una década.

Se trata de un órgano político anunciado a finales de 2019, y que desde entonces se está preparado para determinar nuevos acuerdos o enmiendas a los existentes para orientar el futuro de la UE. La Conferencia está compuesta por el Parlamento, el Consejo y la Comisión y tiene la tarea de redactar nuevas leyes de la UE, incluyendo cambios a los Tratados de la UE. También debe involucrar a los ciudadanos. Las tres instituciones emitirán una declaración conjunta que definirá la “idea, la estructura, el ámbito de aplicación y el calendario de la Conferencia sobre el Futuro de Europa”, fijando “sus principios y objetivos comúnmente acordados”. Posteriormente, la declaración se abrirá a otros signatarios (instituciones, organizaciones y partes interesadas). El 22 de enero de 2020, la Comisión Europea presentó sus ideas para dar forma a la Conferencia sobre el Futuro de Europa, que se pondrá en marcha el Día de Europa, el 9 de mayo de 2020 (70 años después de la firma de la Declaración de Schuman), y durará dos años.

El 9 de mayo de 2010, Felipe González entregó el informe del Grupo de Reflexión sobre el futuro de Europa al entonces presidente del Consejo, Herman van Rompuy. Su principal conclusión entonces: la UE tiene un grave problema de liderazgo político y debe afrontar con urgencia importantes reformas políticas y económicas para evitar su declive y marginalización internacional. No parece que una década después hayamos puesto en marcha solución alguna para resolverlo. La primera reforma urgente que exigía era cambiar la política demográfica para invertir la tendencia de reducción de la población y de envejecimiento acelerado. El informe recomendaba una política pronatalidad, combinada con inmigración cualificada y la ampliación de la población con empleo. La reforma de la educación, con una enseñanza primaria, secundaria y universitaria de calidad, era para el comité de sabios otra de las medidas urgentes, porque la UE estaba quedándose atrás en los campos educativo, científico y tecnológico. Además, el informe abogaba por una estrategia para reducir la dependencia energética exterior europea, potenciar las renovables y no renunciar a la nuclear. Y añadía, que el mercado común europeo, con 500 millones de consumidores, ofrece una base óptima para la expansión económica de la Unión Europea, pero debe aprovecharse mejor con una auténtico Gobierno económico común, en especial en la zona euro, a la vez que instaba a una reforma a fondo de los mercados y entidades financieras para evitar una nueva crisis.

Con haber hecho parte de lo que González y sus sabios proponían, nos habríamos ahorrado diez años de crisis y una Conferencia sobre el futuro de Europa. Pero ahora el problema es buscar un sustituto al ex presidente español que lidere los trabajos de la Conferencia. El candidato inicial es Guy Verhofstadt, un brillante federalista, con una personalidad arrolladora al que vetan los países alérgicos a más integración, como los del Este. El veto a Verhofstadt ha hecho aflorar otros nombres en las quinielas, todos conservadores, entre ellos el negociador europeo del brexit, Michel Barnier, que ya se ha quedado libre, y dos ex primeros ministros, el italiano Enrico Letta y el finlandés Alexander Stubb; algo que difícilmente aceptarán los liberales. Un obstáculo para el que Bruselas siempre tiene una solución tan salomónica como inoperante mediante una copresidencia o con una presidencia tripartita, con un representante por cada institución que se repartan funciones. La cuestión no es baladí, pues, entre las posibles conclusiones de la Conferencia podría estar la reforma del Tratado de Lisboa y entre los objetivos más ambiciosos proponer la elección de una Presidenta o un Presidente para Europa elegido por sufragio universal.